Calidad del ambiente y expansión del coronavirus

Juan Pablo Ruiz Soto
01 de abril de 2020 - 05:00 a. m.

El actual problema de salud pública está muy relacionado con la necesidad de entender que el mundo es finito, y nos lleva a reflexionar sobre cómo la transformación agresiva de la naturaleza asociada al consumo desmedido se convierte en arma letal contra la sociedad. ¡La estrategia de gobiernos y agencias multilaterales de pretender superar la pobreza acelerando un crecimiento económico que deteriora el medio natural colapsó! Debemos centrarnos en mejorar la distribución de los bienes y servicios disponibles.

Si bien en las ciudades hay muchos factores de aglomeración e intercambio que favorecen la expansión de los virus, llama la atención una investigación de la Universidad de Bolonia en Italia (L. Setti, 2020), según la cual la expansión del COVID-19 en el valle del Po, más rápida que en otras regiones, muestra una importante correlación con los niveles de contaminación atmosférica. Su hipótesis es que el catalizador fueron las pequeñas partículas presentes en el aire contaminado. Los académicos citan investigaciones previas adelantadas en otros lugares que muestran cómo los virus que generan enfermedades respiratorias y los del sarampión se propagan más fácilmente al engancharse a las micro partículas existentes en los aires contaminados. Su conclusión es que los bloqueos en las grandes ciudades ayudan a contener el virus por dos vías. De una parte, por la reducción del contacto entre las personas al disminuir la aglomeración y la movilidad, y, de otra, por la mejoría en la calidad del aire como consecuencia de la cuarentena.

Una circunstancia refuerza la hipótesis de los investigadores italianos. La presencia y expansión del COVID-19 se dio en Wuhan, ciudad con niveles de contaminación atmosférica mayores que otras ciudades chinas, y coincide además con la época invernal cuando aumenta la contaminación por la inversión térmica y la dinámica asociada a un aire frío y seco. Como variable asociada, aunque quizá no determinante, la disminución en la expansión del virus también coincidió con la disminución drástica de los niveles de contaminación atmosférica en la ciudad.

Desde un contexto diferente, Inger Andersen, directora del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, dice que la naturaleza nos está enviando un mensaje con la pandemia y la actual crisis climática. Afirma que la humanidad está ejerciendo demasiadas presiones sobre el mundo natural con consecuencias dañinas y que no cuidar el planeta significa no cuidarnos a nosotros mismos. Dijo que, si bien la prioridad inmediata es proteger a las personas del coronavirus y prevenir su propagación, la respuesta a largo plazo debe abordar la pérdida de hábitat naturales y biodiversidad.

Hay muchos argumentos para afirmar que, si queremos evitar nuevos brotes como los que estamos viviendo, debemos frenar el calentamiento global. Con inundaciones y sequías, el calentamiento aumenta la presencia y fuerza de enfermedades como dengue y malaria. Así mismo, la destrucción del mundo natural genera desequilibrios ecosistémicos aumentando la presencia y riesgo de plagas.

El mundo, los países y todos los seres humanos estamos interconectados y somos interdependientes. El afán global no puede seguir siendo el crecimiento incesante de la producción y la expansión de los mercados, sino el logro de una mejor calidad de vida para todos mediante, entre otras cosas, el desarrollo de tecnologías amigables con el medio ambiente y una mejor distribución de los bienes y servicios disponibles. Hay que relacionar salud, cambio de hábitos, valores y consumo con una política determinada de redistribución global y local de la riqueza.

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