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¿Son responsables los padres de los delitos de sus hijos menores de edad?

Julián de Zubiría Samper
13 de febrero de 2024 - 02:00 a. m.

¿Qué hacer ante padres muy irresponsables que con sus actos forman hijos e hijas que ponen en peligro a otros? La condena en Michigan a la madre de un menor que desató una masacre acierta al responsabilizar a los padres por los delitos de los menores.

Ethan Crumbley tenía 15 años cuando asesinó a cuatro compañeros en su escuela secundaria de Oxford, Michigan, en noviembre de 2021. Fue condenado a cadena perpetua al ser hallado responsable del múltiple asesinato. Lo inédito es que, por primera vez en la historia de los Estados Unidos, su madre Jennifer también fue hallada culpable por el jurado la semana pasada, y su padre, James Crumbley, será juzgado en marzo. La acusación es por homicidio involuntario.

Estamos ante un caso que con seguridad establecerá jurisprudencia en los Estados Unidos y que nos plantea diversos dilemas pertinentes para los tiempos que vivimos: ¿Son corresponsables los padres de los delitos de sus hijos cuando estos son menores de edad? ¿Podríamos hablar de una responsabilidad penal por tratarse de menores de edad? Dilemas éticos, pedagógicos y jurídicos, aunque solo me referiré a los dos primeros.

En el caso de Michigan, varios hechos agravan la responsabilidad de los padres del menor. Primero: el padre compró un arma nueve milímetros semiautomática como regalo para su hijo. Segundo: el colegio detectó el interés de Ethan por adquirir municiones y alertó a la familia mediante mensajes de texto. Minutos después, la madre expresó a su hijo por WhatsApp: “No estoy enfadada contigo, pero que la próxima vez no te cojan”. Tercero: los padres fueron citados al colegio por los dibujos del menor en los que involucraba asesinatos al pie de letreros que decían “Mi vida es inútil” y “Ayúdame”. Además, la institución les pidió que se lo llevaran a casa para que recibiera apoyo psicológico. Los padres no acataron la solicitud porque –según dijeron– estaban “demasiado ocupados”. Cuarto: la revisión del diario del menor indica que se sentía muy solo y mal emocionalmente, pero que no contaba con sus padres en su proceso formativo.

El colegio estuvo cerca de evitar la masacre e hizo todo lo posible por orientar a los padres ante el riesgo que veían en las actitudes del menor; sin embargo, los padres no hicieron nada. El juicio pone en evidencia la enorme irresponsabilidad de algunos padres que compran armas en los Estados Unidos, se las entregan a menores de edad, desconocen por completo los controles parentales en el uso de las redes y no quieren asumir ninguna responsabilidad cuando con sus actos y omisiones facilitan la realización de una masacre.

En una columna anterior analicé los factores que podrían explicar las frecuentes masacres en los colegios de los EE. UU. Solo en 2021 se presentaron 41, y en 2023 hubo 43.000 muertos por armas de fuego. ¡Una verdadera tragedia! Hoy quiero reflexionar sobre la posible responsabilidad de los padres en ellas. Para ello, formularé tres reflexiones éticas, sociológicas y pedagógicas más generales a partir del caso anterior.

Primera. Los niños y jóvenes viven muy solos en la actualidad

Los niños actuales tienen menos vínculos que en el pasado. Por lo general, no tienen hermanos y pasan muy poco tiempo con sus padres, abuelos y primos. Tampoco conocen los parques o las calles. Están encerrados en sus cuartos comunicándose con personas que desconocen pero que simulan ser sus amigas. Carecen de familias extensas y vecinos. El poco tiempo que pasan con sus padres lo hacen en medio de pantallas, porque los hijos no son la prioridad. Sus padres y madres están más concentrados en ellos mismos; muchos continúan estudiando durante largo tiempo y la mayoría se dedica exclusivamente a su trabajo.

Una buena parte de estos jóvenes son criados de manera muy permisiva: sin mediación, orientación, diálogo, hermanos y actividades conjuntas. En Estados Unidos la situación es especialmente crítica porque casi ha desaparecido la comunicación entre adolescentes y padres. Estudios realizados durante el gobierno de Jimmy Carter encontraron que la comunicación diaria entre ellos era de menos de un minuto: apenas el tiempo necesario para recibir el dinero del acudiente. Tal vez hoy sea menor.

Segunda. Los niños y jóvenes actuales tienen mayores niveles de inestabilidad emocional

Una juventud que tiene cada vez menos vínculos y que se relaciona con los demás a través de pantallas es más propensa a la depresión, la angustia y la desesperanza. Cada vez estamos viendo más jóvenes inestables emocionalmente. En EE.UU., uno de cada cuatro jóvenes de 15 a 16 años ha estado hospitalizado por depresión severa. La ironía es que son diagnosticados con déficit de atención (TDAH), cuando en realidad requieren menos terapias y más presencia de sus padres. Les falta crianza y formación, pero una cultura muy confundida sobredimensiona el consumo, lo inmediato y el dinero, mientras subvalora la estabilidad emocional, el diálogo, la formación y el juego. La solución ya la conoce la cultura: necesitamos padres más maduros y formados que asuman de manera más responsable su rol.

Tercera. Una parte de los padres no han asumido de manera madura su rol de formadores

Vivimos un periodo de cambios profundos en la estructura, la función y la dinámica de las familias. En este contexto, una parte de los padres actuales tienen menos claro su rol. No quieren las familias tradicionales en las que fueron formados, pero tampoco asumen su rol de adultos formadores. Nadie ha reemplazado el papel vital que cumplían las madres y los hermanos en la seguridad, la estabilidad emocional y el autoconcepto de los menores. Los padres han perdido los referentes que les brindaban instituciones como la Iglesia y las familias extensas que les precedieron. Por eso están muy confundidos.

Algunos padres no saben quiénes son sus hijos. No saben qué hacen, qué les gusta y quiénes son sus amigos o profesores preferidos. Casi no dialogan con ellos. Ethan, por ejemplo, insiste en su diario en que no cuenta con sus padres. Muchos jóvenes en el mundo hoy se sienten como Ethan. Los padres creen que sus hijos están seguros porque permanecen enclaustrados en las casas. Lo que no captan es que el riesgo en sus propios hogares es mayor porque las redes tienen las puertas abiertas al mundo entero.

De las tres reflexiones anteriores podemos concluir que, aunque cada caso debe analizarse de manera individual, en términos generales, los padres son responsables de los delitos de sus hijos cuando estos provengan de las debilidades en el proceso formativo a su cargo y mientras sean menores de edad. Lo que ellos hagan o dejen de hacer marcará la vida de sus hijos. Si sus hijos son alegres, seguros, tienen buen autoconcepto, son solidarios o alcanzan altas calificaciones, eso está determinado fundamentalmente por la formación que han recibido en su hogar. Algo similar sucede si los hijos son agresivos o intolerantes: sin duda, ellos provienen de hogares disfuncionales en los que el maltrato y los gritos son la constante. Hijos sanos emocionalmente provienen de familias democráticas en las que sus miembros dialogan y realizan actividades conjuntas. Por el contrario, los padres sobreprotectores forman hijos inseguros y frágiles, porque los sustituyen, no los dejan vivir sus vidas y tampoco les enseñan a resolver los conflictos inherentes a la vida.

En consecuencia, tiene razón el jurado de Michigan al declarar culpable de homicidio involuntario a Jennifer Crumbley. El abandono en el que puso a su hijo, la formación que le dio y la inmadurez con la que lo trató tienen mucho que ver con el delito que cometió.

Tal como afirma Michael Levine, “tener un piano no me vuelve pianista, de la misma manera que tener un hijo no me hace padre”. Los pianistas deben formarse durante años de lecturas, clases y ejercicios orientados por docentes expertos. La pregunta es muy clara: ¿Por qué la cultura exige cursos a quienes van a manejar un carro y no lo hace a quienes van a formar a las nuevas generaciones? Más complejo aun: los únicos cursos exigidos duran muy pocos días y están a cargo de sacerdotes que no han tenido hijos y nunca han estado casados. Hoy los que mejor pueden cumplir esa tarea de formación son los jardines y los colegios. Las escuelas de padres deben ser permanentes, pertinentes y obligatorias para todos los padres y madres que tengan niños estudiando en colegios públicos y privados. Estamos en mora de establecerlas.

P. D. El Espectador ha cumplido un papel central en la defensa de la democracia y la libertad en Colombia. Por eso duele tanto que tuvieran que transcurrir 37 años para que el Estado pidiera perdón por el magnicidio que buscó silenciar su voz valiente y doblegar la libertad de prensa. Sin duda, hubo una intencionalidad deliberada, por parte de los gobiernos anteriores, en no profundizar los hechos que rodearon el crimen de don Guillermo Cano, su director en 1986.

* Director del Instituto Alberto Merani (@juliandezubiria)

 

PEDRO(85266)14 de febrero de 2024 - 12:09 p. m.
el magnicidio de don Guillermo Cano fue en vano, hoy despues de 37 años la corte suprema, los tribunales, la fiscalia, contraloria y procuraduria estan cooptadas por el narcotrafico, crimen, delincuencia a nivel togados.
argemiro(9057)14 de febrero de 2024 - 08:08 a. m.
Gracias Profesor de Zubiria por este llamado de atención en la formación de seres humanos. El compromiso es de todos y en particular de los más cercanos a ese ser que debe estar en permanente formación. Saludos
Usuario(75586)14 de febrero de 2024 - 02:18 a. m.
Excelente. Un caso que influirá en el futuro
Jesús(90019)14 de febrero de 2024 - 01:53 a. m.
Columna acertada, necesaria. La humanidad se va diluyendo en el afán del dinero, en el consumismo y en la falta de contacto con el otro por la virtualidad y, además, por la superficialidad de esa virtualidad.
José(9532)14 de febrero de 2024 - 01:18 a. m.
Felicitaciones señor de Zubiría por su P.D. Pocas personas e instituciones ponen de presente esa realidad: "la intencionalidad deliberada" es más que evidente. Hay que luchar para que se esclarezca este crimen de lesa humanidad.
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