Yo también quería saber de dónde eran los cantantes, como aquella vieja canción que oía de niño. Pensaba que todos vivían en un mismo pueblo, que salían a cantar y luego retornaban, cargados con sus decenas de instrumentos, y que en aquel pueblo, por supuesto, todos los habitantes hablaban con música, caminaban cantando, y hasta cuando dormían soñaban con música. Con los años he vuelto una y otra vez a aquella canción, “Mamá yo quiero saber, de dónde son los cantantes”, y la he tarareado y he soñado con mis antiguos sueños, y con ellos, por ellos, he ido comprendiendo que las sociedades son consecuencia de la vida y las decisiones y los hábitos y enseñanzas de un sinfín de personas, de personajes, de costumbres y herencias, entre tantas otras cosas, y que por lo tanto, no son inmodificables.
No son un absoluto, ni un montón de reglas-leyes-decretos plasmados en una inmensa piedra. Las sociedades son el resultado de una infinita cantidad de variables creadas por ellas mismas. Se van construyendo y transformando. Dependen de ellas. Sus dinámicas, su moral, su espíritu, surgen de su gente. Y su gente, gente honesta o marcada por la viveza, gente solidaria o mezquina, es el resultado de todas y cada una de sus prácticas. Los grandes personajes, los Tolstoi o Goethe, los Thomas Mann o Mozart o Picasso o Chagall o Borges, por citar apenas unos cuantos, no son obra de la casualidad ni lograron hacer lo que hicieron por generación espontánea. Tuvieron ejemplos, espejos en los que quisieron verse y se vieron. Leyeron libros y vieron cuadros y oyeron música que alguien les mostró, seguramente de niños.
Y mientras pasaban los años fueron encontrando a otros parecidos a ellos, con similares preocupaciones. Conversaron, se nutrieron mutuamente. Tal vez se habrán prestado documentos y habrán soñado con un proyecto común. Intercambiaron ideas, pasiones, sueños. Cada uno fue un libro escrito y por escribir para el otro. O un lienzo pintado y por pintar. Ninguno se hizo de la nada. Ninguno se encontró con el otro por arte de magia. De una u otra manera, se buscaron y se encontraron, en ocasiones por lo que tenían en común, y en otras, porque eran opuestos, y ese ser opuestos los hizo enriquecerse. Se volvieron una pequeña sociedad dentro de la gran sociedad, y en algunos casos, esa pequeña sociedad se multiplicó. Esparció sus tentáculos y contagió a algunos, y de contagio en contagio y de ejemplo en ejemplo lograron cambiar la vieja sociedad, hasta volverla un poco como aquella canción que tanto me intrigaba de niño.