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Un precio muy alto

Juan Felipe Carrillo Gáfaro
07 de agosto de 2020 - 12:00 a. m.

Cuando me enteré de la noticia sobre A. Uribe, lo primero que se me vino a la mente fue una imagen de Jaime Garzón. Lo vi en una de sus actuaciones hablando sobre el expresidente y luego vi su camioneta estrellada contra ese poste el día que lo mataron. Los hinchas furibundos de A. Uribe dirán que estoy intentando inferir algo, pero para su tranquilidad no es así. Simplemente me quedé con la pesada sensación de haber regresado en el tiempo recordando con nostalgia el valor de Garzón para internarse en las zonas umbrías de nuestra realidad.

Luego intenté no pensar en la culpabilidad de Uribe y mucho menos en su destino. Sentí cierta tranquilidad al haberlo logrado y cierta rabia al darme cuenta de la ironía que significa haberlo puesto en detención domiciliaria en una época de confinamiento. En ese sentido, lo justo hubiera sido dejarlo salir. Y siguiendo la deprimente lógica de la justicia, es posible que ahora vengan todos esos vericuetos jurídicos que terminan limpiando la honra de esos hombres probos que, como el rey Juan Carlos, hicieron con su vida y la de mucha gente lo que les dio la gana.

Luego de las leguleyadas es posible que venga la impunidad. Esa misma que nunca ha dejado que la sociedad colombiana encuentre alternativas diferentes a la violencia para resolverlo todo. Esa misma violencia que mencionaba Vicky Dávila en su última columna, cuando de manera socarrona, subrepticia y, oh sorpresa, violenta (su actitud y sus palabras la delatan a leguas) sugería que era mejor dejar quieto a A. Uribe. Menos mal que el columnista de EE Jorge Gómez Pinilla tuvo el buen reflejo y la fineza de analizar la discursiva oculta en el mensaje de Dávila. Vale la pena leer la columna de Gómez para entender la dimensión de lo que está pasando.

Sin embargo, a diferencia de lo que plantea erróneamente Dávila, no es porque A. Uribe se tenga que quedar en su casa o en su finca o donde sea, que Colombia seguirá siendo un país violento. Parte de la solución será que una persona como él responda por sus actos, y si de estos no hay pruebas concretas, al menos que se sigan esclareciendo sus métodos fascistas y ordinarios dignos de estructuras mafiosas y paramilitares.

Todo lo que ha tocado el senador en sus últimos años y todos los que han estado cerca de él parecen estar maldecidos. Es posible que con un poco de suerte estemos viendo la caída de un pseudorey que desde el comienzo nos hizo creer que la única solución contra la violencia era más violencia. Leo las noticias sobre A. Uribe y pienso en Guillermo Cano, Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo Ossa, Álvaro Gómez, Rodrigo Lara Bonilla, Luis Carlos Galán, Andrés Escobar y todos esos líderes sociales que han intentado construir un mejor país.

Por ellos y ellas necesitamos que la justicia no tenga miedo y no se deje amedrentar de los que no sólo han conseguido el poder a punta de bala y de prácticas corruptas, sin importar si son de derecha o de izquierda, sino que además han sido incapaces de construir un poquito de paz. Colombia ha sufrido mucho como para seguir soportando tantas tristezas y ni siquiera vale el argumento según el cual hay que estar agradecidos con el susodicho porque en su momento les devolvió la seguridad a miles de colombianos.

Esa “seguridad” tuvo un precio muy alto que seguimos pagando hoy en día: creer que en un Estado de derecho el fin puede justificar los medios. Y esto en términos sociales es demoledor porque promueve la ley del talión, las malas prácticas y la eterna necedad de nuestra cultura de no saber respetar la vida del otro.

@jfcarrillog

 

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