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Con Asfura en Honduras, Trump amplía su red de aliados en América Latina

La relación de Estados Unidos con la región se perfila transaccional y coercitiva para 2026, dicen expertos. En esto Venezuela sigue estando en el centro del tablero.

María Alejandra Medina

29 de diciembre de 2025 - 07:00 a. m.
Nasry Asfura, presidente electo de Honduras.
Foto: AFP - ORLANDO SIERRA
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Con la victoria de Nasry Asfura en las elecciones de Honduras, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se asegura un nuevo amigo en el vecindario.

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El empresario conservador de 67 años, hijo de inmigrantes palestinos, fue finalmente proclamado presidente electo el pasado 24 de diciembre, casi un mes después de las votaciones. El conteo de votos se retrasó por fallas técnicas en medio de una reñida competencia entre los dos candidatos a la cabeza. Con menos de un punto porcentual de diferencia sobre su contrincante, el centroderechista Salvador Nasralla, Asfura fue declarado ganador por el Consejo Nacional Electoral, con el 97,8 % de los votos escrutados.

Con esto no solo ha desatado la indignación de Nasralla, quien denuncia fraude y no reconoce su derrota —pese a que la misión de observación de la OEA no reportó indicios de fraude—, sino que pondrá fin a cuatro años del gobierno de izquierda de Xiomara Castro.

Asfura, que contó con el respaldo de Donald Trump durante la campaña, se une al grupo de gobiernos aliados del presidente norteamericano, que se ha propuesto revivir la doctrina Monroe.

“En su primer año de gobierno el presidente Trump se ha enfocado en el hemisferio occidental más que cualquier presidente durante los años recientes. En parte, es debido a los temas fundamentales de su presidencia, la migración y el narcotráfico, que se concentran en los países vecinos, pero también es debido a una manera de mirar al mundo actual. Para Trump hay esferas de influencia: Rusia en la zona de Europa Oriental, China en el Pacífico Occidental y EE. UU. en las Américas”, señala Lawrence Gumbiner, exdiplomático estadounidense.

En esta lógica se inserta la campaña militar en el Caribe y el Pacífico, en donde bombardeos estadounidenses han matado a más de un centenar de personas acusadas de ser narcotraficantes. “La intensificación de operaciones y despliegues en el Caribe y el Pacífico no es retórica: es disuasión, preparación y señal política. No se trata de cooperación regional, sino de control estratégico”, opina, por su parte, Dorian Kantor, analista de seguridad internacional y director de Kantor Consulting.

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El objetivo del magnate es reafirmar el liderazgo del país en la región por medio de presiones sobre los gobiernos que no se alineen a sus principios, como Venezuela o Colombia, y “premios” para los amigos.

De hecho, antes de las elecciones del 30 de noviembre en Honduras, Trump amenazó con recortar la ayuda al país centroamericano si no ganaba Asfura.

Kantor cree que lo que viene se podría definir como una “política exterior transaccional, muy cercana a la lógica de la Guerra Fría”. Según él, Washington “estará dispuesto a intervenir directa o indirectamente para impedir la consolidación de gobiernos percibidos como hostiles. Colombia es un caso clave: el gobierno de Petro está bajo presión constante, y Estados Unidos no dudará en respaldar opciones de extrema derecha si eso garantiza alineamiento estratégico y control de seguridad”.

Para Gumbiner, la victoria de Asfura seguramente empoderará aún más a Trump: “Va a dar impulso a que sea más intervencionista en las otras elecciones”, vaticina.

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En la lista pro-Trump se ubican, sin duda, Javier Milei, de Argentina (quien, de hecho, recibió un apoyo similar por parte del presidente estadounidense para las más recientes elecciones legislativas argentinas), y Nayib Bukele de El Salvador. Aunque con matices, Rodrigo Paz, en Bolivia, y el recientemente electo José Antonio Kast, en Chile, seguramente continuarán con un camino de simpatía hacia el republicano. Además, Trump, según Gumbiner, “está esperando ampliar su apoyo con las elecciones presidenciales en Perú, Colombia y Brasil”, por celebrarse en 2026.

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El exdiplomático, no obstante, recuerda que ser aliado de Trump “significa un esfuerzo constante de complacerle a él”, quien ha demostrado ser bastante impredecible. “Él (Trump) va a exigir mucha cooperación en los temas de migración y narcotráfico, y también presionará a los países a hacer más y más negocios con Estados Unidos, al tiempo de la creciente influencia de China, particularmente en temas de comercio e inversiones”.

En un sentido similar, Kantor destaca que la influencia estadounidense “no es benévola ni neutral. Trump no prioriza democracia, desarrollo ni derechos humanos. Su interés central está en recursos estratégicos: litio, petróleo, gas, tierras raras, rutas marítimas e infraestructura crítica. La política hacia América Latina será abiertamente extractiva, sin el lenguaje liberal que antes maquillaba este tipo de relaciones”.

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En medio de todo esto, es claro que Venezuela “sigue en el centro del tablero regional”, en palabras de Kantor. El analista explica que una intervención, que podría darse en distintas modalidades, no necesariamente como una invasión convencional, “sigue siendo una opción en planificación”. Destaca que Maduro “no muestra señales de salida”, mientras que Trump ha demostrado “poco interés en procesos de negociación prolongados”.

La apuesta de Gumbiner es que aumenten las presiones sin acciones militares directas. Ya lo hemos visto con distintas sanciones. Si Maduro no se va voluntariamente o presionado por su propia gente, “tal vez va a lanzar ataques con drones o aviones con el mismo propósito. Pero veo muy poco probable que se meta con tropas americanas o que empiece un largo episodio de reconstruir el país”. El mismo Trump llegó a la Presidencia prometiendo no meter al país en más guerras.

Sin embargo, la evidencia muestra que con Trump, América Latina “no entra en una etapa de cooperación reforzada, sino en una fase de alineamiento forzado, presión estratégica y cálculo frío de poder. El resultado probable es un retroceso estructural que limita la autonomía regional y frena los avances políticos, sociales y ambientales logrados en las últimas décadas”, concluye Kantor.

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