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Cada noche, el andén del bazar Los Mellis, en el corazón de San Vicente, provincia de Buenos Aires, se transforma en un improvisado refugio para perros sin hogar. Colchones, mantas y canastos se alinean a la entrada del comercio, creando un espacio de cuidado y afecto que desafía el abandono y la indiferencia.
Vanesa Moreira, dueña del bazar, cuenta que la iniciativa nació de manera espontánea. “Cuando nos mudamos a este local, puse un cartoncito para Pito lindo, el primer perro que se quedó. Con el tiempo se fueron sumando otros, y pensé: ‘¿Y ahora qué hago?’”, recuerda. Hoy, nueve perros de distintas edades y caracteres forman parte de este singular hogar: La Rubia, La Morocha, Sabina, Catrasca y Banana, entre otros.
“Estos perros no cuidan campos ni casas. Son perros que necesitan amor, respeto y un lugar donde sentirse seguros”, afirma Vanesa. Su rutina diaria implica limpiar y cambiar sábanas, organizar los colchones y brindar alimento y cariño a los animales. Para ella, cada perro tiene una historia y merece un espacio digno, aunque no todos puedan ser adoptados.
La historia de Pito lindo es emblemática. Llegó muy lastimado y con una enfermedad que lo hacía diferente. “Lo conocí muy herido, y desde ese momento este es su lugar. Duerme, come y se siente seguro aquí”, relata Vanesa, mientras los demás perros descansan a pocos metros. Cada rescate requiere tiempo, paciencia y dedicación: Catrasca, por ejemplo, tardó tres meses en confiar plenamente en ella.
El refugio improvisado no ha estado exento de dificultades. Vanesa recuerda amenazas de vecinos molestos e incluso a su hija, quien ayudaba en el bazar. Para proteger a los animales, instaló cámaras que le permiten vigilar la vereda desde su hogar. “Lo único que aseguro es que todos están vacunados, castrados y cuidados. Nadie más lo hizo por ellos”, enfatiza.
Sin embargo, la solidaridad también ha acompañado la iniciativa. Vecinos han donado colchones, mantas y comida, reforzando un vínculo comunitario que demuestra que la empatía puede transformar la realidad de los más vulnerables.
Vanesa, que tiene siete perros de la calle en su casa, asegura que continuará con esta labor mientras viva. “Voy a rescatar perros toda mi vida. Sigo dando amor, cuidados, castraciones, curaciones, vacunas. Esto no se termina nunca”, afirma. Su meta no es solo ofrecer refugio, sino generar conciencia sobre la adopción responsable y la castración, herramientas fundamentales para disminuir el abandono.
Para Vanesa, la felicidad de los perros no siempre está en un hogar convencional. “Algunos eligen volver a la plaza, a su espacio de siempre. La felicidad para ellos a veces es libertad controlada y cariño en la vereda”, dice. Su historia refleja cómo un acto de ternura puede transformarse en un faro de esperanza y solidaridad, incluso en medio del abandono.
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