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El Acuerdo de Paz permite que los páramos, antes vedados para el turismo bogotano y los empresarios de la papa como inversionistas extractivitas, ahora estén abiertos y sean atractivos.
Empresarios de la papa y guías turísticos tienen sus ojos puestos en los páramos ubicados al oriente de Bogotá. Estos ecosistemas proveen de agua a más de diez millones de habitantes de la capital y su zona metropolitana, de la cuenca del río Sumapaz y del piedemonte llanero.
Por su carácter de regulador hídrico, la conservación y recuperación de los ecosistemas de páramos es el uso económico y social de mayor beneficio, y debe ser una prioridad nacional.
Recientemente, en redes sociales, se publicaron fotografías de campesinos protestando por la llegada masiva de ciclistas al páramo de Sumapaz. No ha pasado lo mismo con la llegada de los tractores agrícolas y los productores de papa que alquilan los páramos y destruyen vegetación y suelos, generando mucho más impacto ambiental y social que 100.000 turistas de fin de semana.
El debate se traslada a la aparente disyuntiva entre el cultivo de la papa, la ganadería y el turismo, o la conservación de los recursos hídricos. Debemos buscar una alternativa para que los campesinos, habitantes tradicionales de estos lugares, tengan una vida productiva, armonizando sus intereses con los de la sociedad colombiana.
No hay tal disyuntiva. Según la actividad, los lugares, los métodos y las prácticas, las cuatro actividades pueden coexistir. Para conservar el carácter de regulador hídrico, no es necesario que el 100 % de área de páramos no se toque y que esté bajo estricta conservación. Esta pretensión solo existe en la mente de algunos conservacionistas extremos, que quisieran que los humanos desaparecieran de estos ecosistemas, cuando en realidad los han habitado y usado desde siempre. No solo ellos los habitan; también los dioses muiscas. El campesino sí puede seguir habitando el páramo, sin quemarlo para poner ganadería extensiva o alquilarlo a los paperos para monocultivo de papa intensivo en agroquímicos.
El cultivo de papa y la ganadería de subsistencia a pequeña escala, sin quemas y protegiendo los nacimientos de agua, las zonas de humedal y las hondonadas donde prolifera la vegetación diversificada del páramo que protege los cursos de agua, son posibles. La papa, con grandes tractores y uso intensivo de agroquímicos, tiene que ser prohibida. Solo es posible a pequeña escala, con técnicas que protejan los suelos, y haciendo manejo adecuado de los ecosistemas circundantes. También hay que erradicar la ganadería extensiva, acompañada de quemas para el rebrote de la paja.
El turismo tampoco puede ser masivo y debe ser ecoturismo, es decir, asociado a la conservación de ecosistemas y al pago de servicios ambientales. La iniciativa de la Región de Planificación Central, que propone un camino para bicicletas desde el nacimiento del río Bogotá, pasando por Chingaza y saliendo hasta Sumapaz a la Reserva Campesina de Cabrera, puede ser una opción de mínimo impacto que genere alternativas de ingreso y empleo para campesinos que quieran vincularse a una red de posadas campesinas y tiendas comunitarias que ofrezcan alojamiento y alimento a los ciclistas. Busquemos alternativas sostenibles, partiendo de que la conservación es la prioridad social.