¿Murieron encerrados?

Si se comprueba la versión de que a la mayoría de los 51 reclusos que murieron en el fatídico patio donde hubo un amotinamiento en la cárcel de Tuluá los dejaron encerrados y muchos terminaron asfixiados, cuando no achicharrados, estamos frente a un hecho macabro, inexplicable e inexcusable.

Se presume que los carceleros, siguiendo o no órdenes superiores, no quisieron abrir las rejas para evitar una fuga masiva de presos, lo cual es un acto que raya al menos en un homicidio culposo de total irresponsabilidad que debe ser castigado de manera rotunda y sin contemplaciones, por ser un proceder antihumanitario sin hígado ni corazón.

Bien pudieron trasladarlos a otro patio, porque es imposible que no hubieran previsto estas circunstancias, más aún en esta cárcel que, sin ser nueva, no es como otros reclusorios que llevan varias décadas de mal funcionamiento.

Además, la cárcel de Tuluá no presenta el extremo hacinamiento que padece el sistema carcelario colombiano, que es una total vergüenza y una universidad del delito, lejos de rehabilitar a los presos.

Lo otro muy extraño es que la quema de unas colchonetas haya desatado semejante conflagración, que no pudo ser sofocada de manera oportuna y eficaz. Allí también hay gato encerrado.

Se sabe que además hay decenas de heridos y no sería raro que mueran muchísimos de ellos, aumentando así el número de fallecidos en la tragedia que más vidas ha cobrado en la historia de las cárceles colombianas.

Sin duda, urge una investigación implacable y que rueden cabezas desde lo más alto de esa institución. Desconozco la razón por la cual se le ha quitado la lupa y este caso debe servir para replantear de una vez por todas la razón de ser del Inpec.

Las familias de los presos muertos tienen toda la razón en protestar y hay que enfrentarlas y decirles la verdad, cueste lo que cueste.