¿Para qué la universidad pública? I

Julio Carrizosa Umaña
03 de diciembre de 2018 - 21:00 p. m.

Esa es la pregunta que se hacen muchos que nunca la han gozado. ¿Para qué tantas marchas y escándalos? La respuesta rápida es: para cambiar el país. Pero. ¿Cambiarlo cómo? ¿Cambiarlo hacia dónde? Desde los puntos de vista de los ambientalistas hay varias respuestas.

La primera tiene que ver con lo que hay que cambiar. Los sociólogos, los economistas, incluso los políticos y los funcionarios lo dicen continuamente: no podemos seguir siendo el país más inequitativo del planeta, hay que mejorar la distribución del ingreso. Los ambientalistas estamos completamente de acuerdo con esa prioridad pero tal vez diferimos en algunas de las maneras de hacerlo. No creemos que eso se puede hacer siguiendo los dogmas del neoliberalismo, tampoco aferrados a los del marxismo. Creemos que esos dogmas ya tuvieron su oportunidad y fracasaron, y que hay que pensar más libremente, sin estar sujetos ni a los dogmas de la sociedad de consumo ni a los de la revolución.

Estamos si de acuerdo con algunos pensadores colombianos que han propuesto otras salidas; por ejemplo, con Eduardo Sarmiento, que desde hace años dice que hay que tener una política industrial, algo que estremece a los seguidores de los mercados libres y también a los que creen que lo primero es la reforma agraria.

¿Qué clase de política industrial? ¿Qué burócrata va a ser capaz de decidir algo en lo cual los mejores empresarios del país nunca se han puesto de acuerdo? Teóricamente es difícil contestar esas preguntas, pero la realidad las ha respondido ya. No hablaremos del caso complejo de China, es un país demasiado diferente; tampoco de Corea del Sur, demasiada ayuda de Estados Unidos y lejos de los trópicos. Tampoco voy a repetir mi respuesta personal: levantar una industria de vehículos eléctricos. Las soluciones tienen que surgir de mentes jóvenes.

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Pero, ¿por qué de las universidades públicas y no de las privadas, mucho más llenas de laboratorios y de PHDs? Sin duda, algunas propuestas saldrán de ahí, pero hay unas condiciones que no han ayudado y que difícilmente ayudarán en el próximo futuro: la fe en el sistema y la confianza en la riqueza personal futura.

Al contrario, las marchas confirman que en las universidades públicas conviven varias generaciones de entusiastas desconfiados: jóvenes que saben por experiencia propia que solo hay soluciones sí se buscan con perseverancia y que no hay que confiar demasiado en los dogmas.

*Miembro de Paz Querida y Futurible

 

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