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Dos cóndores sobrevuelan el imaginario colombiano: el que corona el escudo nacional y el de mil colores y plumajes mil que pintó Alejandro Obregón.
Su feliz ingenio y su maestría sin par legaron al país uno de sus más icónicos, más sublimes y más entrañables patrimonios inmateriales. Desde 1958 comenzó Obregón a pintar cóndores, y desde entonces no dejó de hacerlo hasta el año de su muerte. Aves surreales, ornadas con el trazo lírico y alegre del maestro, dan la sensación de querer salirse del lienzo, como si cobraran vida apenas el ojo del espectador se posa sobre la obra.
A los dieciocho años, tras una visita al Catatumbo en uno de los camiones de la textilera que fuera de su familia, se despertaron las ansias de pintar de quien, sin embargo, tenía corazón y vida de artista.
Traigo hoy su figura y sus lienzos a colación porque se están conmemorando los cien años del natalicio de este pintor que fue –qué duda cabe– uno de los exponentes más notables de la plástica nacional. Para rendirle merecido homenaje, la Galería Duque Arango de Medellín organizó una muestra en la que si el cóndor no era el único invitado, sí fue huésped de honor. Y junto a él, podía apreciar el espectador barracudas de colores inagotables, paisajes agrestes concebidos por la pincelada fecunda y vital del maestro, mujeres que en expresionismo jovial se transfiguraban en manglares abigarrados y exquisitos que desbordan la imaginación.
Más de treinta piezas, casi todas de gran formato, exornaban las dos plantas de la galería, en una muestra que, curada con gusto y con acierto por Camilo Chico, comenzó a celebrar la obra de uno de los genios que el país ha dado a la historia de la pintura en Occidente. Otros eventos vendrán también a rendir tributo a Alejandro Obregón como, por ejemplo, la muestra Cien por ocho que organiza el Museo Nacional y que pretende conmemorar los cien años de nacimiento de ocho maestros. La exposición abre sus puertas este viernes 9 de octubre.
La exhibición de la Galería Duque Arango, que llevaba por título Los cuatro elementos, se clausuró el día 3 de este mes. Se le puede reprochar a esta exposición –magnífica en tantos aspectos– que ya haya terminado. Pero lo cierto es que para quienes admiramos la obra de Alejandro Obregón –con sus lienzos llenos de colores insólitos; teñidos con una pincelada arrebatada y libérrima; poblados por los mil motivos del universo artístico, sutil y maravilloso del maestro–, para quienes admiramos su obra con regocijo y con fruición, decía, esta será la muestra de un fulgor que no podremos olvidar.