Casi 8 millones de bolivianos fueron convocados a las urnas el domingo para elegir un nuevo presidente y renovar el Congreso, en medio de una sociedad dividida y afectada por la crisis económica. Ocho candidatos aparecieron en el tarjetón, pero ahí no estuvieron incluidos ni el actual presidente, Luis Arce, ni el exmandatario Evo Morales, antiguos aliados, pero hoy enemigos políticos. La jornada electoral terminó así: el país irá a segunda vuelta, en la que se disputarán el Ejecutivo Rodrigo Paz y Jorge Quiroga.
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Arce aseguró que entregará el Gobierno al ganador de los comicios el próximo 8 de noviembre, como está programado por el órgano electoral, comprometiéndose a una transición democrática. En cambio, el líder cocalero, inhabilitado en estos comicios, aseguró que “de no ser por Arce, que robó nuestra sigla y proscribió al mayor movimiento político del país, ¡estas elecciones las ganábamos de lejos!”. Añadió algo más: “Hoy votamos, pero no elegimos. El pueblo mantiene su fidelidad a la verdadera democracia, aun cuando el movimiento político más grande de nuestra historia ha sido proscrito”.
La jornada de votación se desarrolló sin mayores incidentes, salvo que Andrónico Rodríguez, candidato de la izquierda, fue apedreado y abucheado luego de depositar su voto. Las misiones de observación de la OEA y la Unión Europea destacaron la tranquilidad y la “vocación democrática” con las cuales se llevaron a cabo los comicios. Sin embargo, trascendió información acerca de que la Policía arrestó a 1.540 personas, retuvo 176 vehículos y registró un delito electoral. Por su parte, el Centro de Monitoreo de Derechos Humanos de la Defensoría del Pueblo contabilizó 423 denuncias relacionadas con el funcionamiento del proceso. La mayoría de ellas se presentaron en La Paz.
En los últimos 20 años, Bolivia ha atravesado repetidas crisis políticas, incluidos dos presidentes interinos (Eduardo Rodríguez Veltzé, 2005, y Jeanine Áñez, 2019), entre los 13 años de presidencia de Evo Morales. ¿La última? Un fugaz intento de golpe de Estado en 2024 contra el presidente Luis Arce por parte de ciertos mandos militares, que fueron reemplazados el mismo día de su sublevación.
Es una cuenta que podría alargarse incluso más allá del siglo, pero el punto es la constante inestabilidad política del sistema boliviano, una situación que parece haber llegado hasta el hastío, con el Movimiento al Socialismo (MAS), la principal plataforma de izquierda en Bolivia, pagando los platos rotos en las elecciones que se disputaron durante todo este fin de semana. La muestra más clara es que este lado del espectro político se quedó sin opción. Eduardo del Castillo, candidato del MAS, alcanzó apenas el 3,1 % de los sufragios. El presidente del senado, Andrónico Rodríguez, el 8,2 %.
La fractura del MAS
Luis Arce, el actual mandatario, llegó en 2020 tras las elecciones que sucedieron a la efímera presidencia de Áñez, presa desde 2021 por delitos de terrorismo, sedición, conspiración e incumplimiento de deberes, entre otros. Fue ministro de Economía de Morales por más de diez años en dos períodos no consecutivos. Se le considera el arquitecto del crecimiento de la economía boliviana durante los mejores años del mandato de quien fue su aliado, pero hoy ambos están ampliamente enfrentados, en las antípodas del mismo movimiento político.
Este enfrentamiento ha sido, a juicio de Rodolfo Colalongo, analista y docente de la Universidad Externado de Colombia, uno de los determinantes para que, pese a otras circunstancias, el MAS esté tan relegado. “Con una situación económica similar a la actual, pero con unidad del MAS, probablemente la situación sería otra. Una en la cual el oficialismo tendría serias chances de quedarse en el poder. Ahora bien, la crisis económica, sumada a la fuerte división interna del MAS, hace que los votantes exploren otras opciones diferentes a las escogidas en períodos anteriores. Además, los bolivianos comienzan a ser conscientes del desgaste político-institucional del MAS como movimiento político y gobierno”, explica el docente.
Es tan profunda la división que Morales criticó hasta este viernes las decisiones de Arce, avisando a la comunidad internacional de un “descontrol institucional y abuso de poder”, causados, posiblemente, por el relevo que el presidente hizo a finales de la semana pasada en la cúpula militar.
“Llama profundamente la atención el sorpresivo e imprevisto cambio del mando militar a solo dos días de las elecciones, prestándose a distintas hipótesis: desde la preparación de un fraude para cumplir acuerdos políticos hasta una posible renuncia del presidente por temor al descontrol interno con las fuerzas policiales, militares y la justicia del Estado”, escribió Morales, quien dejó oficialmente el MAS, después de casi 30 años como máximo dirigente, en noviembre de 2024.
Buscó ser candidato independiente, a pesar de que las leyes bolivianas limitan a dos períodos la reelección, una figura que ya supo esquivar gracias a que el Tribunal Constitucional Plurinacional lo habilitó en 2014 y 2019 para ello. En esos comicios, que virtualmente ganó, se produjo la crisis institucional que llevó a su salida temporal a México como exiliado y que terminó con la presidencia interina de Jeanine Áñez.
Para 2025, el TCP no le permitió un nuevo intento de reelección, a pesar de las apelaciones. Arce, por su parte, ha enfrentado una profunda crisis económica, pese a su experiencia como ministro, por lo que, a la postre, terminó descartando la posibilidad de presentarse a una reelección.
“La organización descentralizada del MAS, que hace que los movimientos sociales tengan un protagonismo muy relevante en la toma de decisiones, está atravesada por esta división, lo que le dio a las candidaturas de derecha una oportunidad de avanzar electoralmente”, explica Manuel Camilo González, docente de la Pontificia Universidad Javeriana.
Pozo económico y las nuevas (viejas) alternativas
La primera vuelta presidencial en Bolivia marcó el fin de una era. La izquierda dejará el poder después de 20 años y dos candidatos de derecha se disputarán la presidencia en un balotaje, mientras se avecina un cambio de modelo económico. La sorpresa fue Rodrigo Paz. Ninguna encuesta anticipó su triunfo y fue el candidato más votado el domingo (32,1 %). El 19 de octubre se enfrentará con Jorge Quiroga, quien quedó en segundo lugar con el 26,8 % de los sufragios.
“La derecha tiene varias caras nuevas (y otras tantas viejas) y sus programas pueden ser una solución atractiva, pero dolorosa, que debe pasar por la prueba de fuego de la resistencia de un país muy caracterizado en su historia por la movilización social. En cierta medida, Bolivia puede migrar a una situación parecida a la de Argentina, con políticas de recorte estatal y gran conflictividad social, que se puede agravar si hay minoría legislativa”, explica González.
Tanto él como Colalongo coinciden en que los masistas y el Gobierno no han podido dar con una solución clara a la crisis económica boliviana, que presentó una inflación interanual del 24,8 % en julio, la más alta desde 2008. Además, durante este período presidencial se produjo un declive en la exportación de gas natural, además de que se agotaron todas las reservas de dólares utilizadas en las políticas de subsidios de Arce. La importación de gasolina, diésel y productos alimentarios marcó otro punto complejo en la actual crisis.
Colalongo explica que, además, esta tendencia política en el país suramericano puede ubicarse en un “clima de época que está marcando el ascenso de las derechas extremas en todo el mundo”, y en la región también. En Argentina, Javier Milei llegó a la Presidencia no con un plan de choque de 100 días, como proponía uno de los candidatos, pero sí con su metáfora de la motosierra y acabar con las castas políticas. En Ecuador, Daniel Noboa llegó desde el sector empresarial como un outsider joven que derrotó dos veces a la candidata correísta, Luisa González. No son perfiles exactamente iguales, pero comparten similitudes.
“El MAS se suma a una lección regional: los proyectos políticos, por más buenos que sean, no pueden durar para siempre gobernando. El desgaste político-institucional es inevitable y hace necesario un cambio. Ahora, eso no significa que el cambio sea para mejor”, añade el analista. Este hartazgo también puede leerse como una necesidad de renovación. Arce y Morales llevan más de 20 años siendo protagonistas y, a pesar de que este último sigue teniendo un gran respaldo de los movimientos indígenas, esta vez no fue suficiente.
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