La de Haití es la historia de un fracaso rotundo. Ni la clase política nacional ni la billetera de la comunidad internacional han logrado sacarla de la espiral de corrupción, desgobierno, tragedias y caos. No hay dinero que lo salve: durante los últimos diez años el país ha recibido cerca de US$13.000 millones para su recuperación, pero lo único que ha logrado con esa lluvia de dinero fue engordar las arcas de políticos corruptos, aumentar la violencia y frenar cualquier intento por reconstruir el país. De acuerdo con analistas locales, la razón no es otra que la avaricia: “El gobierno de turno sabe que cada vez que la situación empeora, los gobiernos internacionales abrirán el grifo y la plata fluirá a chorros”.
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Conscientes de esta situación, los haitianos le gritan al mundo que los dejen en paz. Miles de personas se tomaron las calles esta semana para manifestarse en contra de los saqueos, el desgobierno, las pandillas, la violencia sexual, el desabastecimiento de combustibles, el desempleo, la pobreza, la intervención extranjera, la inseguridad alimentaria y, para rematar, el cólera. Haití parece ser escenario de las 10 plagas bíblicas. La violencia se desató luego de que el secretario general de la ONU pidiera desplegar una fuerza armada internacional para “ayudar” al país.
“Estados Unidos y Canadá hacen injerencia en los asuntos internos de Haití”, denuncian los manifestantes que rechazan la idea de militares extranjeros en su territorio y de más envío de dinero, que jamás termina en mejoras para el pueblo. “La historia no se puede repetir”, gritan en medio de saqueos y violencia. “No queremos botas”, advierten y lamentan que Estados Unidos apoye a tanto gobierno corrupto. Desde que EE. UU. ocupara el país, a comienzos del siglo XX, con la excusa de imponer el orden, los haitianos miran con recelo el papel de esa nación, a la que acusan de sostener gobiernos corruptos por conveniencia.
Luego de años de estar en manos de militares, en 1990 fue elegido por primera vez un presidente en democracia: Jean-Bertrand Aristide, quien fue depuesto siete meses después. En 1994, con el apoyo de 20.000 soldados de EE. UU., Aristide fue devuelto al poder y Washington obtuvo millonarios contratos y privatizaciones de empresas de comunicaciones; en 1995 llegó René Preval y luego otra vez Aristide, quien volvió al exilio en 2004. La ONU envió una misión de paz (Minustah) para estabilizar la nación, iniciativa polémica que duró trece años y dejó una estela de escándalos. El apoyo de Estados Unidos al fallecido presidente Jovenel Moïse, amangualado con las pandillas, como varios de sus antecesores, también despertó la ira de los haitianos, que pedían su renuncia antes del magnicidio. Se dice que tenía amistad con Jimmy Chérizier, alias Barbecue, el pandillero más poderoso de Haití; Ariel Henry, actual primer ministro, le teme y por eso pide ayuda, de nuevo, a Estados Unidos.
Esta semana, ante el estallido social, Antony Blinken, secretario de Estado del gobierno de Joe Biden, anunció que enviarían asistencia humanitaria, pondrán restricciones de visa a funcionarios haitianos vinculados con pandillas y darán apoyo para el manejo de la epidemia de cólera, la más grave desde 2019, cuando un brote de la enfermedad mató a 10.000 personas.
Pero Henry quiere más y oficialmente pidió una “fuerza especializada armada” para “frenar, en toda la extensión del territorio, la crisis humanitaria” provocada por la actuación de las pandillas. Según cifras proporcionadas por la Comisión Nacional de Desarme, Desmantelamiento y Reintegración, hay más de 76 pandillas que lo controlan todo: infraestructuras energéticas como el puerto internacional de Puerto Príncipe, la capital, y la principal terminal de combustible.
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Después del magnicidio de Moïse, líderes de la sociedad civil haitiana piden que Estados Unidos ayude a crear un sistema que funcione y que les retire su apoyo a funcionarios corruptos que solo alargan la crisis. “Desde 2018, hemos pedido rendición de cuentas”, dijo Emmanuela Douyon, experta en política haitiana en un testimonio en el Congreso de Estados Unidos el año pasado, donde instó a Washington a cambiar su política exterior y estrategia de ayuda a Haití.
“Necesitamos que la comunidad internacional deje de imponer lo que cree que es correcto y comience a pensar a largo plazo y en la estabilidad”, opinó Douyon, quien en un artículo publicado en la prensa estadounidense pidió a ese país “condicionar la ayuda a Haití a que sus líderes limpien y reformen las instituciones del país”.
“Habrá muchos llamamientos para la intervención internacional y el envío de tropas, pero es importante que demos un paso atrás y veamos cómo la intervención internacional ha contribuido a esta situación”, dijo Jake Johnston, investigador asociado del Center for Economic and Policy Research en Washington.
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Lydia Polgreen, columnista de opinión de The New York Times, señaló en un artículo que, “durante buena parte de la historia de este país, el pueblo haitiano ha sido el juguete de poderosas fuerzas externas e internas: de las potencias coloniales y neocoloniales, de las élites económicas, de las redes criminales mundiales, de los políticos que solo buscan llenarse los bolsillos” y pidió que la deuda que tiene el mundo con Haití es dejarlos a ellos resolver la situación.
“¿Qué le debe hoy el mundo a Haití? En primer lugar y sobre todo, dejarlo en paz. Darles a los haitianos el tiempo, el espacio y el apoyo para imaginar un futuro diferente para su país”, escribió Polgreen, quien relata lo que le dijo Dan Foote, exenviado especial de Estados Unidos en Haití: “La política exterior estadounidense sigue creyendo en su subconsciente que Haití es un puñado de negros idiotas que no saben organizarse, y que nosotros tenemos que decirles lo que tienen que hacer, o si no las cosas se pondrán muy mal. Pero los extranjeros hemos hecho de Haití un estropicio cada vez que hemos intervenido. Es hora de darles una oportunidad a los haitianos. ¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Que lo hagan peor que nosotros?”.
La espada pende sobre el cuello de los haitianos. Además de la grave situación social, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) advirtió sobre lo que puede pasar en Haití con el resurgimiento del cólera. Ya se han confirmado 32 casos de la enfermedad y del 1 al 9 de octubre hubo 16 decesos, según informó el lunes el Ministerio de Salud Pública de Haití, que también informa de 224 casos sospechosos, en particular en la cárcel civil de Puerto Príncipe, la mayor del país. “Hay más de 260 casos pendientes de confirmación en la zona que rodea a la capital, Puerto Príncipe, y casi una cuarta parte de ellos se han constatado en niños de uno a cuatro años”, informó la OPS.
Según le confirmó el médico Michel Théard al periódico local Le Nouvelliste: “Hay un riesgo cerrar las instituciones de salud si no se hace nada por el normal abastecimiento de combustible”. Puerto Príncipe está fuera de control. La ONU reveló ayer cerca de cien testimonios sobre abusos sexuales cometidos en Haití. La receta para un nuevo fiasco: pandillas, hambre, epidemias y el fantasma de más tropas extranjeras. Pobre Haití.
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