El Magazín Cultural
Publicidad

Breve relato sobre mi mecedora, el pensamiento y la condición humana (Cuentos de sábado en la tarde)

Siempre he sido un entusiasta—casi fanático—de la rutina, pues me parece a mí que nos libera con eficacia del tormento de tomar decisiones cotidianas.

Santiago Vargas Acebedo
28 de junio de 2020 - 12:15 a. m.
Breve relato sobre mi mecedora, el pensamiento y la condición humana (Cuentos de sábado en la tarde)
Foto: Archivo Particular

 Durante un tiempo, por ejemplo, repetí a la hora del almuerzo uno de los muchos rituales a los cuales me he sometido con la dedicación de un asceta: llegaba a la casa del trabajo, me cambiaba los zapatos por unas pantuflas azules de lana, prendía noticias en la radio y calentaba el almuerzo que había dejado listo desde la noche anterior. Luego, preparaba un café oscuro y me sentaba en una mecedora que había comprado hace unos años en El Viejo Baulito, un almacén de segunda mano del barrio Chapinero. La mecedora era de color marrón atezado, tenía una guarnición gruesa con un cojín blanco, astas que se asemejaban a una columnata del orden jónico y un respaldo, de más de metro y medio, que me permitía reposar la cabeza sobre la parte superior de la silla. Antes de instalarme en la mecedora, cambiaba las noticias por algo de música; luego me sentaba a leer el periódico y duraba meciéndome por tanto tiempo como me lo permitiera el arduo horario laboral bogotano.

Le suferimos leer: Pelo malo (Cuentos de sábado en la tarde)

Era tal el placer que provocaba en mí la mecedora que, con el tiempo, los demás apéndices de la rutina resultaron superfluos. De éstos, el primero que abandoné fue el periódico, luego dejé de lado la música y, por último, renuncié a las rebosantes tazas de café oscuro. De manera que mi rutina posterior al almuerzo se convirtió en un simple vaivén al ritmo de mi mecedora. Estas particulares circunstancias me llevaron a preguntarme sobre el origen del placer tan grato que ocasionaba en mí el acto tan sencillo de mecerse. La respuesta, aunque parece insignificante, esconde un sombrío secreto sobre la condición humana. Tal deleite radica, simplemente, en la distracción del pensamiento. Por lo tanto, resulta apenas natural preguntarse: ¿es tan insoportable el pensamiento que hemos de distraerlo porque no aguantamos su desnuda presencia? Y, ¿es tal distracción un vicio que nos aleja del contacto con la condición humana o nuestro único amparo frente a una angustiante realidad? 

Le sugerimos leer: La Cirujana (Cuentos de sábado en la tarde)

Pues bien, luego de hacerme éstas y otras preguntas en mi mecedora, me levantaba, me ponía los zapatos y me dirigía al trabajo, donde permanecía sumido en un diligenciar burocrático el cual, por fortuna, me distraía el pensamiento al menos hasta el siguiente día a la hora del almuerzo.

*Arquitecto y sociólogo cultural (santiago.vargas.acebedo@gmail.com)

Por Santiago Vargas Acebedo

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar