El 3 de noviembre se cumplieron cincuenta años de la muerte del pedagogo y humanista don Agustín Nieto Caballero. Sus ideas para transformar la educación en Colombia siguen vigentes. Ojalá el gobierno que elijamos en 2026 retome algunos de sus principios pedagógicos y políticos.
Cuando don Agustín Nieto Caballero cumplió 25 años, creó en Bogotá la primera escuela activa de América Latina: el Gimnasio Moderno. Era marzo de 1914. Cuatro meses después, iniciaría la Primera Guerra Mundial. Él quedó huérfano a los siete años y, después de ser muy mal estudiante en primaria, se graduó de un colegio en Estados Unidos y obtuvo el grado de derecho en la Universidad de París y de ciencias de la educación en la Sorbona. Conocía de primera mano las valiosas experiencias pedagógicas de John Dewey en Estados Unidos, Ovide Decroly en Bélgica y María Montessori en Italia. Comprendía los fundamentos de una escuela que le apostaba a la experiencia y la integralidad. Por eso quería construir una comunidad que preparara a los jóvenes para la vida. Aun así, era consciente de que vivíamos en un país donde la Iglesia católica dominaba por completo la educación, los textos y la formación de maestros, mientras que en el Estado predominaban las ideas conservadoras. Eso limitó su experiencia e impidió que todos los aspectos de la escuela activa pudieran implementarse en el Moderno.
No fue posible crear un colegio mixto porque eso no hubiera sido bien visto por la Iglesia. Tampoco pudo incorporar las versiones más radicales de la escuela nueva, como las de Dewey o Freinet, que conocía en detalle. El primero concluía que una de las tareas principales de la escuela consistía en ampliar la democracia; el segundo hablaba del trabajo significativo y del papel de la imprenta en la formación de mejores ciudadanos. Ambos insistían en el rol central de la educación para impulsar transformaciones sociales. Aunque los conocía a profundidad, don Agustín prefirió no referirse a ellos para no poner en riesgo su obra. Decidió autocensurarse. Esto implicó que el Moderno demorara ciento nueve años en aceptar la coeducación. En consecuencia, fue el último colegio del planeta siguiendo los postulados de la escuela activa que adoptó la mixtura.
Como dice Adolphe Ferriere, Nieto procuraba “no lastimar las costumbres profundamente arraigadas en sus compatriotas. Nada de coeducación de sexos, nada de autonomía absoluta de los escolares y nada de Escuela Activa en su sentido absoluto; pero sí los métodos activos”. O como reconoce Olegario Negrín en la obra que destaca al Moderno como el pionero de la escuela nueva en Iberoamérica: “La actitud agresiva y belicosa de los grupos más reaccionarios le hicieron tener que elegir entre no poder establecer el Gimnasio o crearlo con las limitaciones apuntadas”.
Don Agustín era un liberal de mentalidad amplia, algo característico de la generación del centenario, de la que hizo parte. Ayudó a impulsar las Escuelas Normales y recorrió el país fortaleciendo la educación pública. También fue rector de la Universidad Nacional. De esta manera, impulsó las instituciones públicas y la democracia en Colombia. A nivel mundial, fue muy destacado su papel en la consolidación de la UNESCO, la OEA y en el trabajo en todos los continentes para reformar la escuela y resolver el grave problema del analfabetismo. Interactuó con los más importantes pedagogos, psicólogos y políticos del mundo para ayudar a renovar la educación. Entre ellos, hubo uno con quien tuvo especial cariño: Rabindranath Tagore, filósofo y educador bengalí, quien también proponía una educación liberal contra el autoritarismo y en defensa de la libertad.
Él era un defensor acérrimo de la democracia. Por eso observó con mucha preocupación el auge de las ideas comunistas y fascistas en la Europa de mediados del siglo pasado y, hoy en día, estaría muy preocupado por el auge de la polarización, el populismo y los extremismos de derecha y de izquierda. En sus términos: “En la escuela como en la vida, la democracia es un ambiente. Y lo más trascendental en la vida como en la escuela es el ambiente, el clima espiritual, la atmósfera que nos envuelve y en medio de la cual respiran nuestro cuerpo y nuestra mente. El niño atemorizado no piensa: obedece”.
Como Hannah Arendt, él sabía que los gobiernos totalitarios obligaban a los ciudadanos a obedecer. La escuela que Nieto quería construir era una que enseñara a pensar y a convivir. Por eso en su texto sobre la escuela activa recomendaba a los maestros “dar más importancia a la capacidad desarrollada que al conocimiento adquirido”. En sus términos, la escuela nueva “no pretende hacer niños sabios, sino niños capaces, comprensivos”. Y en su libro La escuela y la vida es todavía más firme en términos políticos: “Enseñar a obedecer ciegamente es lo único que interesa a las dictaduras donde quiera que ellas aparezcan”.
A nivel pedagógico, sus mayores aportes se podrían sintetizar en las siguientes líneas:
Primero: La necesidad de repensar el papel del maestro. Para don Agustín, el maestro era esencialmente un guía que utilizaba las asignaturas como un medio para alcanzar el fin esencial: el desarrollo integral. En La escuela y la vida lo define en estos términos: “El maestro no debe pensar que su tarea está reducida a enseñar historia, geografía, lengua materna o aritmética. Su principal tarea es descubrir y desarrollar hasta el máximo posible las capacidades de sus alumnos, colaborar con él en la búsqueda de su mejoramiento, formar su espíritu; adiestrarlo en la reflexión, acrecentar sus fuerzas morales. De otra manera solo será un enseñador y no un maestro”.
Segundo: Formar antes que instruir. Esta es la tesis más conocida de don Agustín e implica entender la escuela como espacio para formar mejores ciudadanos, más solidarios, mejores compañeros, con un bello carácter. Desafortunadamente, los maestros estamos todavía en deuda con la formación de mejores ciudadanos. Un solo dato bastaría para ratificarlo: tan solo el 4 % de los jóvenes de 14 años creen que se puede confiar en la mayoría de personas. El 96 % dice lo contrario. Eso implica que la escuela que hemos construido sigue siendo muy poco integral, pues trabaja muy poco en actitudes, competencias socioafectivas y comprensiones humanas. Esto ha implicado que sigamos siendo una nación sin tejido social.
Tercero: El idioma nativo debería cimentarse y fortalecerse antes de aprender un segundo idioma, que debería dejarse para el bachillerato. Se trata de una tesis muy revolucionaria que hoy no comparte la mayoría de las personas. En sus palabras: “En nuestro concepto, tal enseñanza no debe comenzar antes de que el niño domine los lineamientos de su lengua materna, es decir, que ese aprendizaje no aparezca en la primera sino en la segunda enseñanza”. Comparto plenamente su postura. Desafortunadamente, la presión que han ejercido los padres ha hecho que se privilegie la segunda lengua desde muy temprano y que aparezcan jardines y colegios que, equivocadamente, ofrecen el bilingüismo para captar la atención y la matrícula de los padres. Colombia haría muy bien si escuchara más a su pedagogo más importante del siglo XX y menos a los padres de familia.
Cuarto: Disciplina de confianza. Estudié en el Moderno en los años sesenta y setenta del siglo pasado. Era una institución con amplio espacio verde, juego libre, excursiones, debates y libertad de cátedra. En esa época, don Agustín y el profesor Bein permitían a los estudiantes salir del colegio libremente desde que cumplían los 11 años. Las puertas se abrían desde quinto de primaria. Eso sucedía porque él confiaba en los jóvenes y en la gran mayoría de personas, al tiempo que los padres confiaban en sus hijos, en el colegio, en los docentes y en la mayoría de personas. Tristemente, hay que reconocer que hoy la confianza se ha debilitado al máximo. Hoy los padres no confían en sus hijos y exigen a los colegios que no les permitan salir. Son padres más sobreprotectores, que creen menos en el juego libre y piensan –muy equivocadamente, como demuestra la serie Adolescencia– que sus hijos están más seguros si permanecen encerrados en sus apartamentos. A esos padres don Agustín les decía ayer y hoy: “No hay que suprimir las dificultades, sino enseñar a vencerlas”.
Don Agustín creía en la bondad humana y en la capacidad del ser humano para hacer el bien. También en la posibilidad de construir un mundo más justo para todos y en el papel de la educación para lograrlo. La esperanza y la búsqueda de la autonomía lo guiaron hasta el final. Su último discurso a la juventud lo pronunció para la promoción de 1974 y lo tituló Una utopía que se hizo realidad.
Gracias a personas como él las escuelas hoy son menos autoritarias. Aun así, siguen siendo muy tradicionales, rutinarias y mecánicas. Los jóvenes siguen viendo quince asignaturas desarticuladas en cada curso. En términos de la escuela nueva, diríamos que la educación colombiana de hoy es poco integral, excesivamente centrada en las asignaturas y no prepara para la vida. Una escuela así dista mucho de los principios de la escuela activa y no contribuye a consolidar la democracia en el país. Ojalá el gobierno que elijamos en 2026 retome algunos de los principios pedagógicos y políticos formulados por don Agustín Nieto Caballero. Sería la mejor manera de honrar su legado.
P. D. Todos los textos que he referenciado los ha publicado para consulta gratuita el Gimnasio Moderno. Invito a su lectura pausada, contextualizada y reflexiva, y agradezco al Moderno su generosidad.
* Director del Instituto Alberto Merani (@juliandezubiria).