Cuando el 13 de marzo de 2013 apareció la fumata blanca en el cielo del Vaticano, el mundo se preparaba para conocer al primer papa latinoamericano y jesuita de la historia. Pocos esperaban que el elegido fuera el cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio. Su ascenso al pontificado fue el resultado de una serie de votaciones rápidas, conversaciones privadas y un fuerte deseo de renovación en la cúpula de la Iglesia católica.
La renuncia de Benedicto XVI, anunciada en febrero de 2013, dejó a los cardenales sin tiempo para las maniobras previas que suelen anticipar un cónclave. Según el periodista Gerard O’Connell, autor del libro La elección del papa Francisco, la sorpresa fue tan grande que muchos purpurados llegaron a Roma sin una figura clara en mente. En las congregaciones generales previas al encierro, Bergoglio captó la atención con una breve intervención que muchos describieron como “visionaria y espiritual”.
Aunque los favoritos eran el italiano Angelo Scola, el canadiense Marc Ouellet y el brasileño Odilo Scherer, ninguno terminó de convencer como líder de una Iglesia golpeada por escándalos, divisiones y pérdida de credibilidad. Muchos cardenales buscaron una figura más espiritual que administrativa. Ahí comenzó a crecer silenciosamente el nombre de Bergoglio.
Las votaciones del cónclave del 2013
El cónclave comenzó el 12 de marzo de 2013. En la primera votación, realizada esa misma tarde, Scola obtuvo unos 30 votos, mientras Bergoglio sorprendió con 26. Aunque no lideró inicialmente, muchos interpretaron ese respaldo como una señal.
El miércoles 13, por la mañana, Bergoglio tomó la delantera: en la segunda votación recibió 45 votos y en la tercera, 56. Para entonces, su nombre ya sonaba con fuerza dentro de la Capilla Sixtina. Por la tarde, en la cuarta votación, sumó 67 apoyos y, finalmente, en la quinta, alcanzó los 85 votos necesarios para ser proclamado papa.
El propio Francisco contó en vida que algo cambió durante el almuerzo del miércoles. “Empezaron a preguntarme por mi salud”, dijo en una entrevista. “Y en la siguiente votación, ya estaba decidido”.
Según O’Connell, cardenales de distintos continentes coincidieron, la víspera del cónclave, en reuniones informales donde se valoró a Bergoglio como una figura capaz de impulsar una reforma espiritual. Varios “kingmakers”, los cardenales electores, como Hummes (Brasil), Gracias (India) o Murphy-O’Connor (Reino Unido), respaldaron el perfil humilde de Bergoglio, su cercanía a los pobres y su visión de una Iglesia “en salida”.
Bergoglio, que había quedado segundo tras Ratzinger en 2005, no hizo campaña y estaba convencido de que no sería elegido. Había comprado su pasaje de vuelta a Buenos Aires y tenía lista su homilía para el Jueves Santo.
El gesto fundacional: “No te olvides de los pobres”
Una vez confirmada su elección, Bergoglio reveló que fue el cardenal brasileño Cláudio Hummes quien lo inspiró a adoptar el nombre de Francisco. “Cuando todos aplaudieron, él me susurró: ‘No te olvides de los pobres’”, contó el papa argentino. Fue la primera señal de que su pontificado tomaría un rumbo distinto.
También recordó, con humor, cómo rompió el protocolo sin saberlo: salió al balcón acompañado del entonces alcalde de Roma, algo no previsto. “Del resto, ya fueron testigos”, dijo años después.
El cónclave de 2013 duró apenas dos días y cinco votaciones, una duración similar al que eligió a Benedicto XVI en 2005. Sin embargo, su impacto fue mucho más profundo. Según O’Connell, varios cardenales compartieron después que la elección de Francisco representó “un terremoto en la Iglesia católica”, una ruptura simbólica con las estructuras tradicionales de poder en el Vaticano.
Bergoglio no era el candidato de las quinielas ni el preferido de las corrientes más conservadoras. Pero fue, para una mayoría de cardenales, la figura que mejor encarnaba lo que la Iglesia necesitaba: humildad, cercanía, y una vuelta a lo esencial.
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