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La ONU abre un incierto laboratorio de paz en Gaza

El Consejo de Seguridad aprobó el plan de Donald Trump para Gaza, pero los vacíos legales, el riesgo de choques y la ausencia palestina amenazan con descarrilarlo.

Redacción Mundo

19 de noviembre de 2025 - 07:06 a. m.
Aprobada la resolución para Gaza, el reto será el despliegue en enero, aún sin certezas.
Foto: EFE - MOHAMMED SABER
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Gaza pasó oficialmente de ser un laboratorio de guerra, donde se experimentó con la fusión entre inteligencia artificial y drones para atacar “objetivos militares”, a un laboratorio de paz que el mundo observará con atención. En la madrugada del martes, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la resolución con la que se respalda el plan de paz de Donald Trump para los gazatíes, en medio de críticas al proyecto y optimismo por una salida del conflicto.

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Se trata de un texto que abre la puerta a una tregua más estructurada, al despliegue de una fuerza internacional en la Franja y a la creación de un organismo transitorio que administrará el enclave. Es un giro sin precedentes en dos años de guerra y, si se logra aplicar sobre el terreno, podría redefinir no solo la salida del conflicto actual, sino el marco político entre israelíes y palestinos por primera vez en décadas.

La mayoría de gobiernos celebró la resolución como un avance largamente esperado, aunque Rusia y China se abstuvieron alegando que el plan es ambiguo y excluye a los palestinos de decisiones claves. Israel recibió la noticia como un aval internacional a la desmilitarización de Gaza. Hamás, por su parte, la rechazó por considerarla una tutela extranjera que busca desarmar a la resistencia.

La Autoridad Palestina, entre tanto, la apoyó por reconocer, aunque de forma condicionada, una posible vía hacia su Estado. Entre los socios árabes, el tono fue pragmático: respaldan el cese de fuego, pero exigen una implementación real y urgente en el terreno. Pero pese al consenso mayoritariamente favorable al plan, hay miedo de que las cosas salgan mal.

“Es una de las resoluciones más extrañas en la historia de la ONU”, escribió el periodista Julian Borger en The Guardian. “Esto pone a Donald Trump en el control supremo de Gaza (...) supervisará una Fuerza Internacional de Estabilización (FIE), cuya composición aún no se ha determinado (...) y una junta que informará al Consejo de Seguridad, pero no estará subordinada a la ONU ni sujeta a resoluciones previas de la ONU”, resumió.

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En la práctica, lo que aprobó el Consejo de Seguridad fue una arquitectura inédita: una “junta de paz” encabezada por Trump que administrará Gaza durante dos años, una fuerza multinacional encargada de desmilitarizar el enclave y un comité palestino de tecnócratas para la gestión diaria. Todo esto, sin depender de la ONU ni claridad sobre quiénes integrarán cada uno de estos cuerpos.

Esa es la gran paradoja: que la ONU terminó aprobando un plan que, en varios aspectos, opera por fuera de su marco institucional. La “junta de paz” no responderá a las resoluciones previas del organismo, la fuerza internacional no será una misión de cascos azules y la administración transitoria no tendrá supervisión directa de Naciones Unidas.

Como explica la profesora Michelle Burgis-Kasthala, experta en derecho internacional, esto prende alarmas pues cualquier autoridad extranjera que gobierne Gaza sin consentimiento palestino “sería considerada una potencia ocupante” y, por extensión, operaría en los márgenes, o por fuera, del derecho internacional. El plan roza los límites del marco legal de la ONU. Para muchos diplomáticos, este salto procedimental habría sido impensable en cualquier otro contexto, pero el desgaste global ante la guerra y la presión de Washington terminaron imponiéndose.

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Washington espera desplegar las primeras tropas en enero, pero varios países contactados, entre ellos Egipto, Turquía, Indonesia y Emiratos Árabes Unidos, aún no confirman su participación, y Hamás advirtió que no entregará sus armas. Ese es un lado del corazón de las tensiones: nadie sabe cómo operará un esquema que exige desarmar a Hamás sin una fuerza comprometida a asumir ese riesgo, que pretende instalar tecnócratas palestinos dispuestos a trabajar bajo el mando de Trump.

Al mismo tiempo, se requiere la retirada gradual de Israel, algo que podría generar choques si las tropas no se repliegan al ritmo previsto. Las Fuerzas de Seguridad Iraquíes (FSI), que se encargarían de la seguridad en las zonas ocupadas por fuerzas de Israel, también podrían entrar en conflicto si hay resistencia al repliegue.

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A esto se suma el temor en capitales árabes y europeas de que la ambigüedad del diseño, sin reglas claras, mando definido ni garantías políticas para los palestinos, haga colapsar el plan incluso antes de tocar el terreno. Si la fuerza internacional llega sin un mandato claro, si Israel retrasa su retirada o si el comité palestino no logra legitimidad entre la población, la Franja podría entrar en una fase de doble o incluso triple poder con tropas internacionales sin control pleno, fuerzas israelíes aún presentes y facciones armadas locales resistiendo. Algo que ya se vio en Líbano en los años 80 e Irak.

Cualquier choque entre esos actores, incluso uno menor, bastaría para hacer saltar por los aires el plan antes de que se pudiera poner en marcha. Sin embargo, como señaló el negociador estadounidense Aaron David Miller, hay motivos para pensar que, pese a la incertidumbre, el proceso podría abrir una puerta que llevaba décadas cerrada.

“No está claro si la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU podrá implementarse, pero refleja dos nuevas realidades: Trump ha internacionalizado el componente de Gaza del problema palestino y ha apoyado una solución de dos Estados como estado final”, escribió.

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Esa lectura optimista también se apoya en otro indicador: la incomodidad de la extrema derecha israelí, señalan expertos, que reaccionó con furia ante cualquier insinuación de soberanía palestina. Un enviado de la administración Trump pronunció en voz alta las palabras “autodeterminación y condición de Estado palestino”, lo que generó alivio en diplomáticos europeos.

Para varias capitales árabes y europeas, ese malestar es precisamente la señal de que el tablero se está moviendo. Su apuesta es clara, que una presencia internacional amplia, combinada con el protagonismo de Washington, vuelva políticamente inviable el control exclusivo de Israel sobre Gaza y mantenga abierta, aunque solo sea por una ventanilla, la posibilidad de una paz duradera.

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