El futuro de Europa está en juego

De estas elecciones depende mucho más que el reparto político de parlamentarios y el equilibro de instituciones. Se debate el futuro de la integración y el futuro inmediato de los sistemas democráticos. Son, sin duda, los comicios más importantes de la historia reciente para la Unión Europea.

Gustavo Palomares Lerma *
19 de mayo de 2019 - 02:00 a. m.
 Candidatos a la presidencia del Parlamento Europeo debaten en Eurovisión.  / EFE
Candidatos a la presidencia del Parlamento Europeo debaten en Eurovisión. / EFE

La historia más reciente ha demostrado que todos los procesos y avances de la humanidad no son inmanentes y, por el contrario, son reversibles si no se defienden con determinación día a día. De nada sirve lamentarse luego de lo que se pudo hacer y no se hizo. Es necesario confesar que en estas elecciones europeas nos jugamos mucho más que conocer el próximo reparto político que regirá el Parlamento Europeo y el equilibrio en el resto de sus instituciones derivado de ello.

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No solo nos estamos jugando el futuro del proceso de integración, sino también la pieza central que determinará el futuro inmediato de los sistemas democráticos en nuestro continente. Y justamente en la región del mundo que es la cuna del pensamiento liberal democrático, en donde pensábamos que los valores del pluralismo y la defensa de los derechos estaban más asentados.

Las fuerzas del populismo neoconservador, racista y excluyente avanzan inexorables hacia el corazón de Europa. Después de ganar gran parte del centro del continente que dejó el comunismo para abrazar otros autoritarismos, conquistada Italia con la llegada de la Liga de Mateo Salvini, acechada Alemania con el auge del partido de ultraderecha Alternativa para Alemania y a pesar de haber sido frenada en España y Portugal, con sendas victorias socialistas, el nido de la serpiente del autoritarismo intransigente y xenófobo puede colocarse como fuerza política determinante en el Parlamento Europeo. Para consolarnos sirve aquella frase mítica de Bogart en la inmortal Casablanca: “Siempre nos quedará París”… a pesar de que los chalecos amarillos le han bajado los humos europeístas al presidente francés, Emmanuel Macron.

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Olvidamos con demasiada facilidad cómo los movimientos fascistas se han valido históricamente de los valores democráticos y de las elecciones libres para finalmente acabar con ellos. Y lo peor es que el escenario puede ser propicio para estas fuerzas antieuropeístas, porque después de muchos años empujando la nave de la integración europea a través de tantas tormentas económicas, sociales y políticas, con la permanente debilidad institucional y la dominante falta de voluntad política, lo que les pide el cuerpo probablemente a una parte significativa de los europeos es no votar en las actuales elecciones al Parlamento Europeo. Cómo se puede explicar a nuestros electores, especialmente a los más jóvenes, la utilidad de un proceso de integración en donde, como ocurre en España con un 53 %, las nuevas generaciones se encuentran abocadas al ostracismo laboral o al destierro.

Dicho esto, y aun así, es imprescindible participar activamente en estas elecciones más que nunca, porque estamos abocados a una refundación de Europa. Esa Europa de 27 estados más uno, que, a pesar de los muchos borrones, ha escrito con su proceso de integración las páginas más largas de paz y prosperidad en un continente históricamente en conflicto permanentes que fue el origen de las dos guerras mundiales. Para eso dimos la lucha desde 1979 —una vez pudimos elegir directamente a nuestros representantes— para dar solución progresiva al denominado déficit democrático, para colocar a la ciudadanía como motor de este proceso de integración, incluso por encima de Estados y de patrias. Los más ingenuos llegamos a acariciar la idea de que el rango jurídico de esa ciudadanía elevado a norma en el Tratado de Maastricht sería el punto de bóveda de una Europa unida y federal.

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Pero con el paso del tiempo el sueño se esfumó y ahora estamos inmersos en esta vorágine del Brexit, derivada de la continuada indefinición británica, que ha estado condicionando la Unión y sus políticas los dos últimos años, empezando por estas elecciones, a las cuales, a dos semanas de realizarlas, no sabíamos si el Reino Unido acudiría o no. En el argot castellano se decía “despedirse a la francesa” cuando alguien se iba sin decir nada; ahora se ha acuñado el término de “despedirse a la inglesa”, cuando dices muchas veces de forma cansina que te vas, pero nunca acabas de irte.

Es imprescindible conseguir una mayoría parlamentaria impulsora de esa inevitable refundación de Europa para poner en marcha una reforma de los tratados que, llegados a este punto de atomización de políticas, interés y modelos, parece inevitable. La Comisión Europea, en su Libro Blanco sobre el futuro de Europa, diseña un “tercer escenario” de futuro para que los Estados decididos a avanzar con paso firme y decidido lo puedan hacer con el mecanismo de “cooperación reforzada” o solidaria, sin estar sometidos a esos Estados rémora que siempre dificultan las decisiones en su permanente duda hamletiana respecto a su verdadera vocación europeísta. Este mecanismo para adoptar y ejecutar las posiciones o acciones comunes debe estar institucionalizado en un nuevo tratado que abra nuevamente la puerta a una inevitable constitucionalización del proceso. La necesidad de un proceso constituyente y de una Constitución para Europa tendrá que volver a plantearse tarde o temprano.

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Es urgente abordar con mente amplia y nuevos compromisos los puntos urgentes de la agenda establecida por la Unión fruto del renovado pacto entre Merkel y Macron: el avance en la nueva agenda común de inmigración, asilo y refugio, asumiendo de forma directa y sin delegación a terceros Estados (acuerdo con Turquía); la protección efectiva de los derechos de esas personas que llegan a nuestras fronteras huyendo de la guerra y/o de la hambruna; la puesta en marcha de un ejército europeo capaz de cubrir el retraimiento y las desavenencias con el socio transatlántico que también se extiende a una verdadera “guerra comercial” fruto de esta esperpéntica twitter diplomacy de Trump (con estos amigos…); avanzar en la construcción de una verdadera Europa social, con nuevas políticas comunes en materia de desempleo y de apoyo a los jóvenes y a las familias; poner en marcha la tercera fase de la Unión Bancaria y dentro de la Unión Monetaria, transformar el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) en un Fondo Monetario Europeo (FME).

Y, por último, fortalecer la acción exterior común en todos sus múltiples escenarios, y de forma prioritaria la cooperación para el desarrollo y la ayuda que requiere dar un paso adelante cuantitativa y cualitativamente, con nuevos instrumentos que permitan una cooperación más eficaz, eficiente y sostenible.

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Asociado con este último punto, después de la experiencia vivida y de las idas y venidas en el acompañamiento y ejecución del Acuerdo de Paz en Colombia, parece imprescindible reorientar la cooperación de la Unión y de los Estados miembros dentro y fuera del Fondo Fiduciario para Colombia, con una nueva hoja de ruta en la cual se establezca claramente el reparto de esfuerzos entre el Gobierno colombiano y los fondos europeos en los distintos proyectos sobre el territorio. Ámbitos como el fortalecimiento rural en las zonas históricas de conflicto; la normalización de la JEP y su puesta en marcha a pleno rendimiento; la reintegración y reinserción de los actores armados; la protección efectiva de los defensores de los derechos que son sistemáticamente masacrados. Todas estas cuestiones son y deben seguir siendo objetivos prioritarios de la cooperación europea en Colombia. Sin embargo, si queremos establecer compromisos claros de sostenibilidad, la UE y Naciones Unidas no deben parchear la falta de voluntad política y financiera en el cumplimiento cabal de los compromisos asumidos por el Estado colombiano en los Acuerdos de Paz, sea cual sea el Gobierno de turno.

Son muchos los ciudadanos que pensamos que es necesario responder con firmeza y peso a los grandes retos económicos, políticos, diplomáticos y militares que tenemos por delante. Para ello, Europa no es el problema, sino, por el contrario, más Europa es la única solución; la cuestión es definir qué tipo de Europa es la que deseamos construir.

* Catedrático europeo Jean Monnet en la Universidad Nacional UNED de España, presidente del Instituto de Altos Estudios Europeos y director el proyecto europeo Pedagogía de la Paz y Gestión del Posconflicto en Colombia.

Gustavo Palomares Lerma, 2019; para El Espectador (Project Syndicate) Huffington Post

Por Gustavo Palomares Lerma *

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