El 2019 es el año de la migración infantil, dicen expertos: de 1’400.000 venezolanos que han llegado a Colombia, según Unicef, al menos 327.000 son niños y niñas; desde 2015, cuando comenzó a crecer el flujo fronterizo, han nacido 24.000 infantes en territorio colombiano; un tercio de la población de Venezuela tiene menos de catorce años, muchos de los cuales son hijos de migrantes, que se quedaron en su país al cuidado de un familiar, los abuelos o un conocido y quienes ya comenzaron este año el camino para el reencuentro con sus padres.
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Detrás de esas cifras hay miles de historias de separación, abandono y duelos no manejados. Porque, aunque todos hablan de la severa crisis migratoria venezolana, que afecta a toda la región, pocos se enfocan en los niños: en los que se quedan esperando a sus padres o aquellos que migran con ellos, exponiéndose al rechazo de las comunidades a las que llegan, cambios abruptos en su entorno y, en algunos casos, violencia y abusos físicos y mentales. Son la población migrante más vulnerable y, sin embargo, son escasos los datos sobre ellos.
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¿Quién les habla a los niños venezolanos de la crisis en su país? ¿Cómo entender que la familia se tiene que separar porque hay que sobrevivir? ¿Alguien les resuelve las dudas cuando tienen miedo por llegar a un país desconocido? En medio de la tensión social en Venezuela y la confrontación política fronteriza, los niños se preguntan qué está pasando. Ocho millones de menores de 18 años en Venezuela saben que la situación es grave: ven televisión y escuchan noticias, se asustan y se preocupan. Pero millones de ellos están solos, los adultos están concentrados en decidir si quedarse y sobrevivir con menos de US$2 al día o empacar las maletas y emprender un viaje incierto.
Especialistas del Centro Nansen para la Paz y el Diálogo explican que “los adultos necesitamos encontrar una esperanza cuando las cosas nos salen mal o estamos preocupados por algo. Los niños comparten esa misma necesidad. Los niños también necesitan esperanza y debemos tomarnos el tiempo necesario para escucharlos, especialmente cuando las cosas están así de difíciles”. Los niños no la están pasando bien ni en su país ni al migrar.
“Llevo dos años en Colombia. Dejé a mis hijos de dos y nueve años. Los dejé con los abuelos y el mayor ha tenido que asumir tareas como el hombrecito de la casa”, explica Yuranys García, venezolana de 35 años que viajó con su marido y hoy trabaja en Bogotá. “Lo que ganamos y los horarios no nos permiten traerlos, pero me duele porque allá apenas comen. El mayor ya no quiere ir a la escuela, porque le da miedo que a su abuela y a su hermanito les pase algo. Yo le pido que estudie, pero desde la distancia es muy difícil que te hagan caso”, dice. “¿Traerlos? A qué, si apenas sobrevivimos; allá al menos están en su país y no tienen que vivir el rechazo ni el miedo”, agrega.
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Pero Yuranys no es consciente de que allá el miedo también se siente. Miedo a que los abandonen definitivamente, a que no vuelvan, a que la situación del país empeore, porque la política permeó a todos los sectores de la sociedad venezolana. Y los niños no son ajenos.
“La decisión de un padre o una madre venezolana no es fácil, porque es perder-perder. O no cubro las necesidades básicas en mi país y me quedo o me voy y sacrifico mis relaciones con mis hijos”, explicó Abel Saraiba, psicólogo de Cecodap, una ONG en Venezuela que defiende los derechos de los niños. El año pasado, los niños que se quedaron solos en Venezuela se convirtieron en la tercera razón de consultas. La organización católica Fe y Alegría, que agrupa colegios en comunidades muy pobres venezolanas, sostiene que, hasta comienzo de este año, más de 7.000 estudiantes vieron migrar a sus padres.
Un estudio de Cecodap y Datanálisis reveló que más de la mitad de las familias que migraron dejaron a niños de forma tan abrupta y ellos se encuentran tan atribulados, que muchos niños crecieron a las malas para tratar de ayudar a sus estresados padres. “Ellos expresan rabia, tristeza, miedo, sobre todo los adolescentes, que fueron dejados siendo niños, tuvieron que asumir la responsabilidad por los que se quedaron, pero también por los que se fueron, porque veían a sus estresados padres y jamás expresaron sus dolores”, explica Darío Vargas, psicólogo venezolano.
Los que viajan con sus padres migrantes no la pasan mejor. Un estudio del Consejo Noruego para Refugiados reveló que la crisis fronteriza provoca aumento de conflictos familiares en los que migran: empezar una vida genera situaciones inestables que afectan a los niños. “El cambio de roles es otra cara de la crisis que afecta al núcleo familiar: el cambio más drástico, sin embargo, lo sufren las niñas que asumen el cuidado de los mayores o de los niños y además hacen las tareas del hogar, las mujeres asumen el rol de proveedoras, y los hombres y niños asumen como proveedores y protectores ante los riesgos que enfrentan al dejar su país”. Demasiada responsabilidad para un menor
El estudio también encontró que el núcleo familiar, en general, sufre confusión y abuso, se expone a horarios laborales en condiciones injustas; además, en ocasiones, se intensifican la violencia intrafamiliar, los conflictos comunitarios y las confrontaciones por xenofobia y discriminación.
Melissa Rosales, licenciada en psicología, especialista en psicología clínica de la Universidad Central de Venezuela, y certificada en disciplina positiva y psicología infantil, es la creadora de Psicochamos, una página web que intenta ayudarles a los padres en diversas problemáticas que viven los menores. En diálogo con El Espectador, la experta, autora del libro Al colegio vamos todos, plantea a qué se están enfrentando los niños.
Separación de los padres
Los padres son las figuras de apego más importantes que tiene un niño, son su vínculo con el mundo. En la infancia hay crisis, pero estas son temporales, y, generalmente, cuentan con el acompañamiento de los progenitores: la entrada al colegio, la llegada de la adolescencia, crisis naturales y que son necesarias para el crecimiento. Sin embargo, lo de ahora es inesperado: una crisis para la que nadie estaba preparado, una situación que los obliga a separarse de sus figuras importantes y esto crea una sobrecarga en su capacidad adaptativa; por eso los niños pierden su equilibrio.
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Los problemas
Se han visto altos grados de estrés en los niños. Y un cerebro con estrés no va a ser el mejor terreno para el desarrollo social y psicológico. Esto hace que los niños que sufren la pérdida, la ausencia de este ser querido, presenten alteraciones en la conducta, aunque no podemos generalizar el patrón. Además, los cambios no han sido naturales sino obligados, por eso es tan difícil.
Cómo viven, qué sienten
Ellos viven una intranquilidad-tranquilidad creciente: es decir van de polo a polo. Generalmente los más pequeños lloran mucho; pero aquellos que tienen más capacidad verbal expresan con palabras o silencios esos dolores por las ausencias. Están experimentando una sensación de abandono. “¿Qué pasó conmigo, que no me quieren?”, y cambian su relación con familiares y escuela.
En la escuela
Los docentes deben estar atentos a cambios de comportamientos: agresividad, ansiedad, hiperactividad o inhibición; tristezas profundas, regresiones (hacer cosas que ya estaban superadas, como mojar la cama) y pérdida de interés. Todos estos son elementos que pueden llegar a afectar muchas áreas. Lo emocional es importantísimo en el aprendizaje y si se presentan alteraciones y no se acompañan, la situación se puede complicar.
Qué pasa en las familias
El temor de estos menores es el abandono. A través de Psicochamos me escriben abuelas diciendo que se quedaron con sus nietos y ellos están muy apegados a ellas, tienen miedo de que la abuela se vaya. Y los abuelos, a su vez, han tenido que asumir nuevos roles, ahora tienen que criar de nuevo, algo que llamamos en Venezuela, “abuelear”, para lo que no estaban preparados, pues eran etapas superadas. Es que las necesidades de cada población están cambiando con la migración.
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El reencuentro
Los niños que luego de cierto tiempo se reencuentran con sus padres chocan con la realidad: los dejaron siendo niños y ahora son adolescentes, entonces hay que poner en una balanza la realidad y el ideal y, tratar de aprovechar lo sanador del vínculo y el afecto. Las nuevas tecnologías pueden ayudar para mantener una comunicación más frecuente. Una de las cosas que padres e hijos deben saber es que el afecto puede traspasar fronteras, es un hilo de amor que no se rompe.
Perder-ganar
En Venezuela no vemos reconfiguración de las necesidades: tener cercanos los afectos, pero sin los elementos básicos. O irse y asegurar la comida y otros aspectos, pero dejando atrás los afectos. Los adultos nos perdemos en eso y los niños nos hacen reencontrarnos. “Me falta mi abuela, mis amigos...”. Los niños se adaptan más fácil al lenguaje y a la cultura del país receptor, cuando el grado de rechazo no es muy alto, y desarrollan habilidades sociales en sus nuevos países. Pero a veces no manejamos bien eso y transmitimos a los pequeños esos dolores que nos dejó la migración.