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De Charlie Kirk a “Surrounded”: cómo los debates virales pueden radicalizarlo

Dos formatos virales han convertido los debates en espectáculo. El resultado es más polémica, confrontación y la ilusión de diálogo convertida en un producto que se vende bien. Al final hay más polarización en las audiencias, mientras unos sacan réditos económicos.

Camilo Gómez Forero

21 de septiembre de 2025 - 10:11 a. m.
Una universidad en Florida erigirá una estatua en memoria de Charlie Kirk en su campus.
Foto: EFE - New College of Florida
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Este domingo se realizará el funeral de Charlie Kirk, el activista de derecha asesinado el pasado 10 de septiembre en Utah, Estados Unidos. Kirk era el fundador de Turning Point USA, un grupo conservador creado en 2012 en EE. UU. que organiza debates en universidades, convenciones y shows en línea a partir de los que ganó fama hasta su trágico deceso.

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Su formato de debate lo mostraba a él con el micrófono, y el control del escenario, enfrentando a estudiantes o críticos menos preparados. Tenía un objetivo declarado: “Defender valores conservadores”. Los estudiantes desafiaban sus posiciones en un intercambio que quedaba grabado y luego se difundían clips de video en redes sociales (los más convenientes para Kirk).

“Surronded”, por otro lado, es un programa de debates en Youtube lanzado en 2024 por la productora Jubilee Media. Su formato enfrenta a una sola persona rodeada por 20 oponentes, con mínimas reglas y sin moderación real. La promesa es “crear entendimiento” y viralizar el choque de posturas, pero en la práctica prima el espectáculo de confrontación, no el debate real.

Para Diego Fernando Duarte, director académico de la Sociedad de Debate de la U. del Rosario y experto en habilidades comunicativas de la Escuela de Alto Gobierno de la ESAP, este tipo de formatos están lejos de promover una cultura deliberante, necesaria para discutir ideas de manera pacífica.

“Un buen debate tiene tres elementos: adversarialidad clara —una postura a favor y otra en contra—, un tema definido para evitar que los oradores cambien de tema y un formato que garantice igualdad. Como seres humanos tenemos rasgos distintos: algunos más carismáticos, otros más introvertidos. El formato está para equilibrar esas diferencias”, dice. Pero en “Surrounded” o en los shows de Kirk ocurre lo contrario: se crea la ilusión de que una persona en desventaja puede imponerse, cuando todo está configurado para el espectáculo.

Según Duarte, la verdadera cultura de debate debería cumplir tres principios: no usar discursos de odio ni violencia, estar dispuesto a entender al otro y actualizar la propia postura, y no juzgar a los participantes por atributos personales como su origen social.

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“Estos formatos no sirven para eso. Son más bien un ejercicio de pontificar: alguien está bien, el otro está mal. Eso no construye diálogo, solo polariza”.

Ambos modelos presentan, entonces, graves problemas para el intercambio de ideas en la actualidad. A medida de que la polarización aumenta cada vez más en Estados Unidos —y en el mundo—, es crucial examinar cómo se están llevando a cabo los debates —especialmente los que se viralizan en línea— y ver si realmente aportan a la construcción de un diálogo.

El académico reconoce que estos formatos tienen valor comunicativo y permiten analizar estrategias retóricas, pero subraya que no cumplen con el objetivo de resolver disputas de manera pacífica.

“Un diálogo sería más productivo si fuera uno versus uno, con tiempos iguales para cada parte. “Surrounded”, en cambio, está diseñado para ser mediático: mostrar que una postura puede ganar frente a miles de detractores. Pero no busca ni dialogar, ni llegar a acuerdos, ni generar tolerancia crítica”, recalca.

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Sobre el papel de la audiencia, Duarte invita a ser más críticos y a no dejarse llevar por formatos que están diseñados para polarizar todavía más a la sociedad. “El mínimo es la cultura deliberante: nada de discursos de odio, disposición a entender al otro y recordar que se debaten ideas, no personas. El riesgo de estos videos es que refuercen prejuicios y conviertan la confrontación en entretenimiento polarizante”, concluye.

También invita a mejorar nuestras habilidades de discusión: “Hay tres pilares: estilo, contenido y estrategia. Si ya no se está en la universidad, se puede recurrir a cursos de habilidades blandas. Nada reemplaza la práctica: debatir se aprende debatiendo”, destaca.

Al final, debatir mejor no es ganar más clips virales, sino perder menos como sociedad: menos polarización, más entendimiento.

Los argumentos en contra del debate de Kirk y Surronded

Visualmente, estos formatos transmiten ideas perjudiciales para un debate.

La persona en el centro aparece físicamente sola, subrayando que está “contra todos”.

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No parece un diálogo horizontal, sino una confrontación asimétrica. La disposición circular y la mayoría numérica generan una atmósfera de juicio o interrogatorio.

Así, cada espectador puede identificarse automáticamente con “el solitario héroe” o con “la multitud que lo cuestiona”, polarizando aún más la recepción.

Se crea una expectativa de derrota o hazaña: se transmite la idea de que la persona en el centro será demolida… o que dará una respuesta épica que se convertirá en clip viral.

Económicamente, funcionan como productos

Jubilee, fundada en EE. UU. en 2017, capitaliza millones de vistas de estos videos con sponsors y clips en redes sociales.

Charlie Kirk, desde Turning Point USA, convertía sus debates en una máquina de marketing: refozaban su marca personal, atraían donaciones millonarias y financiaban la expansión del movimiento.

En ambos casos, el debate no es un fin en sí mismo, sino un recurso comercial y estratégico: se produce, edita y difunde con el objetivo de maximizar retornos, ya sea en dinero, influencia o crecimiento de base.

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Objetivo: vencer antes de que acabe el tiempo

El tiempo limitado obliga a los participantes a lanzar golpes rápidos, a usar estadísticas o frases de efecto que impresionen a la audiencia, más que a entrar en la complejidad de un tema.

La consecuencia es que los argumentos se vuelven eslóganes, diseñados para golpear y no para dialogar.

Los participantes intentan bloquear el argumento del contrario con rapidez, como si se tratara de una partida de ajedrez relámpago. Lo importante no es explorar matices, sino lograr un “jaque mate” lo más contundente posible.

El riesgo de normalizar extremos

Estos formatos exponen ideas radicales, sin filtros ni contexto, dándoles un escenario global y legitimidad implícita. La audiencia no siempre distingue entre mostrar un punto de vista y validarlo como parte del debate democrático.

El ejemplo del fascista que rechaza la democracia y defiende un “etnoestado católico” evidencia un riesgo serio: al darle micrófono a visiones abiertamente autoritarias, se las legitima como una opción más dentro de la discusión democrática, en lugar de mostrarlas como lo que son: ataques al marco democrático.

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En lugar de cuestionar o matizar esas posturas, estos formatos las convierten en espectáculo, haciéndolas parecer equivalentes a visiones moderadas. El resultado: posiciones extremas ganan visibilidad, clics y seguidores, reforzando la polarización.

También la desinformación

Sam Seder, del programa The Majority Report que critica a la derecha, intentó debatir con jóvenes, pero se enfrentó a personas que sostenían falsedades evidentes (“las agencias gubernamentales reciben beneficios fiscales por diversidad”).

En ese formato, esas ideas tienen la misma visibilidad que los hechos comprobados, lo que legitima desinformación.

Aunque Seder buscaba educar a la audiencia más que a sus interlocutores, admite que el efecto es incierto: los clips descontextualizados que saca la gente y difunde en Internet permiten que comentaristas digan que él fue “derrotado”.

En un ecosistema de redes, el sentido de la intervención queda fuera del control del participante.

No son voces comunes

Aunque se presentan como ciudadanos “reales”, los participantes suelen ser influencers, activistas digitales o creadores de contenido. Su interés principal no es el debate, sino el material que obtendrán para sus redes.

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Así, cada intervención se convierte en insumo para clips virales, reacciones y autopromoción. El resultado es un ecosistema de confrontación que se recicla continuamente en lugar de generar diálogo genuino.

El resultado es desigual: los “profesionales” del debate ganan por técnica frente a las cámaras, no necesariamente por la solidez de sus ideas.

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