Réquiem por un director

Quienes conocimos a Sergio Acevedo podemos atestiguar que este ilustre artista colombiano, que murió en estos días, era una especie de equivalente moderno al hombre del Renacimiento. Aunque comenzó estudiando filosofía, la música vivía en su familia y decidió ir a Europa a especializarse en la dirección de orquesta. Es prueba de lo que eran sus capacidades, que fue aceptado por dos de los más ilustres maestros de dirección, Hans Swarowski y Franco Ferrara, en Austria e Italia respectivamente, como alumno de ellos, y su aprovechamiento fue tan fructífero, que fue el único colombiano que podía vanagloriarse de haber asistido a Von Karajan en la preparación de algunas de las obras que llevó al disco.

Hubiera podido realizar una ilustre carrera en Europa, donde evidentemente comenzaba a ser conocido, pero decidió volver al país para poner al servicio de Colombia sus conocimientos y su habilidad. Dirigió no solo las orquestas bogotanas y la ópera, sino también la del Valle y la de Medellín. Al frente de esta última estuvo varios años y después fue a Bucaramanga, su patria chica, donde fundó la orquesta de la universidad, la cual dirigió por varios años.

Una cruel enfermedad interrumpió su carrera como director y tuvo que pasar sus últimos años retirado, aunque sus envidiables capacidades mentales continuaron tan agudas como siempre. Era un conversador ameno, de una cultura increíble y con un sentido del humor que lo acompañó siempre. Los admiradores de este ilustre artista colombiano sabemos cómo contribuyó al desarrollo musical del país y cómo su muerte deja un vacío no solo artístico, sino también humano. La música colombiana perdió a un importante exponente cuando tuvo que retirarse, pero su fecunda obra queda como admirable herencia.