La relación entre los bosques y la paz es compleja, tan compleja como es la realidad. En los casos de Mocoa y Manizales es claro que la guerra indujo asentamientos inestables en las montañas y en sus laderas debido a la inseguridad política y a la pobreza reinante en los sitios lejos del poder regional y central. En muchos casos, para sobrevivir era necesario esconderse en el anonimato urbano, buscar empleo en las capitales y construir viviendas en sitios peligrosos por la erosión de las pendientes.
Fue debido a esos procesos que muchas laderas quedaron deforestadas y sus suelos se saturaran de agua en los grandes aguaceros. El Ideam ha dicho repetidamente que el cambio en el clima se manifestará en Colombia con el aumento de la lluvia en las regiones hoy más lluviosas y su disminución en las regiones más secas; ese cambio es lo que genera lluvias veinte y treinta veces mayores que la precipitación normal.
También, bosques nuevos pueden generar en el posconflicto condiciones diferentes a las que han causado las tragedias; eso es lo que hace el Ministerio de Ambiente en el proyecto Bosques de Paz. Ahora Francisco de Roux, fundador de Paz Querida, propone que ese esfuerzo se amplíe hasta generar 400.000 empleos en las labores de reforestación y restauración ecológica de las montañas. Si eso se realizara, su impacto sería múltiple: ambiental, social y económico; sería un proyecto ecológico integral acorde con la encíclica de Francisco I.
Un reforestador es capaz de plantar y cuidar en un año 11 hectáreas de bosque, 400.000 podrían, entonces, generar cada año más de cuatro millones de hectáreas de bosques nuevos y en 10 años podríamos detener la erosión que hoy afecta el 40 % del territorio.
El impacto benéfico del proyecto propuesto por Francisco de Roux podría fundamentar en la coyuntura la reforma rural integral al disminuir significativamente el desempleo rural y aumentar la transferencia de dinero hacia el campo. El primer paso es relativamente fácil de dar: bastaría que los municipios situados en la región andina destinaran lotes adecuados para construir viveros y que el Sina y el Sena entrenaran y organizaran grupos que recogieran semillas y las reprodujeran en esos viveros.
La magnitud de la inversión necesaria no debe asustarnos, porque los beneficios son inmediatos y sin duda conducen a un mejor vivir en el campo y en la ciudad. No será difícil obtener la colaboración de muchos de los beneficiarios, incluidos los interesados en que se acabe el narcotráfico.