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Torre de Tokio: celebridades colombianas

Columna para acercar a los hispanohablantes a la cultura japonesa.

Gonzalo Robledo * @RobledoEnJapon / Especial para El Espectador, Tokio
27 de noviembre de 2022 - 02:00 a. m.
Sebastián Marroquín recibe el premio al mejor documental en el Latin Beat Film Festival de Tokio 2010.
Sebastián Marroquín recibe el premio al mejor documental en el Latin Beat Film Festival de Tokio 2010.
Foto: Cortesía LBFF

Tokio estuvo a punto de ser el lugar de un histórico encuentro entre los herederos de los dos colombianos más célebres del siglo XX cuando, en septiembre de 2010, un festival de cine convocó al primogénito del Nobel de Literatura Gabriel García Márquez y al del entonces ya fallecido jefe del temido cartel de Medellín, Pablo Escobar. (Recomendamos más columnas de Gonzalo Robledo sobre Japón).

Los periodistas conocíamos el legendario tesón del organizador del Latin Beat Film Festival (LBFF), el español Alberto Calero, para conseguir, año tras año, la participación de los más reticentes, ocupados o difíciles miembros del mundo cinematográfico hispanohablante. En aquella ocasión, Calero ofrecía al público de su festival la oportunidad de ver en persona, conversar y formular preguntas a los hijos de dos colombianos que habían llamado la atención del mundo con narrativas extremas, portentosas y brutales de un mismo país.

Pero pocos días antes de la inauguración, Rodrigo García canceló su participación en un certamen donde compartiría pantallas, micrófonos y fiestas con Sebastián Marroquín, el alias elegido al azar en un directorio telefónico por Juan Pablo Escobar cuando, según contó, huía de los feroces enemigos de su sanguinario papá.

Escobar presentó Los pecados de mi padre, un documental dirigido por el argentino Nicolás Entel, concebido como un acto de contrición por las víctimas de la violencia generada por la guerra de las drogas al final del siglo pasado en Colombia. Al terminar la proyección, Escobar posó para las cámaras de los espectadores japoneses deseosos de saludarlo y llevarse un cándido recuerdo del heredero de un criminal famoso, rico y despiadado.

Llevaba años trabajando como diseñador industrial en Buenos Aires, pero su voz conservaba la música de su terruño antioqueño cuando pronunciaba frases conciliatorias como “el gran amor que siento por mi padre no me hace su cómplice”, o ”hay que utilizar la herramienta del perdón y la reconciliación si queremos tener un país de verdad”.

Aseguró sentir alivio de que Pablo Escobar no estuviera vivo en este siglo, cuando internet y la telefonía celular hubieran aupado su potencial delictivo a niveles insospechables. “Doy gracias a Dios”, dijo y matizó: “Solo figurativamente, pues lo extraño”.

La película —que incluía una tensa escena para pedir perdón a Juan Manuel Galán por el asesinato en 1989 de su padre, el candidato presidencial Luis Carlos Galán— obtuvo el premio al mejor documental del LBFF 2010.

Calificó de improvisaciones las más de ocho obras cinematográficas sobre Pablo Escobar realizadas hasta entonces y no anticipó las plataformas audiovisuales como Netflix que con Narcos retrató la Colombia trágica de su padre. Se espera que la versión filmada por Rodrigo García de Cien años de soledad para esa misma plataforma aporte algo de equilibrio.

* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.

Por Gonzalo Robledo * @RobledoEnJapon / Especial para El Espectador, Tokio

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