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Los talibán prohíben la vacuna contra la polio

Con el argumento de que esteriliza a los niños y que los grupos de salud son espías encubiertos que amenazan la fe musulmana, grupos extremistas impiden los programas de inmunización. No es el único caso en la región.

Juan David Torres Duarte
13 de enero de 2016 - 22:34 p. m.

En las afueras de un centro de vacunación de Quetta (Pakistán), un grupo de enfermeros, policías y militares se preparaba ayer para una campaña de inmunización puerta a puerta contra la polio. Pakistán y su vecino Afganistán son los únicos dos países donde, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la polio sigue siendo endémica: es decir, donde puede reinar con cierta frecuencia. El objetivo del equipo era, justamente, atender a numerosos niños con las dos gotas que garantizan la protección. Alguien no estuvo de acuerdo: de pronto, un hombre se les acercó, les disparó y entonces, con total seguridad, activó un cinturón de explosivos. 15 personas murieron y más de 20 quedaron heridas.

Pese a que más del 80 % de casos de polio en 2014 ocurrieron en Pakistán, los grupos extremistas religiosos han radicalizado su discurso contra la aplicación de las vacunas y han puesto en práctica su oposición: entre julio de 2012 y marzo de 2015, 66 personas fueron asesinadas en ataques contra centros de vacunación contra la polio en ese país. En esta ocasión, los talibán y el grupo Jundullah (afiliado a Daesh ¬Estado Islámico¬) han reivindicado el ataque, aunque es muy probable que los responsables sean los talibán dado que en ocasiones anteriores no han guardado ninguna estima a la hora de atacar a los equipos de salud: en la provincia de Baluchistán (suroeste de Pakistán), los talibán secuestraron el año pasado a cuatro enfermeros y luego los asesinaron; en abril, en la región tribal de Jáiber, hirieron a un enfermero y a un conductor.

Los argumentos de los talibán para oponerse a la vacunación son dos: los equipos de salud sirven para encubrir a espías de Occidente (en 2011, la CIA sí utilizó a un doctor, en un falso centro de vacunación, como espía en busca de Osama bin Laden) y las vacunas son en realidad medios para esterilizar a los niños y, de esa manera, desaparecer a los musulmanes. De modo que, al mismo tiempo, las vacunas son una amenaza contra la fe musulmana.

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El argumento no lo inventaron ellos. En 2005, según cuenta el intelectual Christopher Hitchens en Dios no es bueno, un grupo de religiosos islámicos en el norte de Nigeria aplicó una fatwa (o ley islámica) en la que se declaraba que la vacuna contra la polio era “una conspiración de Estados Unidos (y, de manera sorprendente, de las Naciones Unidas) contra la fe musulmana”. El efecto de la ley fue certero: en pocos meses, a causa de la prohibición religiosa (que fue tomada como ley estatal), la polio volvió.

Ocurrió de manera similar en 2001 en Bengala Occidental (India). Tras los comienzos de la campaña contra la polio, un grupo de fanáticos, también musulmanes, extendieron la creencia de que dicha vacuna producía diarrea e impotencia: era un complot contra los musulmanes. Las consecuencias de estos discursos son visibles: numerosos padres se negaron a inmunizar a sus hijos bajo “argumentos religiosos”. La potencia de la palabra de un líder religioso, sobre todo en zonas con poco acceso a educación secular, no debería ser desestimada.

En Pakistán, más de 400 padres han sido arrestados por prohibir la vacuna a sus hijos: en marzo del año pasado, cuando comenzaba una extensa campaña contra la polio en ese país, más de 16.400 familias negaron la inmunización a sus hijos. En el distrito de Tank, uno de los más afectados por la polio (en 2014 tuvo 29 casos), 12.000 niños se quedaron sin vacuna. Las áreas montañosas e inaccesibles donde aún mandan los extremistas superan las capacidades de los cuerpos de salud.

La intromisión de la religión en los propósitos de la salud no es un “caso aislado”, escribe Hitchens. La incidencia de los líderes religiosos en las causas sanitarias es frecuente y dista de mucho de haberse resuelto incluso en países con constituciones laicas. El entonces cardenal colombiano Alfonso López Trujillo, presidente del Pontificio Consejo para la Familia en el Vaticano, aseguró en 2003 que los condones tenían pequeños orificios por donde se colaban numerosas enfermedades de transmisión sexual.

En su texto Los valores de la familia contra el sexo seguro, el cardenal apuntaba: “De hecho, hay estudios que muestran que el VIH/sida crece cuando también lo hace el número de preservativos distribuidos”. Más adelante, el cardenal decía que era falso que la Iglesia estuviera “contribuyendo a la muerte de millones de personas al no fomentar ni permitir el uso de preservativos en la lucha contra la pandemia”. Mientras afirmaba que los condones multiplican el sida en vez prevenirlo (falso: la OMS señala que tienen una efectividad comprobada mayor al 80 % para proteger de enfermedades de este tipo), el cardenal sugería entre líneas su prohibición y argumentaba, con determinación, que la única prevención efectiva era la abstinencia. En su texto, López Trujillo se afiliaba a una de las frases de una conferencia africana de obispos: “El uso de preservativos es contrario a la dignidad humana”.

Por Juan David Torres Duarte

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