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El excura que denuncia la negligencia del papa Francisco frente a la pederastia

Alberto Athie, el exsacerdote que denunció en sonado caso del cura Marcial Maciel, quien violó a más de un centenar de niños en México, habla de las acusaciones de abuso sexual cometido por miembros de la iglesia a propósito de la gira del papa por este país.

Daniela Franco García
15 de febrero de 2016 - 09:44 p. m.
AFP / AFP
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 En 1994 José Manuel Fernández Amenábar, un alto cargo de los Legionarios de Cristo, hizo una confesión que cambiaría la vida del entonces sacerdote Alberto Athié. Le contó cómo el cura Marcial Maciel había abusado en repetidas ocasiones de él cuando era seminarista y que esta práctica era habitual también niños, entonces supo que serían cientos los abusados. (Vea: Niños indígenas, las otras víctimas de la pederastia)

Poco antes de la muerte de Fernández Amenábar, Athié le prometió a su amigo buscar justicia por las vejaciones de las que fue víctima él y muchos niños, entonces terminó siendo el denunciante de uno de los escándalos más bochornosos de la iglesia católica: Maciel, el fundador y principal líder de los Legionarios de Cristo, se convirtió en uno de los casos más sonados de pederastia, en vida y después de su muerte todavía se habla de las cientos de violaciones que cometió, de cómo tenía varias esposas e hijos con cada una de estas y los fraudes que cometió escudado en su sotana.

Para Athié conocer cómo los altos mandos de la iglesia encubrieron con fervor a un “depredador”, como él lo califica, fue una de sus decepciones más grandes y lo que lo motivó a retirarse del sacerdocio e iniciar una lucha en pro de las víctimas de este flagelo perpetrado por miembros de la iglesia. Desde México, su ciudad natal, el exsacerdote habló con El Espectador a propósito de la visita del papa Francisco a este país y de las denuncias de pederastia en medio de la gira del sumo pontífice.

Aunque en un principio el Vaticano aseguró que en la agenda de Francisco en México estaría incluido un espacio para escuchar a las víctimas de pederastia, este descartó el tema poco antes de su llegada. Entonces ¿qué se puede esperar de la visita del papa respecto a este tema?

Lo ideal sería poder ver un informe público en el que la iglesia aceptara que la pederastia sigue vigente, aún después de que se iniciara el papado de Francisco, pero esto parece que no va a suceder.

No hay mucho que esperar entonces. Pero sí se puede seguir haciendo un llamado para que Francisco se dé cuenta de la magnitud del daño que causan estas acciones y modifique los mecanismos de “castigo” que usa la iglesia frente a sus miembros que caen en esta aberración. Ese mecanismo depende de él.

Pero Francisco en su papado ha sido claro en su condena a la pederastia….

Su discurso ha sido magnífico, no tengo nada que decir respecto a éste, pero de las palabras a las acciones hay un abismo inmenso y lo cierto es que él nunca ha materializado esa condena en contra de la pederastia. La iglesia sigue descalificando a las víctimas y protegiendo a los sospechosos.

Usted siempre ha hablado de distintos niveles de encubrimiento en medio de las jerarquías de la iglesia ¿a qué se refiere?

Para mí la pederastia clerical implica tres niveles de responsabilidad que están ligados. El primero es el de los pederastas, esos, como en todas partes, son individuos que cometen un delito y no hay distinción de si se trata de un cura, maestro o papá; es un problema humano por resolver en cualquiera de los ámbitos en los que se presente.

El segundo nivel es dentro de la iglesia Católica. Porque ella tiene un mecanismo institucional sobre cómo enfrentar y “castigar” en estos casos. Lo curiosos es que dentro de la iglesia pasa algo escandaloso y lo diré con un ejemplo: es como si tú encontraras que el ministerio de educación de tu país ha determinado que a los profesores abusadores de niños no hay que denunciarlos ante las autoridades, hay que protegerlos y corregirlos dentro de la institución educativa, llevarlos a un psicólogo y ver cómo se resuelve para que el hecho no se sepa ante el mundo. Sumado a esto cambian de escuela al maestro esperando que éste no vuelva a cometer el mismo acto. Así funciona en la iglesia y es el ejemplo de John Geoghan quien abusó de 130 niños, entre otros ejemplos.

Por eso el mecanismo de “protección y de manejo” en la iglesia se volvió una epidemia infecciosa y permitió que sacerdotes que abusaban de 10 niños en una parroquia, luego abusaran de 20 en otra, y así sucesivamente, hasta que llegó el momento en que hay que cambiarlos de país.

El tercer nivel de encubrimiento es el de las autoridades locales que revictimizan y demoran la justicia, en muchos casos permiten que la iglesia interceda para que las denuncias no prosperen. Todos los tres niveles son criminales y cada uno tiene su grado de responsabilidad: unos por delinquir y cometer el abuso, otros por proteger al abusador y otros por no dar un castigo a estos.

La ONU emitió en 2014 un informe de su Comité sobre los Derechos del Niño. En éste señaló que El Vaticano encubrió casos de pederastia y que seguía haciéndolo. ¿Qué tanto impacto cree que tuvo esto?

Si me preguntan en términos de impacto, fue histórico. Porque recoge una cantidad grande de investigaciones y diagnósticos del problema que tiene la iglesia, sobre todo a nivel estructural.

Y es que siempre ha habido una enorme dificultad cultural para entender que la Santa Sede, como instancia de Gobierno y también de jurisdicción mundial, es la responsable de un protocolo débil y permisivo frente al manejo de estos casos.

Lo que logra el informe del comité es precisamente identificar dónde se encuentra la responsabilidad con respecto a las decenas de miles de niñas y niños que han sido abusados en el mundo. Y eso convirtió el informe en algo sin precedentes en la historia de la humanidad para responsabilizar a la Santa Sede, una instancia religiosa pero que tiene características de Estado.

Sin embargo, si hablamos de la práctica, nunca se logró culpar en realidad a los abusadores y a quienes los encubren. Ha habido intentos y, de hecho, en EE.UU. se estuvo cerca de imputar a Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) de crímenes de lesa humanidad por la ocultación de estos casos, pero lamentablemente fue nombrado papa más tarde y en ese momento tuvo inmunidad diplomática como jefe de Estado de El Vaticano.

Usted inició esta lucha prometiendo justicia a un compañero suyo cuando era cura ¿cómo va esta tarea?

Durante seis años luché dentro de la institución por justicia. Yo me comprometí creyendo firmemente que el papa Juan Pablo II, en el momento en que se enterara de los daños cometidos en contra de niñas y niños por parte de sacerdotes, tomaría las decisiones correspondientes. Pero me di cuenta que no, que él también permitió que se encubriera no solo a Maciel sino a personas como el cardenal Bernard Law, y otros que en lugar de ser sancionados fueron sacados de sus países.
En ese momento mi lucha tomó otro tono, al ver que mi máxima autoridad determinó que no había que hacer renuncié públicamente al ministerio.

Ahora la batalla es muy difícil, porque no solo está la iglesia con su protección e impunidad, hay muchos muros: está el muro de la cultura católica en sociedades como México, el muro de los empresarios católicos que no quieren abrirse a la realidad; el muro de los políticos, el de los jueces y autoridades ministeriales; todavía hay muchos muros por derribar para que la verdad emerja y se le haga justicia a las víctimas y a los niños. Sin embargo yo voy a seguir, no sé cómo voy a terminar, pero esta causa me acompañará hasta el último día de mi vida.

dfranco@elespectador.com

Por Daniela Franco García

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