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Las primeras metáforas (II)

Beatriz Vanegas Athías
28 de julio de 2020 - 05:01 a. m.

Dice Cristina Peri Rossi en su más reciente novela La insumisa, que por estos días leo con la alegría de encontrar las respuestas que el discurso literario ortodoxo se niega a dar: “Primero se siente, después se sabe. Yo sentía delectación sin conocer la palabra para nombrar ese goce que es consciente de estar gozando”. Pues sí, yo sentía delectación por esos versos cantados sin saber que eran una metáfora en forma de sentencia cuando se bailaba un dolor al ritmo de Alejo Durán: Como Dios en la tierra no tiene amigos / Como uno no tiene amigos anda en el aire. En aquel pueblo ultra católico se me dio por preguntar a mi madre por qué Dios no tenía amigos si yo veía la iglesia llena de gente alabándolo. Esas son cosas de esos cantantes que ya no saben qué inventar, obtuve por respuesta. Pero me quedó sonando que había cierta maldad en Dios que se le dio por mandar males a Juancho Polo Valencia, impidiendo la muerte de su Alicia.

Tiempo después, el mismo Alejo Durán se encargó de componer y de volver a cantar la composición que se daba en llamar “contestación” a la queja ante el creador de Valencia. Era Recuerdos de Alicia, un paseo melancólico en el que Durán narra la tristeza de Flores de María por la muerte de Alicia. Es este canto, una elegía que yo veía bailar en las KZ de Majagual en donde las parejas abrazadas se movían rítmicamente mientras sus cuerpos sudaban a chorros como si el sudor fuera las lágrimas por Alicia: Alicia no murió sólita / Porque sus amigos estaban presente en su despedida. / Alicia fue noble y bonita / Pero su destino estaba sellado con su partida. / Una mañana de invierno / El sol no salió / Estaba de luto el pueblo / Donde ella vivió.

Tal vez bailar los dolores ha sido el piso que ha sostenido a esa región de Colombia del abuso, la infamia y el olvido de 200 años dizque de República. Tal vez por eso hay en esas primeras imágenes una reiterada evocación de lo ido, del lugar común “todo tiempo pasado fue mejor”. Y fueron las composiciones de Freddy Molina en la voz de Jorge Oñate y luego de Diomedes Díaz quienes instalaron en mi ser esa angustia existencial por lo que ya no es y el deseo de perduración e infinitud, asuntos inherentes a toda alta poesía: No volverán/Los tiempos de la cometa/Cuando yo niño/Brisas pedía a San Lorenzo/Mariposa en la malena/Sus casimbas son recuerdos/Y el profesor que me pega/Por llegar tarde al colegio/Esas momentos los viví/Y al fin al cabo tristes son/No volverán nunca a existir/Y eso me parte el corazón.

Tuve un amigo que se llevó la guerra. Y que cuando salía un L.P. de Diomedes Díaz encargaba tres a Magangué.: uno para parrandear y que aguantara la rayada por la repetición del canto o los cantos que más le iban a gustar; otro, para guardarlo de colección y el tercero por si alguien quería robárselo. En 1989 salió el L.P. de Diomedes “El cóndor herido” y el que lleva el nombre del disco es el canto vallenato que creo que la vida (y mi amigo) me han hecho oír más veces: Para que plata, si no es por eso/Porque trabajo y en cualquier parte yo me la puedo ganar/Es lo que siento aquí en el pecho/Que con dinero jamás y nunca se puede solucionar. Toda el arte poética y vital del polémico cantor se halla en esos cuatro versos. Luego Diomedes dejó de cantar y empezó a rebuznar, pero ese no es tema de esta columna. Lo es cambio que él (el primer Diomedes) y tantos otros cantores, eran el aroma musical que se respiraba en aquellos pueblos perdidos y olvidados por Dios y sostenidos a punta de cantar sus dolencias.

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