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El nacimiento de un pollito es un proceso que ha acompañado a la humanidad desde hace miles de años. Aunque parezca sencillo, detrás de cada huevo que se convierte en un ave viva se esconde un mecanismo biológico muy delicado. En el caso de las gallinas, el tiempo promedio que tarda un huevo en dar lugar a un pollito es de veintiún días. Ese periodo, conocido como incubación, es fundamental y requiere condiciones muy específicas para que el embrión logre desarrollarse por completo y tenga la fuerza suficiente para romper el cascarón.
El desarrollo dentro del huevo sigue un patrón sorprendentemente ordenado. Apenas en el segundo día de incubación, el diminuto corazón del embrión comienza a latir. Con el paso de las jornadas se forman órganos, extremidades y rasgos propios del ave. Alrededor del quinto día ya se distinguen los órganos sexuales y, hacia el decimotercero, el esqueleto comienza a endurecerse gracias al calcio que el embrión extrae directamente de la cáscara. En la última etapa, el pollito absorbe el saco vitelino, que es su principal fuente de energía, y se prepara para enfrentarse al esfuerzo de la eclosión.
Aunque el promedio sea de veintiún días, no todos los huevos rompen el cascarón al mismo tiempo. En un mismo lote puede haber diferencias de hasta 36 horas entre el primero y el último nacimiento. Ese margen es completamente normal y suele depender de factores como el tamaño del huevo, el tiempo de almacenamiento antes de iniciar la incubación o pequeñas variaciones en la temperatura. De hecho, si los huevos se han guardado demasiado tiempo antes de incubarse, es posible que los embriones tarden un poco más en eclosionar o incluso que algunos no lo logren.
Las condiciones ambientales son determinantes. La temperatura ideal ronda los 37,5 °C y cualquier desviación significativa puede retrasar el desarrollo o provocar malformaciones. La humedad también cumple un papel crucial: debe mantenerse alrededor del 55 al 60 % durante gran parte del proceso, y elevarse en los últimos días para ablandar la membrana interna del huevo y facilitar que el pollito pueda abrir un orificio con su pico. Si la humedad es demasiado baja, la membrana se endurece y el pollito podría quedar atrapado; si es excesiva, el intercambio de oxígeno se dificulta y el embrión puede debilitarse.
En incubación artificial, otro factor clave es la rotación de los huevos. Durante los primeros dieciocho días deben girarse varias veces al día para evitar que el embrión se adhiera a la cáscara. A partir de ese momento, se recomienda detener los giros, ya que el pollito necesita estabilizarse y orientarse para picar la cáscara desde dentro. En la naturaleza, la propia gallina cumple ese papel: al colocarse sobre el nido regula la temperatura con su cuerpo, mantiene el nivel de humedad adecuado y mueve los huevos con su pico y patas para garantizar que todos tengan las mismas condiciones.
El instante de la eclosión es el resultado de esa preparación. Cuando el embrión está listo, utiliza un pequeño apéndice en su pico, llamado “diente de huevo”, para perforar primero la membrana interna y luego el cascarón. No lo hace de manera inmediata; el proceso puede tardar varias horas, en las que el pollito alterna entre esfuerzo y descanso. Durante ese tiempo, aún se alimenta de la última reserva del saco vitelino, lo que le permite ganar la energía necesaria para salir completamente del huevo.
En sistemas de incubación artificial es habitual que algunos pollitos nazcan antes que otros. Sin embargo, los especialistas recomiendan no retirarlos de inmediato de la incubadora. Su presencia y movimiento estimulan a los que todavía no han roto la cáscara, además de mantener un microambiente de calor y humedad que beneficia a los rezagados.
Así, el nacimiento de un pollito no es solo un acto instintivo, sino el resultado de un delicado equilibrio biológico y ambiental. Si todo se cumple como corresponde, desde la regulación de la temperatura hasta la adecuada humedad, el ciclo se completa en tres semanas. Ese tiempo, que puede parecer breve, concentra un proceso de desarrollo extraordinario que ha permitido a las gallinas seguir siendo, a lo largo de la historia, una de las principales fuentes sustento para el ser humano.
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