Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Raeda está cumpliendo años. Abed, su padre, me escribe temprano para decirme que espera poder celebrar este día. Sube una historia a su Instagram con la carita sonriente de su hija. Detrás de ella se ven las ruinas de lo que era Tal al-Hawa, un vecindario palestino ubicado al sur de Gaza. Abed y su familia tuvieron que desplazarse allí desde su ciudad, Deir al-Balah, para sobrevivir. Según la ONU, 1.9 millones de personas han sido desplazadas en Gaza, el 90 % de su población.
Dice el poeta bogotano Juan Pablo Rodríguez de Castro, cuando habla de vida y exterminio:
Se va la vida,
En destellos petróleos.
Abed se levanta todos los días a buscar agua y comida enlatada, de mercados improvisados en carpas, que sólo reciben dólares. Su tierra, presa de añoranzas geopolíticas y coloniales, ahora está en ruinas. Se va la vida, que se desmorona entre las ansias de gas y petróleo, un asunto clave en los intereses israelíes sobre Palestina por su abundancia.
“Estos son nuestros sueños”, dice Abed, mientras busca cómo sobrevivir junto a sus bebés y a su esposa, “ahora todos son sueños que no se vuelven realidad”. Al respecto, la poetisa palestina Fadwa Tuqan escribió en el siglo XX: Sólo quiero permanecer en su abrazo (...)/Para resucitar siendo hierba en mi tierra./ Resucitar siendo flor,/ Que deshoje un niño crecido/ En mi país.
Raeda es hija de Abed, así como Ali y Ahmed. Su esposa, Emán, tuvo a su último bebé hace 11 meses. Pero la leche de fórmula escasea, y cuando se encuentra en mercados informales, cuesta aproximadamente 100 dólares. Medios como Time han documentado cómo la comida en Gaza cuesta cientos de veces más después del bloqueo impuesto en marzo por Israel, cuando impidió la entrada de ayuda a Palestina en su totalidad. Para hacernos una idea, un huevo, que antes de marzo valía 3 dólares, ahora puede costar 43 dólares, si es que se consigue.
Esta situación llevó a que, a finales de agosto de este año, la ONU declarara la hambruna en Palestina por un colapso deliberado y manifestara la urgencia de ayuda humanitaria inmediata y a gran escala. Pero Abed sabe que acercarse a los lugares de recepción de comida, que han sido atacados feroz y sistemáticamente por el ejército israelí, es arriesgarse a ser asesinado. En últimas, su única fuente de comida es la que puede comprar solamente gracias a las donaciones internacionales que recibe de quienes conoce por Instagram.
“Me siento muy cansado”, me dice Abed. El sol y el agua siguen colándose por las carpas que son ahora su hogar. Duele el frío que soporta su familia durante el invierno; también, la pérdida de su casa, de su trabajo en un supermercado, de las idas al jardín con sus bebés. Duele extrañar a su mamá, que está recibiendo tratamiento para el cáncer en Egipto desde hace un par de años; también, el esfuerzo de buscar donaciones en medio de una situación absolutamente precaria y angustiante, de resolver el día a día.
Le recomendamos: Liberan a las dos colombianas que iban a bordo de la flotilla Global Sumud
A diferencia de la inacción de la mayoría de Estados en el mundo y de la poca acción y capacidad de las instituciones internacionales, la solidaridad de la sociedad civil ha movilizado algunas formas de cuidado que tienen la potencialidad de mantener la vida. Por ejemplo, las flotillas que han zarpado desde diferentes países, incluyendo Colombia, para llevar ayuda humanitaria a Gaza; o la Marcha Global a Gaza, en el que más de 2.500 personas intentaron ingresar a Palestina por la ciudad de Rafah. O el boicot mundial de los jueves.
Otras acciones más locales también se han llevado a cabo. En Colombia, un conjunto de artistas han buscado recaudar fondos para mantener a Abed y a su familia con vida. Por ejemplo, por medio de la venta de afiches y banderas palestinas, pósters, rifas solidarias y otras iniciativas como el boicot. Escribirles, escuchar y comprar lo que ofrecen es una forma de ayudar. Aunque en últimas, la forma más directa de solidaridad es donar al Paypal de Abed.
Dadas estas circunstancias horrorosas y condenables, poner el corazón en Palestina no es nunca más una metáfora, sino un llamado a hacer lo que podamos dentro de los confines de nuestro propio mundo. No podremos detener la ocupación, pero sí podemos ser solidarias con quienes están asediados por ella. También, este es un llamado a evitar el nihilismo y la parálisis, a desmontar las ideas prejuiciosas sobre las donaciones, que sobreponen las desconfianzas por sobre la empatía. Lo que sabemos hasta ahora es que Abed y su familia no han muerto gracias a ello.
En últimas, este es un llamado a creer que lo que está pasando, el genocidio, no es solo una tragedia para los y las palestinas, sino una tragedia para quienes han sido o podrían ser desposeídos, empobrecidos, violentados y eliminados por razones (geo)políticas y económicas, en cualquier parte del mundo. Un espejo frente al cual mirarnos entre pueblos capaces de reconocerse en el dolor de la guerra y el exterminio. La posibilidad de darle una mano a Abed, con lo que podamos o nos imaginemos.
Vea también: El rival político de Hamás podría entrar a administrar Gaza si complace a EE. UU. e Israel
Tristemente, mientras escribía esto, el 6 de septiembre de 2025, Abed recibió una notificación de evacuación. La ocupación israelí avanza y las ayudas para su familia, que ahora busca desplazarse forzadamente a la ciudad de Jan Yunis, son más que urgentes.
*Mariana Camacho Muñoz, investigadora de Dejusticia
👀🌎📄 ¿Ya se enteró de las últimas noticias en el mundo? Invitamos a verlas en El Espectador.
El Espectador, comprometido con ofrecer la mejor experiencia a sus lectores, ha forjado una alianza estratégica con The New York Times con el 30 % de descuento.
Este plan ofrece una experiencia informativa completa, combinando el mejor periodismo colombiano con la cobertura internacional de The New York Times. No pierda la oportunidad de acceder a todos estos beneficios y más. ¡Suscríbase aquí al plan superprémium de El Espectador hoy y viva el periodismo desde una perspectiva global!
📧 📬 🌍 Si le interesa recibir un resumen semanal de las noticias y análisis de la sección Internacional de El Espectador, puede ingresar a nuestro portafolio de newsletters, buscar “No es el fin del mundo” e inscribirse a nuestro boletín. Si desea contactar al equipo, puede hacerlo escribiendo a mmedina@elespectador.com