Luto vs. indiferencia: el porqué unos irlandeses no lloran la muerte de Isabel II

No fue sino hasta el 2011 que la reina Isabel viajó a Dublín, convirtiéndose en la primera monarca en visitar Irlanda desde su independencia, que ocurrió en 1922.

Foto: AFP - BEN STANSALL

La relación que mantuvo la reina Isabel con Irlanda fue compleja y las reacciones frente a su muerte son muestra de ello. Mientras que los políticos fueron algunos de los que rindieron tributo a la monarca tras su fallecimiento, algunas personas manifestaron su inconformismo frente a ella y a la institución que representó por 70 años.

Anne Marie Quilligan, una trabajadora social de la región de Limerick, en Irlanda, dijo el jueves que las reacciones encontradas de los irlandeses y otras personas cuyas naciones sufrieron bajo el imperio británico fueron un “trauma colectivo”. “El trauma no resuelto puede volverse generacional”, escribió en Twitter. “La colonización es un trauma”, se lee en el Washington Post.

Entretanto, Michael D. Higgins, presidente irlandés, rindió tributo a la reina diciendo: “Ella estableció una relación nueva y progresista entre nuestras naciones. La extrañaremos”. Además, dijo que “su compromiso personal con su papel y su extraordinario sentido del deber fueron los sellos distintivos de su período como reina, por lo que ocupará un lugar único en la historia británica”.

Por su parte, el jefe de gobierno, Micheál Martin, aseguró: “Nuestro mundo es un lugar más pobre por su muerte, pero un lugar mucho más rico y mejor como resultado de su larga vida y su contribución duradera”. En complemento, Leo Varadkar, su viceprimer ministro, dijo: “Irlanda ha tenido una relación compleja y profundamente conflictiva con la monarquía británica durante muchos siglos. La reina Isabel será recordada como alguien que construyó puentes entre Irlanda y el Reino Unido, y restableció las conexiones entre nuestras naciones”.

¿Por qué mientras unos expresan el luto otros no la lloran?

El fallecimiento de Isabel II provocó reacciones diferentes entre los irlandeses. Por ejemplo, unos aficionados del fútbol cantaron “¡Lizzy está en una caja!”, grito que fue catalogado de insensible. Otros, por su parte, apelaron a la historia de conflictos violentos y de dominación colonial para mostrar su distanciamiento frente a quien hasta hace algunos días era la jefa de Estado del Reino Unido y la soberana de los países que hacen parte del Commonwealth.

Fue en 1922, hace apenas 100 años, que Irlanda obtuvo su independencia, acabando con ocho siglos de intervención política y militar inglesa en la mayor parte de la isla. Sin embargo, dado el empeño de Irlanda del Norte de seguir perteneciendo al Reino Unido, se desató un conflicto entre las fuerzas nacionalistas, que querían hacer parte de la república, y los unionistas, que eran leales a la monarquía. Este conflicto duró 30 años y dejó cerca de 3.500 muertos.

No fue sino hasta el 2011 que la reina Isabel viajó a Dublín, convirtiéndose en la primera monarca en visitar esas tierras desde la independencia, y desde allí leyó un discurso que decía: “A todos aquellos que han sufrido como consecuencia de nuestro turbulento pasado, extiendo mis sinceros pensamientos y profunda simpatía. Con el beneficio de la retrospectiva histórica, todos podemos ver cosas que desearíamos que se hubieran hecho de manera diferente o que no se hubieran hecho en absoluto”.

Y mientras Mary Lou McDonald, presidenta de Sinn Fein, llamó a la reina “una poderosa defensora y aliada de quienes creen en la paz y la reconciliación”, otros recordaron algunos extractos de una columna del año pasado escrita por Patrick Freyne en el Irish Times. En ella, el autor argumentó que la monarquía era una institución arcaica sin futuro y, textualmente, afirmó: “Tener una monarquía al lado es un poco como tener un vecino al que realmente le gustan los payasos y ha pintado su casa con murales de payasos, exhibe muñecos de payasos en cada ventana y tiene un deseo insaciable de escuchar y discutir noticias relacionadas con los payasos. Más específicamente, para los irlandeses es como tener un vecino al que le gustan mucho los payasos y, además, tu abuelo fue asesinado por un payaso”.

Ahora bien, la corresponsal del Irish Times, Naomi O’Leary, comentó que “la respuesta real en Irlanda es, sí, cierta indiferencia porque no es importante para todos”, según tuiteó sobre la muerte de la reina. “Pero las expresiones públicas son abrumadoramente empáticas con nuestros vecinos, amigos y, en muchos casos, miembros de la familia”. La periodista desmintió cierta información que empezó a circular por redes sociales. Por ejemplo, dijo que “no es cierto que unos bailarines irlandeses hicieron una presentación frente al Palacio de Buckingham a modo de celebración. Esa fue una publicación inocente de enero, republicada fuera de contexto”.

El inconformismo no es solo en Irlanda

Mukoma Wa Ngugi, autor keniano y profesor de Cornell, aseguró: “Si la reina se hubiera disculpado por la esclavitud, el colonialismo y el neocolonialismo, e instado a la Corona a ofrecer reparaciones por los millones de vidas quitadas en su nombre, entonces, tal vez, yo haría lo humano y me sentiría mal. Como keniano, no siento nada. Este teatro es absurdo”.

A través de Twitter, agregó: “Mi tío era sordo. Los soldados británicos le pidieron que se detuviera. Por supuesto, no los escuchó. Lo mataron a tiros. Mi otro tío estaba en el Mau Mau. Mi abuela escondía balas para él. El colonialismo le sucedió a personas reales. Es una locura absoluta esperar que lloremos a la reina”. Y es que detrás de su declaración están los cerca de 10.000 muertos que dejó una de las represiones más sangrientas del imperio británico. Ahora bien, en 2013, Gran Bretaña aceptó indemnizar a más de 5.000 kenianos que sufrieron tratos horribles durante la revuelta, en el marco de un acuerdo por un valor de casi 20 millones de libras (unos US$23 millones).

En la memoria de los kenianos también está la guerra de Biafra. Según se lee en una editorial de The Daily Nation, el principal periódico de Kenia, “la reina deja un legado desigual de la represión brutal de los kenianos en su propio país y de las relaciones mutuamente beneficiosas”. Recordando que fue justamente en ese territorio donde ella estaba cuando su padre murió, asumiendo el rol que él dejó vacío y convirtiéndose en la cabeza de la corona británica, el diario destacó que “lo que siguió fue un capítulo sangriento en la historia de Kenia, con atrocidades cometidas contra un pueblo cuyo único pecado era reclamar la independencia”.

*Con información de AFP.

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