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¿Por qué “fracasan” las cumbres interregionales?

La Celac-UE se reúne en Santa Marta, pero, ¿sirven de algo estas cumbres? Dos expertos explican por qué el formato ya no funciona.

Camilo Gómez Forero

08 de noviembre de 2025 - 07:00 p. m.
El presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, y su colega colombiano, Gustavo Petro, junto a su hija, durante su encuentro en la COP30.
Foto: AFP - RICARDO STUCKERT
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La pregunta del título no surge de ninguna manera porque se desee o prevea que esta Cumbre Celac-UE en específico fracasará en Santa Marta. Antes de imprimir, no sabemos lo que pasará y podría, sorpresivamente, ser un rotundo éxito —aunque veremos cómo las condiciones no están dadas para ello—.

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El evento es solo la excusa para recuperar las reflexiones de Gian Luca Gardini y Andrés Malamud, dos voces muy respetadas en el estudio de las relaciones internacionales y particularmente sobre este tipo de encuentros. Ambos tienen un profundo conocimiento no solo de la diplomacia latinoamericana, sino de los mecanismos de integración.

El primero es doctor en relaciones internacionales por la Universidad de Oxford y profesor titular en la Friedrich-Alexander-Universität Erlangen-Nürnberg (Alemania). El segundo es doctor en ciencia política por el Instituto Universitario Europeo (EUI, Florencia) e investigador principal del Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de Lisboa (ICS-ULisboa). En 2018, propusieron evaluar críticamente los mecanismos de asociación interregional frente a la nueva realidad multipolar a la que nos enfrentamos. Sus hallazgos son trascendentales para esta coyuntura.

Geografía inexistente

En primer lugar, Gardini y Malamud escriben que el modelo de “interregionalismo”, en el que dos bloques se encuentran, como Europa y América Latina, surgió en los años noventa, cuando todavía tenía sentido hablar de regiones consolidadas, con instituciones y agendas un poco más comunes. Sin embargo, hoy esa geografía no existe. Las regiones están mucho menos cohesionadas que antes.

América Latina, por ejemplo, no tiene una voz unificada: la Celac convive con Unasur, Mercosur, la Alianza del Pacífico y foros “ad hoc”. Europa, por su parte, enfrenta crisis internas (Brexit, auge de la extrema derecha, guerra en Ucrania) que también fragmentan su discurso. En ese sentido, seguir insistiendo en una cumbre de estos dos bloques, parte de una geografía política que ya no existe.

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El sistema internacional actual es multipolar y fluido, y las relaciones más relevantes se dan por temas, como energía, migración, IA y clima, y no por regiones. De esta manera, Gardini y Malamud observan que las cumbres interregionales funcionan bajo la lógica del viejo multilateralismo, todo muy formal, lento y protocolario, mientras que las dinámicas de cooperación hoy se articulan en redes más flexibles, con alianzas temáticas, coaliciones coyunturales o acuerdos bilaterales “ad hoc”.

El mundo va más rápido

“La capacidad limitada para producir resultados prácticos y generar efectos en el sistema internacional revela la inadecuación de este instrumento frente al nuevo contexto global”, señalan los expertos.

Ellos insisten en el “problema del tiempo” en la actualidad: las cumbres requieren meses (a veces años) de preparación, equipos enteros y grandes presupuestos. En un entorno de crisis simultáneas y diplomacia digital, esa lentitud se percibe como anacrónica. Como muestra de esto, la última vez que América Latina se vio la cara con Europa en una cumbre de este tipo fue en 2023, que sirvió para reactivar el acuerdo. Se necesitaron poco más de dos años para acercarse de nuevo, y el mundo y sus desafíos son muy diferentes al del encuentro anterior.

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El proceso interregional, dicen los expertos, fue diseñado para un mundo donde la política exterior se construía con discursos y fotografías, no con resultados inmediatos. Hoy, la legitimidad se mide por impacto tangible. Por eso concluyen que el formato mismo debería ser objeto de “revisión y replanteamiento”: si las cumbres producen pocos resultados verificables, el dinero y capital político que consumen podrían destinarse a mecanismos más ágiles o “microcumbres”.

Hoy abundan formatos más operativos como el G20, Brics, Foro de París sobre Paz, COP o las reuniones paralelas en la ONU. En ellos las decisiones no se intentan consensuar entre 60 países, sino entre 10 o 15 actores estratégicos por tema. Los académicos argumentan que la diplomacia de bloques amplios produce textos y no acción, mientras que las coaliciones reducidas, orientadas a proyectos o crisis, consiguen compromisos medibles.

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¿Qué sería el éxito? Hacia una diplomacia más útil

Los autores plantean que ni los propios organizadores saben con precisión qué esperan obtener. Es muy difícil medir el éxito, una razón por la cual la asistencia se vuelve un fin en sí mismo. Hay una confusión estructural entre tres posibles fines: el diálogo político, la cooperación económica y la proyección simbólica. En la práctica, los tres se mezclan y ninguno se consolida.

Gardini y Malamud no descartan las cumbres interregionales por completo. Más bien proponen repensarlas. Si el viejo formato ya no produce resultados concretos, habría que transformarlo en algo más enfocado, temático y flexible. En lugar de cumbres masivas cada dos o tres años, con agendas tan extensas que se vuelven imposibles de seguir, los autores plantean encuentros reducidos entre países que compartan intereses puntuales, como energía, innovación, migración, clima, y donde los compromisos sean medibles.

En este nuevo contexto, las cumbres podrían convertirse en plataformas de cooperación técnica más que en vitrinas políticas. También recomiendan abrirlas de verdad a la sociedad civil, no como un accesorio simbólico, sino como actor de seguimiento. De ese modo, el éxito no se mediría por el número de líderes en una foto ni por la extensión del comunicado final, sino por lo que efectivamente se logra implementar.

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