Ya ven: el expresidente Álvaro Uribe, apoyando una petición de ganaderos del Cesar, propone darles acceso a armas. Lo hace, claro, ladinamente, explicando que es necesario mentirle a la opinión, porque “el discurso del desarme es sugestivo” y si sale a la luz lo que verdaderamente quieren él y sus amigos, “nos muelen”.
La iniciativa me merece dos observaciones, una de forma y otra de fondo. La de forma consiste en destacar el método taimadísimo de quien ha querido venderse por todos los medios como “frentero”, pero que opera, y sólo puede operar, sobre la base de la mentira reiterada. Su entorno, naturalmente, reproduce la fórmula. La expectativa es que, a partir de allí, se puedan tramitar las propuestas más destructivas y descabelladas.
Y esto me lleva a la observación de contenido. Porque la idea de armar a los grandes terratenientes y ganaderos —y de hacerlo a través de un político astuto, que así obtiene apoyos sociales y territoriales anclados en el acceso al uso privado de grandes medios de violencia— es una idea paramilitar; de hecho, es LA idea paramilitar. Así comenzó todo. Una banda se armaba aquí, otra allá, y a través de redes de notables, terratenientes e intermediarios —y la gran área de intersección entre las tres categorías— obtenían creciente margen de maniobra para operar en el territorio con total impunidad. Hombre, Uribe —el “presidente ganadero”, como lo bautizó el mercenario Yair Klein— lo sabe: tiene que saberlo. Y hay que preguntarse en serio por qué una figura de tal calibre está jugando con esa clase de fuego.
Una respuesta muy general son los déficits endémicos del Estado colombiano, que el Acuerdo de Paz entre el Gobierno y las Farc iba a tratar de remediar —no por decreto, sino generando diversos círculos virtuosos de interacción entre Estado y sociedad—, pero eso ya no pasó. Y por consiguiente queda una larga historia de “dominio indirecto”, es decir, de presencia fracturada del Estado en el territorio parcialmente mediada por notables y proveedores privados de seguridad. Otra más específica es que Uribe tiene un poder inmenso en este Gobierno, expresa no sólo sus deseos sino los de su coalición y sabe que precisamente debido a la clase de política que ha promovido incesantemente nos dirigimos a una escalada de violencia. Como Uribe dice que le escribe todos los días al ministro de Defensa y a su asistente para promover su rearme, me pregunto específicamente qué le ha dicho Uribe, qué ha respondido Botero y qué piensa hacer. ¿O eso también hay que mantenerlo escondido?
Habría efectivamente que “moler” a los políticos que son lo suficientemente dañinos como para promover propuestas como estas. Pero aquí vale la pena hacer una observación. Uribe tiene tanto éxito porque se basa en “congruencias” claves que le permiten atraer simpatías. Me explico. El trabajador urbano al que le roban la quincena o el celular cuando vuelve a casa después de tomarse un par de cervezas con los amigos perfectamente puede entender la propuesta de “flexibilizar” el uso de las armas, porque está pensando en la defensa civil o de pronto en vecinos rondando el barrio con un machete en la mano. No estoy diciendo que opciones como estas me gusten; pero están a años luz de las experiencias homicidas que están asociadas a lo que acaba de proponer, taimadamente, Uribe. Sin embargo, algún votante desprevenido podría querer apoyar la una porque le suena la otra.
La implicación simple de este razonamiento es que no basta con la denuncia al “populismo punitivo”; las nuevas opciones políticas tienen que ser capaces de crear un discurso y unas políticas de seguridad serias y creíbles.
Glosa. Salió mi libro sobre la sangrienta saga paramilitar en Colombia y su relación con el Estado. Ya está en Amazon: Clientelistic Warfare? Paramilitaries and the State in Colombia (1982-2007), Peter Lang-Oxford.