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El 2025 inició con una herida abierta en Venezuela. Comenzó el año lleno de promesas de cambio que se vieron de nuevo frustradas tras la impugnación de los resultados electorales de 2024, con un gobierno firme en Miraflores. Tras el convulso inicio se pasó a la presión de Estados Unidos bajo el mando de Trump, con amenazas militares en el Caribe y una población atrapada ante la falta de derechos. Entre intentos fallidos de oposición y movimientos internacionales que prometían cambios democráticos, los venezolanos cerrarán el año conteniendo la respiración ante la incertidumbre del qué pasará.
Elecciones marcadas por la ausencia de democracia y deportaciones sin garantías
Desde enero quedó claro que Venezuela no entraba en una nueva etapa, sino que prolongaba la desilusión generada por el proceso electoral. La falta de transparencia y la ausencia de las actas electorales marcaron el ambiente, especialmente por la disputa sobre quién tenía realmente la legitimidad para asumir la presidencia. El oficialismo, cada vez con menos apoyos, difundió cifras sin sustento, y la oposición junto a gran parte de la comunidad internacional exigía el cumplimiento del Acuerdo de Barbados.
La candidatura de Edmundo González abrió una pequeña esperanza de cambio, pero no bastó. El 10 de enero, durante la investidura, hubo expectación y protestas, aunque Maduro siguió en Miraflores y todo quedó igual, reforzando la sensación de estancamiento. Con González fuera del país y sin opción de reclamar la presidencia, y María Corina Machado escondida para evitar la persecución, la oposición quedó debilitada y sin capacidad real de impulsar cambios. La ausencia de un liderazgo visible impidió generar presión interna y dejó a la ciudadanía en un limbo político.
El 20 de enero, con la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, el foco internacional volvió a centrarse en Venezuela. Desde sus primeros discursos, Trump expresó que aplicaría mano dura hacia el gobierno de Maduro. En un principio se hablaba de sanciones y revisión de licencias petroleras, pero pronto la dinámica avanzó con rapidez, afectando directamente a la población venezolana.
En febrero, el gobierno estadounidense declaró la lucha contra las drogas como principal riesgo para su ciudadanía. Por ello, designó al Tren de Aragua como organización terrorista, señalando sus actividades vinculadas al narcotráfico, trata de personas y violencia organizada. La medida estableció un precedente histórico, al reportar que una organización criminal venezolana de alcance regional extendía su influencia afectando a todo el continente.
La presión se materializó en marzo, cuando Trump ordenó deportaciones masivas de venezolanos, acusándolos de vínculos con el Tren de Aragua. Gracias a acuerdos con El Salvador, 252 personas terminaron en la prisión CECOT, una de las más cuestionadas por violaciones de derechos humanos. Sin tribunales que evaluaran sus casos, venezolanos que solo buscaban el sueño americano fueron encarcelados sin garantías y acusados sin pruebas.
Tras la crisis migratoria, la tensión internacional se intensificó durante abril, mayo y junio, especialmente con la reanudación de los vuelos de deportación desde Estados Unidos hacia Venezuela. A ello se sumaron los esfuerzos de varios gobiernos por reforzar los controles y desincentivar el paso por la selva del Darién, una ruta cada vez más peligrosa y señalada como foco de crisis humanitaria.
Aumento de la tensión y militarización del Caribe
La segunda mitad del año se inició con hechos complejos. En julio, los venezolanos encarcelados en El Salvador fueron enviados de vuelta al país del que habían huido, vulnerables y sin opciones. En agosto, Washington aumentó a 50 millones de dólares la recompensa por la captura de Maduro, acusándolo de vínculos con terrorismo, narcotráfico y el Cartel de los Soles. En septiembre, Trump ordenó militarizar el Caribe, desplegando buques, aviones y su mayor portaaviones para enfrentar el narcotráfico y aumentar la presión sobre el gobierno venezolano.
Como respuesta, Maduro adoptó una postura firme, denunciando provocaciones externas y afirmando que se mantendría en el poder si era necesario. Su narrativa buscó mostrarse como un líder fuerte y despreocupado ante cualquier amenaza. Para reforzar esta imagen, llamó al alistamiento de milicianos y reservistas, organizó actos militares, prohibió drones y difundió mensajes de control y preparación. Pero, lo que empezó como una demostración de fuerza derivó en nuevas provocaciones de Trump, con ejercicios militares, sobrevuelos estratégicos y amenazas públicas en televisión y en redes sociales.
Ataques militares, víctimas mortales y tensión en su máximo nivel
Entre septiembre y noviembre, las amenazas en el Caribe pasaron a acciones militares con una veintena de embarcaciones y un submarino presuntamente cargado de estupefacientes fueron hundidos, dejando 87 muertos. Eran personas involucradas en actividades ilícitas, pero también vidas eliminadas sin investigación ni juicio, solo por órdenes militares. A nivel internacional, esto se vio como un uso desproporcionado de la fuerza por parte de Estados Unidos.
En medio de esta tensión, octubre trajo una sorpresa: María Corina Machado ganó el Premio Nobel de la Paz. Para sus seguidores fue un gesto histórico en un país donde la realidad es mucho más dura que lo que muestran los titulares. Mientras tanto, Maduro multiplicó sus apariciones, adelantó la Navidad otra vez y pasó de un discurso de fuerza militar a uno de “búsqueda de paz”, con mensajes y actos más distractores que efectivos.
A finales de noviembre creció el temor a una mayor escalada tras una llamada que tanto Trump como Maduro aseguran haber iniciado. También difieren en su contenido, porque Maduro dijo que fue un intercambio respetuoso por la paz, mientras Trump afirmó que se discutió una posible salida de Maduro que no avanzó por las condiciones exigidas por Caracas, especialmente la amnistía, el levantamiento de sanciones y una transición liderada por Delcy Rodríguez.
Dichos esfuerzos de diálogo no evitaron que Estados Unidos anunciara poco después el cierre del espacio aéreo venezolano dando como resultado que cientos de ciudadanos venezolanos, vivenciaron como sus vuelos de vuelta a casa fueron suspendidos, quedando varados sin garantías de retorno en aeropuertos internacionales. Ante la incertidumbre, muchos optaron por buscar alternativas viajando a países cercanos para cruzar la frontera y poder regresar a casa, otros siguen a la espera de que reabra el espacio aéreo.
La desilusión materializada
Mientras tanto, lo que muchos esperaban no fue posible. María Corina Machado no pudo asistir a la ceremonia este 10 de diciembre. Aun así, la imagen que se deseaba ver, de ella recibiendo el Premio Nobel de la Paz, se volvió un recordatorio de que Venezuela puede cambiar y despertó una chispa de esperanza en medio de la incertidumbre. Aunque el país siga enfrentando presiones, amenazas y un futuro difuso.
En definitiva, Venezuela cierra un año marcado por tensiones internas y externas que mantuvieron al país en constante presión. Mientras el gobierno se aferra al poder y Estados Unidos endurece su postura, la vida cotidiana sigue siendo la más golpeada. Entre incertidumbre, migración forzada, represión y precariedad, los venezolanos resisten un presente que no eligieron.
En paralelo, libran su propia batalla, enfrentan la inseguridad, dependen de remesas, callan ante la represión y buscan medicinas escasas. Educación y sanidad sobreviven como pueden, con profesionales que emigran para no seguir en condiciones precarias. Y miles continúan arriesgando la vida en rutas como el Darién, que Estados Unidos dice haber contenido, pero que sigue cobrando vidas de quienes aún buscan una oportunidad distinta.
En estos escasos días que quedan para despedir el 2025 pueden pasar muchas cosas. Ha sido un año complicado, lleno de señales que podrían cambiar el rumbo. Puede que las advertencias de Trump se hagan realidad, aunque todavía no se pueda determinar a qué costo ni con qué consecuencias. O puede que el 2026 reciba a los venezolanos con la misma desilusión ya gastada tras casi 26 años de chavismo en el poder, y con un gobierno que sigue intentando resolver sus problemas entre bailes y llamados a la peace.
* Investigadora adscrita al Observatorio de Venezuela de la Universidad del Rosario y al Radar Colombia Venezuela en Alianza con la Fundación Konrad Adenauer.
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