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En medio del bullicio y la tristeza de un refugio en Lancaster, un perro llamado Ducky se negó a rendirse. Mientras muchos animales se ocultaban por miedo o desesperanza, él seguía mirando al mundo con dulzura y optimismo.
Su caminar peculiar, con las patas delanteras abiertas en ángulo, como si fueran de pato, fue lo primero que llamó la atención de los voluntarios. Algunos pensaron que se trataba de una malformación genética; otros, que quizá era consecuencia de haber pasado demasiado tiempo en un espacio reducido. Sin embargo, las radiografías no revelaron dolor ni lesión alguna. Solo una forma distinta de moverse por la vida.
Entre quienes se conmovieron con su historia estuvo Evelyn, voluntaria del centro, quien se enamoró de su ternura y de su manera de “derretirse” en los brazos. “Era pura alegría”, compartió en redes. Cuando el refugio descubrió que Ducky tenía microchip y contactó a sus antiguos dueños, la respuesta fue desalentadora: no lo querían de vuelta.
Evelyn no lo dudó cuando se ofreció una acogida temporal. Pasaron el día juntos: caminaron, jugaron y compartieron pollo. Ducky parecía comprender que, por fin, alguien lo veía de verdad.
Posteriormente, el perro fue recibido por Minnie’s Mutts Dog Rescue, donde hoy vive en acogida permanente. Disfruta de baños tibios, largas siestas y del afecto de quienes lo rodean, mientras espera a su familia definitiva.
Porque Ducky no necesita compasión, sino amor. Su corazón sigue tan firme como sus curiosas patas. Y Evelyn solo desea que alguien más vea lo mismo que ella vio: a un perro que camina diferente, pero que ama igual que todos.
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