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Lo llaman fosa, pero no dimensionamos en ese nombre lo que verdaderamente es. Una montaña, tan grande que se ve desde el resto del centro oriente de Medellín. Está ubicada al occidente, y durante más de 30 años han sacado arena de sus entrañas. Es conocida como La Escombrera. A inicios de los 2000, su sonido era el de las balas, tiroteos intermitentes en las noches, o el voz a voz de un toque de queda. Hoy, es el ruido de una maquinaria lenta y precisa que busca cuerpos entre basura y escombros. No dimensionamos. No fotografiamos los rostros de los forenses, porque no hay cabida a la individualidad. Este caso es complejo y requirió del esfuerzo colectivo entre instituciones y organizaciones de víctimas. Tampoco fotografiamos los hallazgos, es una escena del crimen, la muestra del horror y el dolor, pero quienes hemos ido, vimos las evidencias. Hoy lo confirmamos: ya son cuatro los cuerpos hallados en La Escombrera de la Comuna 13 de Medellín.
Y no solo eso. Ya son 15 los metros que los expertos forenses han excavado en La Escombrera para recuperar a quienes fueron inhumados. Cuatro personas, se sabe, entre ellas, una mujer joven. Todas presentan signos de violencia, es decir: la causa de su muerte fueron lesiones de proyectiles de arma de fuego, tiros de gracia. Cerca de ellos, los forenses también hallaron casquillos de balas, ropa. Todo sirve para lograr confirmar su identidad. En este punto de La Escombrera, el trabajo es igual que en cualquier escena del crimen. La Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) y la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD) dieron más detalles: al menos dos de las personas fueron enterradas en el mismo lugar donde fueron asesinadas y en al menos en uno de los casos existe evidencia para decir que “la víctima fue reducida a un estado de total indefensión y sometida a malos tratos, sin descartar la comisión de torturas”. Además, todos fueron inhumados entre el 2002 y 2003.
Ya son siete meses escarbando con la misma fuerza que tiene un niño para sembrar una planta: de una forma tan frágil y detallada que no se compara con la fuerza común y destructora que en otro lugar tendría una máquina retroexcavadora de una pala de dientes como la que aquí se usa. Así, la curiosidad, la atención, y la expectativa de que algo aparezca se mantiene. La UBPD ha recopilado 520 casos de víctimas de desaparición forzada en esta zona de la ciudad. La herida es enorme, como la montaña. Lo repetimos, porque ninguna imagen le ha dado la fuerza al detalle que se encubre en ese montón de ladrillos deteriorados. Los hallazgos de restos se multiplican, los del hierro, de animales, de vidrio, telas y plásticos. Los restos humanos, mientras tanto, se han pulverizando y ocultado entre esos otros y algunos casquillos de balas.
La JEP también concluyó que, en esta zona de la Comuna 13, hubo complicidad entre paramilitares y Fuerza Pública que, con la excusa de estar exterminando las guerrillas urbanas de la época, asesinaron a personas del barrio, a tenderos, jóvenes estudiantes y hasta niños. Es tanto que, durante operativos como la Operación Orión en 2002, llevaron a cabo acciones conjuntas que resultaron en graves violaciones de derechos humanos, como las desapariciones forzadas. Por esta razón, la confirmación oficial de que los hallazgos responden a víctimas sepultadas en el mismo periodo de esas operaciones es crucial. “Esta verdad judicial está respaldada de manera inequívoca por la evidencia documentada por la JEP. Cualquier intento de ponerla en duda o sugerir lo contrario es, además de infundado, una ofensa para las víctimas y, ante todo, socialmente inmoral”, escribió al respecto el tribunal en un comunicado de prensa que publicó ayer con detalles de los hallazgos.
Desde ese año, La Escombrera creció y se convirtió en una montaña artificial en la que hay dos climas. El primero es el verano, cuando el sol da de frente y con el material no hay un árbol o rama que dé sombra. Solo un par de carpas en la que el personal especializado protege sus herramientas de búsqueda o los lugares de los hallazgos. El segundo es un invierno que impide continuar con las labores forenses, que evacúa mientras arrastra con cualquier grano de arena que no esté firme por las cunetas de la montaña. En cualquiera de los dos, algunas vacas rondan el lugar. Por eso, el tiempo no ha sido el único reto para encontrar algo y confirmar la verdad que mujeres y familiares de la Comuna 13 han insistido durante más de 22 años, también lo ha sido la impunidad que apenas ve un poco de esperanza.
Desde que comenzaron las excavaciones en julio de 2024, los equipos han removido más de 37.000 metros cúbicos de tierra y escombros, equivalentes a 2.278 volquetadas de material, en un esfuerzo que no solo requiere precisión técnica, sino también sensibilidad humana. Esta intervención es el resultado de décadas de solicitudes de los familiares de las víctimas. El proceso es integral: ellos acompañan cada paso, como una parte activa de la búsqueda. Por eso, se espera que, en poco tiempo, se confirme la identidad de las víctimas, porque este es también un intento por restituir la dignidad de las personas que fueron enterradas, que nunca debieron desaparecer.
Cada día, madres, hijos, esposas y familiares llegan a La Escombrera para observar, preguntar y registrar cada detalle en una bitácora colectiva y mantenerse firmes en su demanda de verdad, porque este trabajo no es solo una intervención forense; es también un acto de resistencia frente al olvido, cuyos primeros resultados dejan una premisa clara: “Las cuchas tienen razón”. Una frase que por estos días se ha reivindicado ante la censura de expresiones artísticas, mientras sostiene la carga histórica de unas mujeres que llevan años insistiendo en que en ese cúmulo de tierra están sus seres queridos. Hoy, más allá de cualquier discurso político, lo cierto es que la JEP, la UBPD y la ciencia les dan la razón.
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Por Valentina Arango Correa
