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Hay un antes y un después del momento en el que Twitter y Facebook decidieron bloquear las cuentas personales del expresidente de Estados Unidos, Donald Trump. El debate se concentró en el derecho a la libertad de expresión, a los peligros que el precedente marcaba para nuestro futuro en la democracia digital de la cual todos y todas hacemos parte hoy en día, del siniestro e inconmensurable poder que tienen hoy las compañías tecnológicas. Sin embargo, el evento no es del todo nuevo. Si bien nunca se había hecho algo así con la cuenta del presidente de una de las democracias más influyentes de occidente, como lo es Estados Unidos, sí se había hecho y se hace, justo en este momento, en todas las partes del mundo.
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De hecho, si el marco se abre un poco, se podría pensar que el impacto que generó se debe simplemente a la costumbre de poner la medida de las cosas a partir de lo que pasa con los estadounidenses. Lo cierto es que mientras se bloqueaba la cuenta de Trump, Twitter borraba una publicación de la cuenta personal del líder de Irán, el Ayatollah Ali Khamenei, en la que calificaba de “poco confiable” las vacunas del COVID-19 desarrolladas por Estados Unidos y el Reino Unido. Si bien la cuenta del mandatario es un caso particular, porque no está verificada, poco o nada se hizo mención al acontecimiento.
Twitter tiene la mala costumbre de suspender cuentas sin dar muchas explicaciones sobre las reglas de las políticas internas que se violaron. Lo hace a diario con miles de cuentas que considera sospechosas de ser usuarios falsos, bots o trolls pagos para difundir discursos de odio. Justo dos días después del 6 de enero, cuando cientos de simpatizantes de Trump invadieron el Capitolio en Washington, la compañía tecnológica bloqueó las cuentas personales de Michael Flynn, exdirector de la Agencia de Inteligencia de Defensa de Estados Unidos y la de la abogada Sidney Powell, quien difundía permanentemente teorías conspirativas.
Un delegado de Twitter le dijo en ese momento a NBC News: “Hemos sido claros en que tomaremos medidas firmes para hacer cumplir la ley sobre el comportamiento que tenga el potencial de provocar daños fuera de línea y, dado el potencial renovado de violencia que rodea a este tipo de comportamiento en los próximos días, suspenderemos permanentemente las cuentas que sean dedicado a compartir contenido QAnon “. Académicos británicos de la Universidad de Oxford y del London School of Economics and Political Science, consultados por este diario, coincidieron en que era un medida acertada pero que llegaba tarde.
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La purga también se llevó por delante a Ron Watkins, administrador del portal 8Kun, un foro en línea en el que suelen publicarse los mensajes de Q, el misterioso y anónimo usuario que siembras las teorías conspirativas del movimiento QAnon sobre círculos pedófilos e insurreccionistas que incluyen políticos demócratas y estrellas de Hollywood.
Desde hace años, más o menos desde las elecciones de 2016 en Estados Unidos, cada red social viene implementando sus estrategias para evitar perder la confianza de la gente, y posteriormente, su valor monetario como compañía. A finales de 2017, por ejemplo Twitter eliminó cerca de 35 millones de cuentas que a su juicio eran sospechosas o falsas. Luego, el año siguiente, duplicaron la cifra, un momento histórico en el que se dio un golpe en la mesa sobre su compromiso por defender el buen funcionamiento de la plataforma.
En España, por ejemplo, el partido político Vox ha sido blanco de la compañía tecnológica. A finales del pasado enero, su cuenta fue suspendida por una publicación que violaba su política de incitación al odio. “Suponen aproximadamente un 0,2% y son responsables del 93% de las denuncias. La mayoría son procedentes del Magreb. Es la Cataluña que están dejando la unánime indolencia y complicidad con la delincuencia importada. ¡Solo queda VOX! #StopIslaminación”, aseguraba el polémico tuit en el que se relacionaba la migración con la delincuencia. “Incitar al miedo contra un grupo de personas por su origen o nacionalidad no tiene cabida en nuestro servicio”, respondió Twitter.
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En la región también se han presentado casos como estos. Por ejemplo, en enero del 2020 las cuentas de Twitter de la presidencia de Venezuela, dirigida por Nicolás Maduro, quedaron suspendidas. También ocurrió lo mismo con las del Ministerio de Turismo y Comercio Exterior, Servicios Penitenciarios, Cultura y la del Banco Central de Venezuela, entre otras. El jefe del Comando Estratégico Operacional de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (Ceofanb), Remigio Ceballos, acusó en ese momento al gobierno de Estados Unidos por una supuesta injerencia en la plataforma.
“La FANB repudia estos hechos, vamos al combate por la independencia”, escribió Ceballos citado por el canal estatal VTV. El militar cambió su cuenta a modo privado para que solo sus seguidores pudieran leer sus publicaciones.
El rasero de Facebook y Twitter todavía parece débil y poco claro. De hecho, como recuerda The Atlantic, hay cuentas de otros mandatarios que han escrito cosas igual o peores a las de Trump, por ejemplo, y siguen activas. Por ejemplo la del primer ministro de la India, Narendra Modi, “incluso cuando su gobierno toma medidas enérgicas contra la disidencia y supervisa la violencia nacionalista. La cuenta de Facebook del presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, está viva y coleando, a pesar de haber armado la plataforma contra los periodistas y en su guerra contra las drogas”. Exigirles libertad de expresión parece una batalla a largo plazo, pero se puede empezar exigiéndoles claridad e igualdad a la hora de tomar estas decisiones.
