¿La marihuana puede salvar esta ciudad maorí en Nueva Zelanda?

Mientras Nueva Zelanda se prepara para legalizar la producción del cannabis medicinal, Ruatoria, una pequeña ciudad en el norte del país busca incentivar la industria del cannabis para combatir el desempleo.

Charlotte Graham-McLay - The New York Times
25 de noviembre de 2018 - 11:39 p. m.
Imagen de Referencia. / Archivo Particular
Imagen de Referencia. / Archivo Particular

Mientras Nueva Zelanda se prepara para legalizar la producción del cannabis medicinal, las empresas se están apresurando para asegurar las primeras y las más grandes rebanadas de un pastel que ha demostrado ser lucrativo en Estados Unidos y Canadá.

Una de esas compañías también está esforzándose por salvar la ciudad de Ruatoria, con una población decreciente de 750 habitantes.

“Hay familias enteras que se van porque no hay trabajo y es difícil vivir aquí”, dijo Donette Kupenga, propietaria de la única cafetería de Ruatoria, Hati Nati. “Habría una gran diferencia si tuviéramos más empleos”.

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Así que Kupenga, como cientos de residentes más en Ruatoria y las ciudades cercanas, se convirtió en accionista en Hikurangi Cannabis, una empresa emergente fundada por dos lugareños, Manu Caddie y Panapa Ehau. Dicen que quieren traer más de cien empleos a la zona en los próximos dos años.

Además de beneficiar a la ciudad (y a sí mismos), los fundadores tienen otra meta: asegurar que los maorí, los indígenas de Nueva Zelanda —que conforman un 95 por ciento de la población de Ruatoria— compartan las ganancias económicas de la industria del cannabis medicinal.

“Nuestros indígenas son los maestros de los cultivos de marihuana”, dijo Robin Thomson, de 54 años, un productor de Hikurangi, refiriéndose a las actividades ilegales que se dan en la zona.

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Ruatoria, en la costa este de la Isla del Norte de Nueva Zelanda, está a dos horas en auto desde Gisborne, la ciudad más cercana, en una autopista golpeada por los camiones madereros que proporcionan gran parte de los empleos de la zona.

La señal de teléfono es defectuosa, el último banco minorista cerró en 2015 y la gasolinera está clausurada. Los trabajos en sectores distintos del agrícola y el forestal son cada vez más difíciles de encontrar; el desempleo es de casi un quince por ciento, y el salario anual promedio es de 17.000 dólares de Nueva Zelanda, o 11.500 dólares, cifra que está por debajo de la línea nacional de pobreza.

“No creo que este número de lugareños pueda sustentar a nuestro municipio”, dijo Kupenga, la propietaria de Hati Nati. (Los meses más duros para el café, dice, son de abril a noviembre).

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Así que cuando caddie y Ehau comenzaron a sostener reuniones públicas este año para solicitar inversiones, su mensaje —ofrecer empleos y la oportunidad de revertir la suerte de la ciudad— encontraron una audiencia dispuesta a escucharlos. Vendieron más de un millón de dólares en acciones a los residentes de la zona (a menudo en paquetes de 50 dólares, la compra mínima).

“Todos dicen que quieren mudarse a casa si hay un empleo decente”, dijo Caddie, de 45 años, refiriéndose a la gente que se ha ido de Ruatoria. “Así que estamos creando trabajos decentes, y veremos si la gente cumple lo que ha dicho”.

Muchas personas en Ruatoria dicen que se han quedado porque tienen profundas conexiones con la tierra y su comunidad. La mayoría habla la lengua maorí, y muchos trabajan en su marae local (un lugar comunitario de reunión). El entorno virgen es terreno maorí ancestral, y gran parte de este ahora es propiedad de colectivos familiares.

Caddie, un antiguo consejero de distrito y monitor juvenil, ya ha dirigido proyectos de desarrollo comunitario antes, pero este es el más ambicioso que ha emprendido. Hikurangi Cannabis, que actualmente emplea a diez personas, quiere crear 120 trabajos en Ruatoria en los siguientes dos años y terminar por duplicar el ingreso de la ciudad, dijo Ehau.

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Además de las acciones vendidas a los residentes locales, Hikurangi recaudó dos millones de dólares más a través de financiación colaborativa, e inversionistas institucionales pudientes también han contribuido.

La empresa fue la primera en Nueva Zelanda en obtener una licencia para cultivar variedades de cannabis para su uso en medicamentos; actualmente, solo puede vender sus productos en el extranjero con el fin de realizar investigaciones y pruebas clínicas mientras espera que la producción de cannabis medicinal en Nueva Zelanda se vuelva legal. Se espera que el Parlamento apruebe esa legislación en marzo, aunque la ley quizá no entre en vigor sino hasta 2020. (El gobierno de Nueva Zelanda también ha prometido un referendo respecto de la legalización del cannabis recreativo antes de la elección de 2020).

Caddie y Ehau esperan abrir un centro de procesamiento en Ruatoria el año próximo, pero dicen que, si no pueden encontrar un sitio adecuado, buscarán en la ciudad más cercana. Eso, admitieron, sería un golpe para su sueño de desarrollo económico en casa.

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“Tenemos fondos en el banco y queremos lograr cosas, pero ahora tenemos que emprender este proyecto”, dijo Caddie, refiriéndose a la ráfaga de empresas que esperan tener ganancias gracias a la ley del cannabis medicinal.

Hikurangi sostiene reuniones con sus inversionistas en cada uno de los pasos principales del proceso, incluyendo una decisión reciente de introducir a la empresa en la bolsa de valores. Los fundadores en un inicio no habían planeado cotizar en la bolsa, pero los inversionistas institucionales de Hikurangi advirtieron que fracasarían totalmente si no lo hacían. Los lugareños, dijo Caddie, apoyaron la decisión.

Nanny Lucky, la residente de 71 años de Caddie, fue la primera en unirse a la iniciativa cuando Hikurangi comenzó a ofrecer acciones a los lugareños. Reunir la inversión mínima de 50 dólares fue un desafío, pero dijo que quería apoyar esta idea, “increíblemente brillante”.

“No se preocupen por mí, sino por la generación más joven”, dijo, y agregó que el desempleo en la zona había provocado robos y el consumo de metanfetaminas.

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Kupenga, la propietaria de la cafetería, al principio se opuso al plan, pues dijo que el consumo de marihuana había afectado a su familia. No obstante, ella y otros cambiaron de parecer después de enterarse sobre los beneficios medicinales de la droga.

“Comencé a ejercer presión para que mi familia se involucrara; es costeable, así que es un avance para todos”, agregó. “Ahora puedo ver que mis primos están hablando de acciones. Antes, eso jamás habría sido una conversación entre ellos”.

Los residentes de Ruatoria dijeron que las empresas habían llegado prometiendo empleos prometedores y crecimiento económico antes, para después irse sin cumplir. No obstante, confiaron en los directores de Hikurangi porque eran lugareños.

“Estamos arraigados aquí”, dijo Caddie. “Algún día me sepultarán en esa colina de ahí. No puedo imaginar estar en ningún otro lugar”.

Por Charlotte Graham-McLay - The New York Times

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