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El Premio Franco-Alemán de Derechos Humanos “Antonio Nariño” ya tiene ganador en su decimosexta edición. Este reconocimiento, que destaca iniciativas realizadas en Colombia a favor de la dignidad, la protección y el bienestar de las comunidades, otorgó su primer puesto al Semillero Orquestal Binacional Sin Fronteras, que presentó el proyecto “Melodías de Esperanza: La Música como Herramienta de Resiliencia y Puente de Integración para la Defensa de los Derechos Humanos de Niños, Niñas y Adolescentes”. Esta iniciativa, que nació en 2018 en Cali (Valle del Cauca), ha encontrado en la música una forma de integrar y acompañar a niños, niñas y adolescentes migrantes y colombianos.
Su director, Francisco Javier Castillo Moreno, venezolano y docente de profesión, comenta entre risas que quien es profesor nunca deja de serlo, mientras recuerda a la familia que lo inspiró a darle vida a esta iniciativa. Se trata de los Brito Lezama, una familia migrante venezolana compuesta por Marcos, Yolimar y sus tres hijos: Valery, Germany y Jesús. Los niños habían sido parte de una orquesta infantil en su país. Al llegar a Colombia, tuvieron que dejar sus estudios y la música. “No había manera de apoyarlos, pero empezamos el proceso sin instrumentos. Fuimos a lugares donde pudieran prestarnos algunos, al menos para que los niños practicaran allí mismo. Así logramos que volvieran a acercarse a la música”, recuerda Castillo.
La mirada de los niños, según el docente, dejó de reflejar tristeza. Ese cambio lo motivó a seguir buscando que otros menores pudieran tocar música. Actualmente, el proyecto cuenta con 60 niños y niñas, tanto migrantes del país vecino como menores colombianos víctimas del desplazamiento, provenientes de departamentos como Cauca y Nariño, entre otros. Para sostenerse, el semillero ha recurrido a rifas, venta de camisetas, conciertos y diversas convocatorias. Con el primer puesto en el premio “Antonio Nariño”, la iniciativa recibió 5.000 € (alrededor de COP 22 millones), recursos que, según Castillo Moreno, serán invertidos en materiales didácticos: “Muchos niños tenían que sentarse en el suelo porque no había suficientes bancos o sillas para todos”.
Asimismo, indicó que otra parte del dinero se destinará a los voluntarios que han acompañado el proceso. El premio también otorgó una mención de honor al Comité de Integración Social del Catatumbo (CISCA) y a la Fundación Generación Restauradores, creada en 2002 y formalizada en 2008. Esta fundación fue reconocida por su proyecto “Guardianes de Carex: Derechos Bioculturales para la Vida y la Paz”, una iniciativa que, según su director, Carlos Morales Rodríguez, busca defender los derechos bioculturales mediante la protección de los recursos naturales y la identidad cultural de la isla de Tierra Bomba, cercana a Cartagena. Su labor se desarrolla principalmente con niños, niñas y adolescentes. Como señaló Morales, en ellos está la semilla que puede sembrarse para impulsar un cambio real.
“Hemos estado luchando constantemente para que el Gobierno nacional y las distintas entidades conozcan nuestro territorio; esa es la primera tarea. La segunda es que comprendan la lucha que damos por nuestros derechos: el derecho a pertenecer a una comunidad étnica, a defender el mar, a proteger nuestra salud y a salvaguardar las garantías que nos amparan”, señaló el director Morales Rodríguez. Añadió que, como fundación y como ciudadanos, están felices y ansiosos por el reconocimiento, pues podría darle mayor visibilidad a la isla, atraer turismo e inversiones y facilitar mejores oportunidades educativas y alimentarias para los jóvenes.
Uno de los momentos que más recuerda Morales fue cuando decidieron llevar a los niños de la Fundación Generación Restauradores a un restaurante en el centro histórico de Cartagena (Bolívar), a través de una campaña llamada Sueños de Navidad, en la que no pretenden dar regalos, sino, como lo dice el director, experiencias: “En ese restaurante les hicieron un brunch, un desayuno especial. Para ellos fue una experiencia totalmente nueva e innovadora, poder disfrutar de algo que nunca se habían imaginado. ¿Por qué? Porque en Tierra Bomba estábamos acostumbrados a que nuestro desayuno fuera un pan, 200 pesos de salchichón y una gaseosa”.
Según explicó el director de la fundación, muchas madres de Tierra Bomba no son plenamente conscientes del tipo de alimentación que reciben los niños en la isla. Por eso, al llevar a los pequeños a este tipo de experiencias, sienten que la organización cumple su propósito. “Para nosotros, ahí cumplimos con la visión de la campaña: lograr que ellos entiendan que, más allá de nuestra realidad sufrida, más allá de nuestra realidad olvidada, más allá de todo lo que sucede en nuestro territorio, pueden defender sus derechos y conocer y experimentar el mundo más allá de lo que han vivido”, señaló.
Por su parte, el CISCA, una iniciativa campesina creada en 2004, recibió una mención de honor por su proyecto “Mujeres que siembran soberanía y vida en el Catatumbo”. El Comité ha trabajado en la defensa de los derechos, articulando a familias, juntas de acción comunal, comités de jóvenes y de mujeres, colectivos de trabajo y comunidades indígenas con el objetivo de impulsar la protección del territorio y la construcción de paz, priorizando el empoderamiento de mujeres campesinas. Con estos reconocimientos, el premio busca destacar el trabajo silencioso y constante de las organizaciones que promueven y defienden los derechos humanos en el país, especialmente a etnias y territorios que, como señaló el director de la Fundación Generación Restauradores, Morales Rodríguez, han sido históricamente abandonados por el Estado
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