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Una tragedia ha dejado perpleja a la sociedad alemana. Un hombre en Königs Wusterhausen, un municipio a las afueras de Berlín, asesinó a su esposa y a sus tres hijos antes de quitarse la vida, temiendo ser castigado por falsificar un certificado de vacunación, según Gernot Bantleon, portavoz de la fiscalía local.
Según una nota suicida encontrada en el lugar de la escena, el padre de la familia temía que las autoridades se llevaran a sus hijos y que él y su esposa fueran a parar a la cárcel. Su jefe había descubierto la falsificación de su certificado de vacunación y pretendía investigarlo.
“El padre esperaba que él y su mujer fueran detenidos y que les quitaran a los niños”, especificó Bantleon.
Lo cuerpos sin vida de los cinco integrantes de la familia fueron encontrados el pasado sábado sacudiendo a la comunidad de Königs Wusterhausen, aunque se desconocía la razón de los homicidios.
La autopsia de los cadáveres aún está en curso, pero los investigadores no han encontrado hasta ahora heridas de bala mortales, según la fiscalía.
Las autoridades alemanas han expresado en repetidas ocasiones su preocupación por la proliferación y el tráfico de certificados falsos de vacunación contra el COVID-19, especialmente cuando el país enfrenta una nueva ola de contagios.
Los antivacunas se han radicalizado en Alemania, tanto en la web como en la calle. Los mensajes amenazadores de contenido contrario a las vacunas se multiplican en las redes sociales, como el lanzado por el grupo llamado “Corona-Virus-Información”, que circula en la aplicación de Telegram desde finales de noviembre y fue visto por unas 25.000 personas.
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Bajo el mensaje “Iniciativa de direcciones privadas”, este grupo amenaza con poner en línea “información personal de representantes locales, políticos y otras personalidades que llevan a cabo una propaganda podrida” a favor de la vacunación contra el covid-19.
Esta advertencia es un ejemplo más en medio de una multitud de otros que circulan en las redes sociales, con repercusiones muy concretas en la calle.
La radicalización constatada tras el confinamiento parcial en varios países -particularmente violento en Holanda y con una fuerte movilización en Austria- preocupa en Alemania, muy afectada por la última ola de coronavirus.
Para intentar frenarla, el gobierno aumenta semana tras semana la presión sobre los no inmunizados, con limitaciones de acceso y desplazamiento e incluso una posible obligación nacional de vacunación.
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Como lo ha hecho desde el comienzo de la pandemia, la extrema derecha está en primera fila para sacar provecho del descontento suscitado. El fin de semana pasado se celebró una ruidosa manifestación frente al domicilio privado de la ministra regional de Sanidad de Sajonia, una de las regiones con menor tasa de vacunación.
Unas treinta personas denunciaban una “dictadura”, blandían antorchas y golpeaban un tambor. La escena, en este feudo local de la ultraderecha alemana, evocó desfiles del período nazi. Dicha radicalización se encuentra con un laxismo de los reguladores de internet, que dan lugar a hostilidad y amenazas contra los profesionales de la salud.
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