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Fauna bogotana, antes y después de la pandemia

Juan Pablo Ruiz Soto
01 de julio de 2020 - 05:00 a. m.

En estos días de cuarentena, cuando todos nos ilusionamos con una mejor calidad del aire y la presencia de más fauna en la ciudad, Juan Pablo Fajardo, coordinador artístico y editorial del libro Vecinos inesperados: relatos de la fauna silvestre de Bogotá, me hizo llegar una copia de este valioso y bello documento. Esta creación colectiva, presentada de manera amena y pedagógica como guía de campo, registra y escribe sobre la fauna de Bogotá y sus alrededores. Fotos de diversos autores, texto e historias narradas por Andrés Ospina, apoyo científico de José Fernando González Maya y Mateo Hernández Schmidt, y dibujos de Kevin Simón Mancera.

Vecinos inesperados es una gran contribución para conocer y proteger nuestra fauna bogotana. Aquellos vecinos desconocidos, ignorados y constantemente en riesgo, con quienes compartimos nuestra vida y nuestro ecosistema. Algunas son especies endémicas, es decir, que solo se encuentran en la sabana de Bogotá y sus alrededores, otras son comunes en otros lugares y otras han llegado hace poco, migrando de otros sitios. Incluye cerca de 240 especies, de las cuales 168 son de aves y 20 de mamíferos. En insectos, según los autores, falta mucho por registrar. El libro presenta de manera muy pedagógica cada especie y las agrupa iniciando por páramos y montañas, luego humedales, ríos y quebradas, pasa a barrios y parques urbanos, y llega hasta las casas. Todos tenemos alguna relación con la fauna que nos rodea.

Las narraciones incluidas en el libro me trajeron el recuerdo de un evento que me relacionó con una de las más llamativas y amenazadas de las especies que andan por acá, el tigrillo lanudo o tigrillo gallinero (página 47). Lo recuerdo como tigrillo gallinero que apareció hace unos 50 años cuando yo vivía en Matucana, una finca limítrofe con la parte superior del barrio El Codito. Allí, mi mamá tenía galpones con gallinas y una madrugada nos despertó un ruido ensordecedor y, para ella, muy costoso: las gallinas volaban asustadas y haciendo ruido se estrellaban contra las paredes. Al entrar al galpón vimos que era un tigrillo el que causaba el desastre. Lo enredaron con unos costales y el tigrillo murió entre asustado y asfixiado, como las 100 o más gallinas que también murieron. Hoy sé, gracias al libro, que esta especie aún vive en nuestros alrededores y que hace poco la registraron en los bosques de Torca.

El libro genera sensación de pertenencia y es una gran experiencia de viaje por Bogotá y sus alrededores. La actual administración, como parte de su gestión ambiental, debería hacer llegar este documento —elaborado y publicado en 2019— a todos los estudiantes de secundaria de colegios públicos como regalo y venderlo al costo para el público. Esta obra educa y divulgarla es hacer política sana que da continuidad y reconoce una gestión positiva de la pasada administración.

Como me dijo un día el recordado y muy respetado profesor de geografía Ernesto Guhl Nimtz, cuando lo entrevistaba en su casa de Chapinero: “Uno ve lo que sabe. El que no sabe no ve nada”. Para inducir a sus estudiantes a leer y aprender, les decía: “Estudien antes de salir a campo, cada quien ve lo que conoce”.

Conozcamos nuestra naturaleza, así haremos una mejor contribución para construir una ciudad en paz y armonía con nuestros vecinos inesperados.

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