Nereo, inmortal

El festival de literatura Oiga, Mire, Lea, auspiciado por la Biblioteca Departamental del Valle del Cauca, cumplió ya nueve años. Fue apoteósico. Cinco días de llenos totales en todos los auditorios, “hasta las banderas”, y una emocionante celebración de los 70 años de la Biblioteca Jorge Garcés Borrero con la Banda Departamental interpretando con 40 instrumentos de viento las melodías icónicas de películas inmortales en pantalla gigante. Momentos para no olvidar.

Hubo escritores internacionales y nacionales, cineastas, fotógrafos, talleres infantiles, recitales de poesía… El festival se ha convertido en un referente internacional de la palabra escrita: México, España, Argentina, Perú y Colombia estuvieron presentes. Asistieron Manuel Vilas, Guillermo Arriaga, Gabriela Wiener, Cecilia Szperling, Claudia Piñeiro, Víctor Gaviria, Velia Vidal, Alejandro Gaviria, Jotamario Arbeláez, Gabriel Jaime Alzate, Alexa Rochi… podría seguir. Cali es de nuevo capital cultural.

Me enfoco ahora en el tema: Nereo, retrato sin permiso, el documental dirigido por Andrés Morales sobre la vida de Nereo López, el fotógrafo que plasmó la historia de Colombia con sus imágenes. La película recupera su infancia, la de un huérfano pobre que vivió con su tío en un camión; sus primeros trabajos en un cine de Barrancabermeja; esa primera cámara que un amigo le dejó a su cuidado y jamás regresó; su curiosidad por aprender a tomar fotos con ella, lo que se convertiría en el verdadero amor de su vida y la razón de su existencia.

“Por culpa de mi pasión por la fotografía se me desbarataron todos mis romances”. Sus múltiples amores se podrían comparar con los marineros que besan y se van, pues desde enero hasta diciembre Nereo y sus cámaras, trípodes y lentes recorrían Colombia en fiestas patronales, procesiones, corralejas, ferias taurinas, festivales de música, o se adentraban en campos y veredas para plasmar rostros campesinos, chiquillos, indígenas, hombres y mujeres de razas diferentes en oficios diarios y acontecimientos políticos. Trabajó en Cromos y O Cruzeiro, y se daba el lujo de escoger a quienes escribirían sobre sus reportajes fotográficos. Eran las fotos las que contaban la historia, no los textos adornados con fotos.

Nereo el maestro, el sabio, el amigo leal, el confidente, el anfitrión exquisito, el conversador culto y divertido con una agudeza mental filuda. Sus carcajadas eran contagiosas y a veces sus ojos color mar se encendían de rabia o se oscurecían de nostalgia. Tuve el privilegio de su amistad incondicional en los momentos divertidos de la vida, en los brindis de euforia y en los períodos de soledad. Participó en la organización del viaje a Estocolmo cuando García Márquez recibió el Nobel. Se las ingenió para fotografiar desde dentro la presentación de los grupos folclóricos en el Banquete Real, disfrazado de cumbiambera.

Su archivo de miles y miles de fotografías reposa en la Biblioteca Nacional, adquirido durante el gobierno de Ernesto Samper, cuando tuvo que venderlo para poder sobrevivir porque Colombia se olvidó de él en sus momentos de senectud. Pero Nereo jamás se doblegó. Ya cercano a sus 90 viajó a Nueva York, ciudad que le abrió las puertas, valoró su talento y auspició sus exposiciones. Sus restos viajan en las aguas del río Hudson, o sea, sigue itinerando por el mundo, peregrinando eternamente.

Su hija y su nieta se encargan de que su legado no muera. De todas formas, Nereo es inmortal. Sus fotos son la historia del país, sus ojos vieron lo que nadie quería ver y él lo convirtió en arte. Ese documental ya pertenece a nuestro patrimonio nacional.