El Magazín Cultural

Germán Espinosa: el genio y el padre

Adrián Espinosa es pintor y vive en Bogotá en la casa donde vivió su padre, Germán Espinosa. En esas paredes se albergó la agudeza de una mente brillante, que continúa siendo sede de creación artística, pero ahora con expresiones distintas.

Laura Camila Arévalo Domínguez
18 de marzo de 2018 - 09:20 p. m.
Adrián Espinosa
Adrián Espinosa

Ayudantes para las pesadas cargas de la vida, disfrazadas de libros o pinturas. Ahí, en una casa que habitó el escritor y ahora ocupa el hijo, estaban las herramientas que la humanidad solicita a diario para entender, soñar, concluir y hasta huir del tedio que a cada existencia le corresponde. Las personas siguen buscando aplacar los pesares y ahí se encontraban los instrumentos que demandan. El arte es el artilugio más eficaz para transformar destinos y aliviar dolores. Los autores detrás vivían y viven ahí. Uno se encargó de plasmar palabras y el otro plasma figuras y colores.

Adrián Espinosa es pintor y vive en Bogotá en la casa donde vivió su padre, Germán Espinosa. En esas paredes se albergó la agudeza de una mente brillante, que continúa siendo sede de creación artística, pero ahora con expresiones distintas.

Los primeros años del pintor transcurrieron sin sobresaltos y con los placeres mundanos de cualquier otra familia. Uno creería que tuvo una infancia difícil, pero él más bien la define como corriente. Hay una particularidad que humildemente intenta contar como algo habitual, y es el recuerdo de las lecturas en voz alta acompañadas de té y, sobre todo, escogidas por un amante de la literatura y experimentado escritor, que además era su padre. Los demás niños, ahora adultos, no podrían hablar de un papá lector que además de pronunciar las frases con tonos variables, acompañaba los giros en las historias tirando con fuerza los libros al piso o dando golpes fuertes en la mesa para agregar dramatismo al relato. (Lea más acá: Germán Espinosa: extractos de un libro póstumo)

De la pareja conformada por ese literato y una pintora nacen Adrián Espinosa y los impulsos por pintar. Josefina Torres, esposa de Germán Espinosa, le dedicó su vida a los lienzos y su hijo se inició en esta disciplina guiado por ella. A diferencia de sus padres, él decidió esperar e intentar en otros campos, optando por una carrera profesional que le pudiera dar estabilidad en el futuro. El aplazamiento de la pintura tuvo mucho que ver con la economía fracturada de sus padres. “La vida de ellos fue muy difícil, de la literatura o de la pintura no se vive, las afugias económicas fueron complejas”.

Uno de las tantas muestras de coraje que su padre pudo darle, ocurrió cuando el escritor, sin un solo peso en el bolsillo y echado con su familia de una pensión que ya no pudo pagar, decidió que debían vivir en el Hotel Cordillera de Bogotá, el lugar donde se hospedaban actores, políticos y empresarios. Un hotel de primer nivel. Habían terminado en un comedor comunitario.

El impacto fue impresionante: “mi papá no soportó vernos ni a mi mamá, ni a nosotros en esa situación y dijo: ¡vámonos de aquí!” Huyeron con sus maletas de la escena a un hotel de primera clase. En el año 1973, Adrián Espinosa tendría alrededor de siete años y vivieron en el costoso sitio alrededor de seis meses. “Estuvimos presos ahí hasta que la cuenta se convirtió en algo alucinante porque estuvimos a todo lujo”. (Lea más acá: Germán Espinosa: de reflejos y tejidos literarios)

¿Y cómo se dieron cuenta los administradores que ustedes ya no se hospedaron, sino que se instalaron a vivir en el hotel?

“Después de mes y medio le preguntaban a mi padre: Bueno, ¿y la cuenta? Mi papá los envolvía hasta que la situación se convirtió en algo insostenible”.

La cuenta fue saldada con un trabajo que consiguió Germán Espinosa por conexiones con Elkin Mesa. Anatomía de un traidor resultó ser el salvavidas de la familia. El libro se refiere al “caso Hendel”, un escándalo de corrupción ocurrido a finales de los años 30 que involucró a la familia López Michelsen. Una vez más, el padre responsable cumplió con su deber, además de llevar los suyos a vivir una aventura que difícilmente hubiesen podido encontrar en alguna película o libro.

Germán Espinosa: sin medidas para la franqueza.

¿Lo que más admira de su padre?

“Su honestidad”.

Espinosa era transparente, cualidad que por lo general fue positiva, pero que también lo metió en líos, sobre todo con su esposa, Josefina, que a pesar del amor incondicional que le profesaba, se exasperaba por su falta de filtro. Al terminar cualquier obra, ella le preguntaba su opinión, y él sin problema le respondía “me gusta”, o “está horrible”. Su relación tenía un gran componente de pasión, por lo que también sus peleas resultaban en una explosión de drama. (Lea más acá: Germán Espinosa: la verdad sea dicha)

“Que nunca me falte Josefina”

El amor de sus padres fue todo un poema cargado de romance, lucha y lealtad. Se adoraban y no concebían compañías distintas para las rutas que tendrían que emprender. Eran aliados y se protegían como si sus vidas dependieran de ello. Una dupla que desafiaba todas las amenazas que se encuentran las parejas cuando el hechizo del enamoramiento termina. Germán Espinosa escribió el libro Aitana, inspirado por el ilimitado afecto que la pareja mantuvo hasta el final de sus días.

¿A la sombra de Gabriel García Márquez?

Nunca. Adrián Espinosa es insistente en la importante diferenciación de la obra de los dos escritores. En su hogar nunca se negó la admiración y respeto que su padre sentía por García Márquez. Siempre reconoció sus logros y era consciente de las dificultades para surgir en la capital. La envidia nunca se asomó en sus comentarios, ni mucho menos en la presencia de su obra en la casa Espinosa Torres: “El estigma que había contra los costeños era lapidario”, afirma Espinosa Torres.

La novela sin puntos

El 20 de julio de 1969, día en que el hombre llegó a la Luna, a Espinosa se le ocurrió la idea de que fuese alguien de Cartagena quien hiciera un descubrimiento astronómico. Una novela con un solo punto, el del final, que algunos años después fue escogida por la Unesco como patrimonio de la humanidad. “La tejedora de coronas no solamente juega con el tiempo, sino con la mente del personaje. Cuando estás leyendo, es lo que el personaje que está ahí en la mazmorra está recordando, pero esas recordaciones son caóticas, eso no tiene un orden”.

“A mi hijo Adrián, que me ha soportado tanto”

Su hijo, además de “soportarlo”, como en su dedicatoria anotó Germán Espinosa en La verdad sea dicha, ha sido su principal promotor, sobre todo desde su muerte, en octubre de 2007. Le hace homenajes, participa en los que los demás realizan y protege su legado. Se apropió de la herencia de su padre, que no fue exclusiva de su descendencia. De la sucesión nos beneficiamos todos.

Germán Espinosa fue admirador de Borges y León de Greiff. Se obsesionaba con Cartagena y la inquisición. Generoso en su inocente pretensión de homenajear con sus relatos al género femenino, se convirtió en un maestro de la narrativa. Fue amigo y compañero de personas a las que siempre impulsó, un erudito que produjo una obra merecedora de una exploración juiciosa y concienzuda. Un osado al que su familia no apoyó cuando decidió dedicarse a las letras, y que solo reconoció cuando comenzó a figurar públicamente. Un valiente que pudo ser mil cosas, pero decidió ser escritor.

 

Por Laura Camila Arévalo Domínguez

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