
No es un tema de “mascotas consentidas”: es un proceso biológico medible, documentado y visible en miles de cuerpos cada diciembre.
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La primera explosión casi nunca es la más fuerte, pero para muchos animales es la definitiva. Ese instante mínimo basta para que un perro o un gato pase, sin transición alguna, de la calma al terror absoluto.
Para quienes encienden la mecha, son solo “voladores”. Para quienes los escuchan con un oído capaz de captar frecuencias que jamás percibiremos, es el inicio de un colapso fisiológico que no se apaga cuando se disuelve el destello. En ese instante que muchos consideran inocuo, comienza la tormenta.
La pólvora no es un susto, es una...

Por Mariana Álvarez Barrero
Periodista de la Universidad del Rosario. Apasionada por la agenda global, la literatura y la economía. Además, presentadora de Moneygamia, formato audiovisual de finanzas fáciles de El Espectador.malvarez@elespectador.com