El gay, el pastor y el político

Julio César Londoño
20 de mayo de 2017 - 02:30 a. m.

Dios es el problema más arisco de los asuntos metafísicos. Nadie está completamente libre del agudo zoom de Su Ojo. Nadie, tampoco, de la duda herética sobre su existencia. Los ateos creemos que la carga de la prueba la tienen los creyentes. Los creyentes ven pruebas Suyas en el todo y en las partes, en la piedra y en la estrella, en la flor, el pájaro y la tarde.

Vuelvo sobre el problema por dos polémicas recientes: una, la descalificación, por ateo, del ministro de Salud por parte de Alejandro Ordóñez. La segunda, la caída del referendo sobre adopción de Viviane Morales.

Ordóñez dijo que Alejandro Gaviria estaba moralmente inhabilitado por su impiedad para opinar sobre temas de salud, y trinó: “Un gobierno sin Dios promueve el aborto, la eutanasia y la legalización de la droga”. Gaviria respondió a tono: “Me gusta llevarle la contraria a los mercaderes de la inmortalidad: la industria farmacéutica y la Iglesia católica”.

A las multinacionales farmacéuticas, Gaviria les ha ganado batallas importantes. Contra Jehová la pelea ha resultado más difícil.

Lo paradójico es que el ateo Gaviria está siempre al borde de la santidad. Ordóñez, clínica y teológicamente poseso. Gaviria escribe ensayos sociales ecuánimes, lee poesía, defiende los derechos de los enfermos, está libre de nepotismo. Ordóñez es el energúmeno que siempre bordea (por dentro) el Código Penal. Vocifera y maldice. Bueno, varias veces bendijo, con su elocuente silencio, los carteles y la especulación de las farmacéuticas.

El debate sobre el referendo también estuvo plagado de paradojas. Los profetas del amor promovieron una posición excluyente y odiosa. Los líderes del Sí, una pareja muy disfuncional, se rancharon en que la adopción debía ser un privilegio exclusivo de hogares armónicos y heteroparentales, a pesar de que ella odia a su hija por su orientación sexual; a pesar de que él le quitó los niños a su primera esposa y se los endosó a los abuelos paternos. Pero ahí van. Ella levita sobre las eclécticas aguas del samperismo cristiano. Él es un santo de aura plateada que solo atiende clientes pecadores.

También fue paradójico el comportamiento de las bancadas en la Comisión Primera. Los liberales votaron contra los derechos de los solteros y los gay. Los conservadores votaron a favor. Cambio Radical votó en bloque en contra. Otra razón para desconfiar de Vargas Lleras, que inició así su coqueteo simoniaco con los pastores. ¡Que Dios nos coja confesados!

Al principio los Estados fueron teocráticos. Las suras eran la constitución. O los proverbios. Cuando hubo varias religiones en un mismo Estado, el legislador zanjó la disputa entre los diversos “levíticos” redactando constituciones laicas. Hoy el 94 % de las naciones se rigen por ellas. Pero la esfera laica y la religiosa se cruzan y allí, en la intersección, se encuentran dos joyas, el político y el pastor, ambos detrás del vil metal. Rebaño = votos = poder = oro. Eso es todo.

El creyente está a la diestra de Dios. El ateo pende de la nada mediante una soga inexistente. Benditos los benditos. Con todo, la posición del ateo es más humana. El ateo no obliga ni excomulga. Solo defiende los derechos del sujeto a tomar decisiones, lucha por su acceso a las posibilidades que le ofrecen el derecho y la ciencia. El fundamentalista quiere hacer de su credo una constitución. Que todos obedezcamos la voluntad de un dios, preferiblemente del Suyo. El ateo nos recuerda que tenemos derecho a una muerte digna, por ejemplo; el creyente, súbito vocero de la divinidad, quiere prohibirnos incluso este último consuelo.

 

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