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Mónica Camacho: la vida de una colombiana que ayuda en África

Mónica Camacho es representante humanitaria de Médicos Sin Fronteras (MSF) en África central y del este. Esta colombiana que ha estado en Pakistán, Sudán del Sur, Angola, Somalia y Kenia, habla sobre la necesidad de los acuerdos de paz y de repensar la ayuda humanitaria de cara al futuro.

16 de noviembre de 2021 - 09:52 p. m.
Mónica Camacho es colombiana y lleva muchos años trabajando con Médicos Sin Fronteras (MSF), organización que cumple 50 años.
Mónica Camacho es colombiana y lleva muchos años trabajando con Médicos Sin Fronteras (MSF), organización que cumple 50 años.
Foto: Médicos Sin Fronteras

Han pasado 50 años desde que un grupo de médicos y periodistas crearon la organización Médicos Sin Fronteras (MSF). Lo hicieron tras la cruda guerra en Biafra, Nigeria, durante los años sesenta. En ese entonces, el personal médico que fue testigo de hambrunas y bombardeos indiscriminados por parte del gobierno nigeriano decidió denunciar estos hechos ante la comunidad internacional y ampararse bajo el nombre de MSF, organización que hoy está presente en 88 países en donde cerca de 63.000 personas trabajan para aliviar el sufrimiento de millones de seres humanos que viven en condiciones vulnerables.

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En 1971, año en el que fue creado MSF, nació en Bogotá Mónica Camacho, quien hoy es responsable humanitaria de MSF para África central y del este. Tras varios años de trabajo en entidades gubernamentales colombianas como el Ministerio de Salud y el Departamento Nacional de Planeación, Camacho se presentó a MSF en 1998 y fue escogida para trabajar como responsable financiera en Somalia, país que la marcó por los casos de cólera que entonces atendían los médicos. “Era increíble, las personas llegaban muy mal a los puestos de salud. Cuando les suministrábamos suero y líquidos, a las horas estaban mucho mejor. Pero era justamente eso, suero, lo que era de difícil acceso”.

Desde entonces, Camacho ha trabajado sin interrupciones en Médicos Sin Fronteras, pasando por países como Sudán del Sur, Pakistán, Angola, Somalia y Kenia, país en el que vive actualmente. A propósito de los 50 años de la organización, en esta entrevista Camacho habla sobre la experiencia de trabajar en el sector humanitario, los retos en un futuro cercano y la situación de Colombia vista desde afuera.

¿Cuál ha sido su trayectoria en Médicos Sin Fronteras?

Tuve la oportunidad de ser responsable financiera en Somalia, después en Angola y Bolivia. Luego pasé a ser jefa de misión; primero en Sudán del Sur, en Tambura, posteriormente en Angola, luego en Darfur, Somalia y Pakistán… Cada trabajo duraba en promedio dos años, así que iba de país en país. Me gusta permanecer un buen tiempo en los países para aprender, pues no tengo prisa y las situaciones son muy complejas. La última coordinación que hice fue en Pakistán y luego estuve trabajando seis años como responsable regional de África del este. A partir del año que viene ocuparé el cargo de representante humanitaria de MSF para África central y del este.

¿Cómo ha llevado el tema de los lazos familiares? ¿Cómo es su conexión con Colombia?

A mi esposo lo conocí en MSF, trabajando en terreno en el año 2001. Vamos juntos a todo lado y como él es coordinador logístico hemos podido estar juntos en la mayoría de los momentos. Ahora tenemos un niño de tres años y vivimos en Nairobi. Con mi familia de Colombia, así como con mis amigos, he mantenido siempre contacto, pero no los veo tan seguido como quisiera. La última vez que fui al país fue en diciembre de 2019, justo antes de que estallara toda la pandemia y claro, da mucho guayabo, uno los extraña mucho.

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Usted ha trabajado en regiones con conflictos armados muy difíciles, incluso que hoy persisten con severidad. ¿Cómo ve el caso de Colombia trabajando desde estos lugares?

Colombia, desde afuera, se ve como un caso muy interesante por la firma del Acuerdo de Paz con la guerrilla de las Farc. Yo vi este acuerdo como la oportunidad de reinventar muchas cosas y de reconstruir un tejido social. Sin embargo, es muy doloroso ver cómo han sido asesinados líderes sociales, de comunidades afro, indígenas y campesinas, que venían haciendo un trabajo fantástico en esa reconstrucción de país. He visto de primera mano cómo los conflictos destruyen a los países y a su población y es triste ver cómo en Colombia no hemos logrado superarlos.

¿Qué aprendizajes le ha dejado el trabajo en países en conflicto de África y cómo Colombia podría aprender de ellos?

Por mi experiencia puedo decir que en los procesos de reconciliación son elementales el perdón, la verdad y la reintegración. Eso sí, para que los procesos de paz funcionen se necesita de la voluntad política de ambas partes. Si una de las dos falla, el acuerdo no va a prosperar. También es fundamental que la sociedad esté dispuesta a perdonar, a ayudar a las personas reintegradas. Estos procesos no son solo políticos; se necesita de todos, pues hay que mejorar las condiciones sociales, generar empleo, entre otras tareas….

¿Qué opina de lo que algunos llaman “choques culturales”? ¿Cómo ha vivido siendo colombiana en África?

Siento que como colombianos tenemos más elementos en común con África que diferencias. Aquí tienen mucha de la comida que tenemos en Colombia, como maíz, yuca, plátano. La importancia de la familia también es similar; hay unos valores en los que siento que tenemos una base muy similar. Yo me he sentido muy cómoda aquí también porque la salud es un valor universal, y cuando vienes con un objetivo claro como brindar salud, las comunidades lo entienden y te respaldan. Como choque cultural quizás pueda decir que tras mi trabajo en Pakistán me pareció muy difícil el rol que tienen las mujeres en determinadas sociedades, el cual es casi nulo.

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Tras más de 20 años trabajando en el sector humanitario, ¿cuáles son los aspectos positivos y los retos que ve en un corto y mediano plazo?

Sigo pensando que hay mucho por hacer. El trabajo en MSF ha sido importante en comunidades que al día de hoy siguen sin tener acceso a la salud y a los elementos básicos de supervivencia. Sin embargo, creo que las organizaciones humanitarias debemos adaptarnos a los cambios que se están dando en el mundo; integrarnos a las innovaciones tecnológicas y a las corrientes de cambios estructurales en términos de diversidad y descolonización, por ejemplo. Es importante que el sector humanitario se haga preguntas sobre cómo se están acercando las organizaciones a las comunidades, cómo aprenden de otros conocimientos y si los aplican o no. De hecho, creo que se deben dejar atrás actitudes paternalistas y empezar a pensarnos no como salvadores, sino como actores más receptivos y humildes frente a la población.

Curiosamente, usted cumple 50 años y MSF también….

Es interesante porque es una edad de madurez y solidez, pero también una edad en la que uno puede renovarse y tomar riesgos, mirar hacia atrás y reflexionar sobre lo que se ha hecho en el pasado para pensar qué puede cambiar a futuro. Para MSF, estos 50 años pueden marcar un punto de inflexión teniendo en cuenta los retos que tiene la humanidad. La salud, por ejemplo, es importante verla desde una definición más holística que tenga en cuenta la salud planetaria y, por supuesto, el cambio climático y la relación de este fenómeno con los comportamientos humanos. También hay temas transversales como la migración transnacional y las necesidades humanitarias que desde allí se están derivando…

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¿Qué experiencia rescata de todos estos años de trabajo?

Son varias. En el año 2002, por ejemplo, hubo una emergencia nutricional masiva en Angola. MSF abrió proyectos de nutrición en varios lugares y fue muy duro observar cómo la población civil, cercada por la guerra, sufría de malnutrición. Eran miles de personas. Pese a muchos episodios de dificultad que presencié, el trabajo en terreno también tiene mucho de motivación. He visto comunidades que lo han perdido todo y que en medio del sufrimiento mantienen la dignidad y la capacidad de perdonar para enfocarse en construir un nuevo futuro. Estas escenas me hacen reconciliarme con la raza humana.

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