Antes de la aparición del COVID-19, el mundo se enfrentaba a otra epidemia aterradora: la fobia hacia los migrantes se expandía en todos los continentes de manera altamente contagiosa y sin vacuna a la vista. Esta situación no puede pasar más tiempo por alto, pues genera un costo enorme a nivel económico, social, político e incluso emocional.
Y es que algo que no suele promocionarse tanto como las noticias negativas en el marco de la migración son las oportunidades económicas que trae esta para una nación, por ejemplo. Las personas migrantes contribuyen al crecimiento inclusivo y al desarrollo sostenible de una nación, según las cifras oficiales. En Colombia, por ejemplo, la economía y el gasto decreció menos debido a la migración que llegó en los últimos años, según un estudio de la firma Raddar.
“El gasto de los hogares, sin contar los migrantes venezolanos, ascendió a $414,2 billones, mientras que, si se le suma lo que han gastado estos extranjeros en ese periodo, esta cifra llega a los $430,8 billones”, señala el documento. Esto lo ponemos en riesgo por el odio al migrante.
En cuanto al campo social, la discriminación nos lleva al aumento de ataques de odio. Podemos observar esto en Europa y Estados Unidos, donde los discursos contra el migrante calaron entre un sector extremista que respondió a la llegada de extranjeros con violencia.
¿Por qué se desarrolla la xenofobia? La desinformación sobre aspectos de seguridad y salud, que proviene incluso de funcionarios públicos, parece ser el síntoma que más contribuye a la expansión de este virus, según expertos. Los migrantes venezolanos, nuestro ejemplo más cercano, son estigmatizados en América Latina y atacados en redes sociales por miedo a que sean responsables de la transmisión de enfermedades o del aumento de delitos, entre otras cosas.
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Un siglo de investigación sobre los datos que proporciona el gobierno estadounidense ha sido concluyente: los ciudadanos nacidos en el extranjero (migrantes regulares o irregulares) cometen delitos con mucha menos frecuencia que los ciudadanos nativos del país.
Por otro lado, son varias las instituciones en América Latina que han dejado un mensaje claro sobre la migración: es infundada la idea de que los millones de migrantes venezolanos están aumentando las tasas de criminalidad en los otros países. Así lo mencionaron expertos de Migration Policy Institute (MPI) y Brookings Institution en un informe de 2019. De acuerdo con la investigación, en Colombia los ciudadanos venezolanos representaron el 2,3 % de los arrestos por delitos violentos en 2019. En Perú, basados en datos de encarcelamiento como indicador de tasas de criminalidad, el 1,3 % de los presos son extranjeros, incluyendo venezolanos y otras nacionalidades. Y en Chile, solo el 0,7 % de las personas acusadas de algún crimen eran venezolanas.
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Cabe destacar que los migrantes tampoco han sido responsables de los contagios de COVID-19, pues este problema no depende de ninguna nacionalidad, sino de la aplicación de protocolos de bioseguridad responsables. Pero toda esa desinformación que circula suele conducir a violencia en el espacio digital, la cual se materializa cada vez con más frecuencia en el mundo físico.
A nivel político el costo es muy claro: permite el ascenso de figuras radicales de ultraderecha que instauran políticas que atentan contra los derechos humanos. Esto conduce a la discriminación institucional, que se da cuando el propio Estado regula una situación que discrimina a un grupo de personas. Y es precisamente por todo esto que debemos prestar mayor atención a cómo se desarrollan las campañas políticas, ahora que Colombia está a menos de un año de entrar en un nuevo ciclo electoral.
En todo el mundo, la xenofobia ha sido una de las cartas más usadas por los políticos para agitar ciclos electorales y conseguir votos engañando a la ciudadanía con el odio injustificado al extranjero. Injustificado porque, aunque los discursos de ciertos políticos lo quieran hacer ver así, los migrantes no son responsables de los problemas preexistentes de una nación, como los altos niveles de inseguridad, desempleo o los desastrosos servicios de salud y educación. Esto lo vimos en Europa en 2014, en Estados Unidos en 2016 y de nuevo en 2020 y también lo estamos observando con preocupación en América Latina, en Argentina, en Perú y, por supuesto, en Colombia.
“Venezolanos, malos o buenos, tienen que salir del país”, declaró la legisladora fujimorista Esther Saavedra en el Congreso a finales de septiembre.
Esta no es una conducta nueva. En las sociedades que han tenido altos niveles de migración, siempre hay sectores que se han puesto a la defensiva y muestran rechazo al foráneo. Sin embargo, estos discursos se sienten más cuando la economía de un país entra en un ciclo de crisis, pues todo lo que sugiera un malestar directo puede causar resentimiento. Este es el escenario perfecto para que se difundan los mensajes xenófobos, y es justamente uno en el que nos vemos inmersos, pues la pandemia ha golpeado fuertemente a nivel económico a todas las naciones.
En el aspecto emocional, para rematar, el mal uso por parte de los políticos y los medios de la migración como carta política ha generado un clima de pánico psicosocial, en el que los ciudadanos temen la violencia del migrante y los migrantes temen ataques xenofóbicos.
Para evitar que esta situación se salga de las manos, los expertos recomiendan realizarse regularmente un test para determinar si se ha contagiado de xenofobia. En el consultorio de El Espectador vamos a ofrecer este servicio el próximo 14 de abril. Le contaremos cuál es la cura contra la xenofobia y desmentiremos todos esos discursos contagiosos que solo buscaban enfermar a la población.
La Agencia de la ONU para los Refugiados nos da un tratamiento de tres pasos para tratar esta enfermedad. En primer lugar, hay que desarrollar una educación basada en valores como solidaridad, igualdad, amistad y respeto. Si inculcamos esto en la infancia y adolescencia podremos tener una generación que valore la diversidad y la tolerancia.
En segundo lugar, los colombianos, y en especial quienes ejercen el periodismo, deben considerar la información basada en datos objetivos y no en opiniones. No es sano tolerar la difusión de datos incorrectos basados en prejuicios porque estos terminan construyendo un estereotipo del migrante o refugiado que no es cierto. Un ejemplo es el de la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, quien le adjudicó a los migrantes el aumento de la delincuencia. Su información, como demuestran los datos oficiales, es completamente falsa y contribuye a la xenofobia. Hay que poner en duda a quienes no sustentan sus discursos con datos objetivos.
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En tercer lugar, debemos integrar a los migrantes. Esta es una tarea que no es exclusiva del Gobierno, pues todos podemos ayudar a que los migrantes se sientan acogidos en el país.
Nos preocupa su salud, bienestar y el de todos los colombianos. Debemos combatir este trastorno juntos. Como explica Antonio Vitorino, “la lucha contra la xenofobia es clave para una recuperación efectiva tras la pandemia”. Por eso lo invitamos a acompañarnos en nuestro evento “El virus de la Xenofobia, un mal que tiene cura”, en alianza con Mercy Corps.
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