El Magazín Cultural
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Por fortuna, Marta Traba fue migrante

La crítica de arte y escritora decidió salir de su país, Argentina, desde que entendió que su lugar estaba donde pudiese saciar su necesidad de exploración y explotar su fuerza de trabajo. Además de varias ciudades de Europa y Estados Unidos, Traba vivió en Colombia, pero además la hizo suya. Su trabajo por el arte contemporáneo en el país es uno de los más agradecidos.

Laura Camila Arévalo Domínguez
18 de diciembre de 2020 - 02:00 p. m.
En 1982, Belisario Betancur le otorgó la nacionalidad colombiana a Marta Traba, que falleció el 27 de noviembre de 1983 cerca del Aeropuerto de Madrid-Barajas.
En 1982, Belisario Betancur le otorgó la nacionalidad colombiana a Marta Traba, que falleció el 27 de noviembre de 1983 cerca del Aeropuerto de Madrid-Barajas.
Foto: Archivo particular

En Argentina no había ninguna posibilidad de libertad. Marta Traba nació en Buenos Aires el 25 de enero de 1930 y estudió Filosofía y Letras en la Universidad Nacional. Quería ser escritora y mientras estudiaba trabajaba con el crítico de arte Jorge Romero Brest en la revista Ver y Estimar. Esa fue la primera tribuna en la que su trabajo comenzó a ser publicado y en la que fue entendiendo que su tiempo no podía gastarse en un lugar que la forzaba a lo mínimo, al silencio, a las cadenas. Ahí se convirtió en la migrante valiente, porque sabía de los riesgos, pero también en la viajera permanente, pues su curiosidad era insaciable.

Se fue para Europa y estudió Historia del arte en la Sorbona, pero sus ambiciones e intereses por lo que su época podía aportar al arte que a ella le interesaba, la condujeron a explorar lugares que estuvieran más allá de lo que alcanzaban a ver sus ojos. En Europa tenía los elementos para actualizarse continuamente, para enriquecer su cultura y para formarse, pero se había encontrado con el arte conocido, con el arte comúnmente admirado, con el que aportó los referentes: el arte líder.

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Se casó con Alberto Zalamea, un periodista colombiano que le ofreció los horizontes inexplorados que a ella tanto le atraían. Llegaron a Colombia y ella, además de incursionar en un periodismo extranjero y ajeno, penetró el inexperto mundo televisivo colombiano. Propuso un programa y le comenzó a hablar de arte contemporáneo, surrealismo, expresionismo y demás términos especializados a un público que los desconocía. Traba comenzó a convertir el arte en un bien accesible y atractivo. Lo hizo desde su trabajo como periodista y desde su labor como maestra en la Universidad Nacional, en la que comenzó a dictar una cátedra sobre Historia del arte.

El lugar en el que ratificó su compromiso con el arte y la promoción de los que también se esforzaban por producirlo fue el Museo de Arte Contemporáneo de Bogotá, un recinto que se levantó en una construcción de la Caja de Previsión Social en 1962. Lo fundó porque consideraba que las artes plásticas necesitaban de un lugar que las acogiera y las difundiera, de un refugio que las protegiera del hermetismo en el que querían encerrarlas bajo las capas del clasismo. La primera exposición fue “Tumbas”, de Juan Antonio Roda, y desde ese momento el país fue testigo de que el arte era capaz de mezclar y congregar. Fue la génesis de charlas, simposios, muestras y reuniones de artistas que estaban disponibles para los bogotanos.

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Cuando en medio de un programa de televisión se atrevió a decir que no estaba de acuerdo con la entrada de tanques de guerra a la Universidad Nacional, el DAS le comunicó que tenía tres días para salir del país. Al presidente Carlos Lleras Restrepo le pareció que una “extranjera no tenía por qué intervenir en los asuntos del orden nacional”. Nunca se fue por su matrimonio con Alberto Zalamea y el Estado no pudo expulsar a una ciudadana colombiana, pero ese hecho, más el exilio que ya había vivido desde que decidió salir de Argentina, marcó su forma de ver las cosas. Para ella, el arte no era uno solo y su deambular por diferentes países de su continente, de Norteamérica y de Europa, le sirvió para entender cómo podía juntar todas las piezas que en su cabeza se complementarían. Entendió que sus ojos eran los del público. Lo que ella veía también tenía que ser apreciado por los que tenían curiosidad de fijarse más allá de los conceptos y el esnobismo.

Era una líder. No esperaba que, si tal vez se esforzaba, las cosas ocurrieran. No creía, estaba convencida. Y jamás actuó pensando en las posibilidades, sino en los hechos. En lo que ella visualizaba como real si se movía, si aplicaba, si enseñaba y si criticaba. Porque además de periodista y maestra, fue crítica, una de las primeras y de las más grandes que además defendía su labor aduciendo que más allá de lo constructivos que pudieran ser los comentarios sobre el arte, los que a ella le interesaban eran los destructivos, y los que impulsaran al mundo artístico a romper con los paradigmas, la comodidad y la mediocridad.

Traba tuvo la sensibilidad y la agudeza para reconocer que en Beatriz González, Édgar Negret, Normal Mejía, Alejandro Obregón y Fernando Botero había una promesa para Colombia, tal y como lo demuestra un artículo titulado “En una palabra…”, en el que Steven Navarrete rescató el texto publicado en El Espectador que Traba tituló “Claro que hay jóvenes con talento”. En él destacó la incidencia de González en la escena artística colombiana.

En 1960 comenzó la década en la que Marta Traba se convirtió en el referente de la crítica de arte más importante del país, a pesar de lo mucho que le costó posicionar un género que la gente no entendía. “Los críticos somos gente subjetiva, interesada y llena de malas pasiones”, dijo en El País de Cali en 1976, uno de los tantísimos medios en los que publicó debido a su afán por comunicarse con la mayor cantidad de jóvenes a los que les llamaba la atención el arte pop y el conceptual. Era una generación que además de adaptarse, pedía modernidad, y ella tenía la llave para abrir esa puerta.

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Después de analizar la escena artística de cada país, complementarla para su enciclopedia mental y conectarla con el paso de las décadas y su evolución en cada transición, Traba dejó claro que la exploración era infinita.

El viaje terminó en un avión de Avianca que abordó con destino a Colombia, el que fue su laboratorio y hogar adoptivo. Un lugar que le sirvió para probarse que el arte moderno no requería de estatus o sexo específico. Ella, además de madre y esposa, había logrado convertirse en una de las intelectuales más importantes de un país que no se negó a su ingenio.

Laura Camila Arévalo Domínguez

Por Laura Camila Arévalo Domínguez

Periodista en el Magazín Cultural de El Espectador desde 2018 y editora de la sección desde 2023. Autora de "El refugio de los tocados", el pódcast de literatura de este periódico.@lauracamilaadlarevalo@elespectador.com

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Berta(2263)18 de diciembre de 2020 - 09:28 p. m.
Faltó decir que Marta Traba mientras ensalzó a Botero condenó al ostracismo a Débora Arango; una artista muy superior a Botero.
-(-)18 de diciembre de 2020 - 08:26 p. m.
Este comentario fue borrado.
Dion Casio(66071)18 de diciembre de 2020 - 03:09 p. m.
Muy completa y acertada biografía pero deberían corregir la fecha de nacimiento.
Usuario(49645)18 de diciembre de 2020 - 02:58 p. m.
"Explotar su fuerza de trabajo..." Nació en 1983...🤔
Natalia(63402)18 de diciembre de 2020 - 02:45 p. m.
Por favor corrijan. Nació y ...... murió???? O nació muerta??? No pudo haber nacido el dia de su muerte 27 de noviembre de 1983....
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