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La cifra del crecimiento de la economía en el tercer trimestre de 2025 (3,4 %) está fresca y confirma una tendencia favorable luego de la desaceleración del año 2023 (0,6 %) y del cierre escaso en 2024 (1,7 %). El más reciente resultado es consistente, además, con la disminución de la tasa de desempleo, que se ubicó en 8,2 % en septiembre.
Aunque en medio de la fuerte polarización política, algunos preferirían ver el panorama en estricto blanco y negro, esa cifra agregada positiva tiene sombras, como lo he advertido en anteriores oportunidades. De hecho, en la columna pasada enfaticé algunas de las fragilidades del crecimiento actual de la economía: la baja tasa de inversión, el exceso de gasto público, el inicio de un deterioro de la cuenta corriente y la batalla perdida de reducir la inflación en 2025.
Los datos del tercer trimestre confirman precisamente que el crecimiento del gasto del gobierno general triplica el de la formación bruta de capital fijo (inversión) y que, mientras las exportaciones crecen solo al 2 %, las importaciones lo hacen al 10 %, con ayuda de la apreciación cambiaria que responde en muy buena medida a factores internacionales.
La inflación repuntó en octubre (5,5 %), a pesar de que el Banco de la República ha mantenido su tasa inalterada, llevando a que la discusión esté pasando de “¿será posible reducir las tasas?” a “¿será necesario subirlas?”. Y el Gobierno no puede evadir su responsabilidad al respecto: a la inflación están contribuyendo el mayor gasto público y el desajuste fiscal —por cierto, el problema de política macroeconómica más serio que le dejará como herencia este al siguiente gobierno—.
Para agregar en la controversia propia de estos tiempos: los datos no muestran una situación apocalíptica, como querían presentarla algunos exponentes de una facción torpe de la oposición, pero tampoco del éxito de una supuesta, pero en realidad inexistente, política de reactivación, reindustrialización, diversificación de exportaciones o “nuevo” modelo económico, como lo afirman con grandilocuencia algunos funcionarios de Gobierno, incluyendo el presidente Petro.
Por el contrario, hay claras oportunidades perdidas por las confrontaciones innecesarias con el sector privado y el Congreso de la República, el manejo de las relaciones internacionales, las visiones radicales sobre el sistema de Salud, el abandono de una ruta de ajuste fiscal y la intensificación de la incertidumbre. En política petrolera, “inversiones forzosas” y repatriación de inversiones de los fondos de pensiones hay ejemplos de anuncios que van y vienen con efectos negativos sobre la confianza. Por eso no he dudado en decir: crecimiento sí, pero no por el Gobierno, sino a pesar de él.
Ni ave de mal agüero, ni aguafiestas. En la ya cercana transición presidencial, ver las luces y sombras de la economía ayuda: 1) a entender por qué, sin advertir las fragilidades del crecimiento económico, algunos respaldan aún al gobierno; 2) a tener claras las tareas críticas que tendrá que enfrentar el nuevo gobierno; 3) a valorar la importancia de contar con una estrategia de desarrollo productivo para superar la pobreza y las desigualdades de manera sostenida; y 4) a propiciar bases y remover obstáculos para diálogos constructivos en favor de políticas pragmáticas —no ideológicas— para solucionar los problemas del país.
* Exviceministro técnico de Hacienda y Crédito Público. Profesor titular de Economía de la Universidad Javeriana.
