Por entre las cicatrices del Muro de Berlín

Han pasado 27 años desde la noche de noviembre de 1989 cuando el mundo se sorprendió con la caída del Muro de Berlín. Dos colombianos palparon las cicatrices de algo que ahora se propone entre Estados Unidos y México.

Daniel Manrique Castaño, Pamela Londoño Salazar, Especial para El Espectador
20 de noviembre de 2016 - 02:00 a. m.
Por entre las cicatrices del Muro de Berlín

El 9 de noviembre de 1989 parecía un día normal en la socialista República Democrática Alemana (RDA). En horas de la tarde, las autoridades sesionaron para discutir sobre la posibilidad de emitir un permiso especial para que los habitantes de esta región pudieran viajar a la República Federal de Alemania (RFA), separada de la RDA por un doble muro que partía en dos la ciudad de Berlín. Las constantes quejas de países como Checoslovaquia y Hungría por el alto número de inmigrantes, sumadas a los constantes movimientos ciudadanos que en ciudades como Leipzig pedían un cambio en la política migratoria, fueron el motor de la reunión de aquella tarde.

Cuando finalizó la sesión, se pasó el acta al encargado de prensa, alguien sin mucha experiencia en este tema, quien además no había estado en la reunión. Una pantalla en el memorial del Muro de Berlín, ubicado en la Bernauer Straße, reproduce el momento en el que se leyó al público el comunicado:

Vocero RDA: “Hoy, el trabajo del comité central decidió que los viajes privados a países extranjeros pueden ser aplicados sin ningún requerimiento. Se concederán permisos en breve para que las personas puedan visitar a sus parientes”.

Periodista: ¿Cuándo tendrá efecto esto?

Vocero de la RDA: Hasta donde sé, esto se hará efectivo inmediatamente…

Paul Pfeiffer, un oficial de policía de 34 años, se encontraba de servicio en el aeropuerto de Schönefeld, ubicado a 20 kilómetros al suroeste de Berlín. “Esa noche yo estaba trabajando en Schönefeld. Cuando escuché la noticia en la radio, no lo podía creer. Fue un momento de shock. Pensé que todo era mentira o que algo no estaba bien con la información. Crecí en Berlín viendo casi todos los días un muro que partía la ciudad en dos... Había un muro, simplemente es muy difícil creer que el muro ya no esté”, recuerda Pfeiffer.

Agrega: “Cuando me di cuenta de que era real, de que lo que estaba escuchando al parecer estaba sucediendo, pensé: el país que conozco ya no está; Alemania es solo una”.

Klaus Schmitt era un joven de 20 años proveniente de Hannover, en el occidente del país, que en aquel instante se encontraba viajando por Siria. “Al principio no lo creí. Las personas en Siria no tenían mucha educación. Entonces pensé que algo debía estar mal”, señala.

Precisa que “después, cuando vi en televisión lo que estaba pasando, recuerdo que sentí algo que no puedo describir. Una especie de alegría que no he vuelta a sentir jamás… Muchos sirios estaban contentos, porque como la Unión Soviética tenía relaciones con Siria, muchos pensaron que si Alemania se unificaba, ellos podrían viajar a Occidente”.

En la fría noche del jueves 9 de noviembre, los berlineses orientales y occidentales empezaron a correr hacia ambos lados del muro cuando se enteraron del comunicado. El sentimiento era de júbilo, una alegría incontenible. Por otra parte, los guardias en los distintos puntos de control del muro no sabían qué hacer. Estaban desconcertados por toda la movilización ciudadana y no habían recibido ninguna instrucción por parte de las autoridades políticas. Simplemente, no sabían cómo controlar a tantas personas.

Cerveza gratis

Jaime Santa Isabel del Amo, guía turístico en Berlín, cuenta que en el puesto de control de Bornholmer Straße, ante el empuje de la gente, el comandante del puesto decidió empezar a dejar pasar a algunas personas (las que más ruido y desorden generaban), diciéndoles: “Si usted pasa, no podrá regresar”. Palabras que no fueron suficientes para evitar que decenas de berlineses se aventuraran al otro lado del muro. Finalmente, todos los puntos de control en la ciudad cedieron, los mismos guardias del muro empezaron a llorar y a sonreír. Las personas empezaron a pasar de un lado al otro y después llegaron las picas y palas para hacer más simbólico el momento y derribar a trozos el muro. El muro había caído, la gente reía, lloraba y se abrazaba.

Lo cierto es que aquel jueves fue una noche para comer y beber hasta más no poder. Las cervecerías de Alemania Occidental ofrecían gratis cerveza a sus compatriotas orientales. Fue una explosión de hermandad que pocas personas y naciones han vivido alguna vez. El júbilo se extendió durante todo el fin de semana. Sin embargo, el domingo en la noche todos los berlineses se preguntaban: ¿Qué pasará mañana, será esto una realidad? ¿Es todo esto cierto? Sin embargo, el lunes, el sol les dejó ver a los berlineses que los pedazos de muro derribados cuatro días antes, aún seguían en el suelo.

Frente al alboroto de aquella noche, el oficial Pfeiffer, quien hoy cuenta con 62 años, sólo atinó a decir: “Lo malo de todo el asunto fue que como yo estaba de servicio, no tuve lugar para celebrarlo”.

Otro mundo

La gente en el este de Alemania pensaba que el “muro antifascista-capitalista” era para siempre, especialmente la gente joven que creció viendo el muro. El oficial Pfeiffer recuerda que en Alemania del Este no había lujos, como al otro lado del muro, donde las personas hacían galas de nuevos vehículos o adquisiciones personales. “Pero en Alemania del Este yo vivía bien. Todas las personas tenían lo necesario, tenían trabajo. Nadie sentía que le hiciera falta algo, a pesar de la idea que tienen las personas sobre este país”, dijo.

En ese momento se preguntó: “¿Qué va a pasar ahora? El país en el que yo crecí se ha ido. Pero al mismo tiempo sentí la felicidad de pensar que Alemania estaba otra vez unida. Que las personas que tenían seres queridos al otro lado del muro, se podrían reencontrar otra vez”, agrega.

Pfeiffer dejó Berlín del Este seis meses después. “Me demoré en emigrar al otro lado. Aunque parezca increíble, a muchos nos parecía aún irreal la situación. Pensábamos que algo malo estaría a punto de ocurrir con todo esto. Finalmente, me tuve que hacer a la idea de que el muro que vi casi todos los días de mi vida, ya no existía”, comenta.

La euforia que se apoderó de Berlín una fría noche de noviembre, se hizo realidad políticamente cuando el 3 de octubre del año siguiente se hizo constitucional la reunificación de Alemania, cuya capital ganó la emblemática Berlín, por un estrecho margen, ante la ciudad de Bonn, al occidente, que era la otra candidata para ser la capital de la Alemania unificada.

El Muro de Berlín, un muro que durante 28 años (1961-1989) significó la división física e ideológica de una nación, deja en la actualidad una cicatriz visible por los andenes y calles de la ciudad. Ahora, en algunos puntos donde se conservan pedazos del muro, se hace presente el arte para promulgar ideales de igualdad, equidad y unidad. Lo que alguna vez fue una barrera para separar vidas, religiones e ideas políticas, es ahora un espacio que nos recuerda que todos hacemos parte de la misma humanidad.

Por Daniel Manrique Castaño, Pamela Londoño Salazar, Especial para El Espectador

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