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“La casa de papel” y economía para mi prima

Martín Jaramillo
20 de julio de 2019 - 05:00 a. m.

Ayer salió la tercera temporada de la serie popular de Netflix La casa de papel. Una serie donde unos atracadores elaboran un plan para tomarse la Casa de Moneda y Timbre en España para imprimir billetes y salir con 2.400 millones de euros. Los atracadores esperan ganar la aprobación del público con la idea de que no le están robando a nadie.

Mi prima y yo disfrutamos mucho las primeras temporadas de esta serie, estábamos fascinados con su entretenimiento policiaco, pero ni ella ni yo nos comíamos el cuento que intentan vender los ladrones.

Mi prima no entendía muy bien qué había de malo con imprimir billetes y gastarlos, al fin y al cabo, el dinero que imprimen no le pertenece a nadie. Yo no la juzgo, no son pocos los presidentes que han creído en la idea de que se pueden imprimir billetes y gastarlos sin que pase nada. Pero mi prima no estaba del todo convencida, a ella, con solo diez años de edad, no le cuadraban las cuentas. A diferencia de presidentes como Maduro en Venezuela, ella tenía dudas.

—Pero es raro, porque en la economía no hay almuerzos gratis —me dijo.

—Tienes razón, Isabel. Cuando Milton Friedman dijo que no existían almuerzos gratis, quería decir que, normalmente, para tener algo bueno hay que renunciar a otra cosa. ¿Cuál crees que sería el sacrificio acá?

—No lo sé. Los atracadores van a salir a gastar ese dinero. Como lo imprimieron en la máquina oficial, no sería falso tampoco, así que las personas que lo reciben también lo van a poder usar.

—La pregunta es, prima, si aumentas la cantidad de dinero, ¿no crees que este puede perder valor?

—Sí. ¡Inflación!

Tenía razón. Cuando los atracadores se gastan el dinero que imprimieron, estos hacen que la cantidad de billetes en la economía aumente. Sin embargo, ellos no imprimieron ni casas, ni iPhones, ni servicios de limpieza, ni frutas o verduras. Aumentaron el dinero, pero no los productos, y cuando hay más billetes intentando comprar los mismos bienes de una economía, los precios aumentan y queda el país con la inflación.

El problema no es que aumenten los precios; si los sueldos se duplican y los precios también, nuestro poder adquisitivo sigue igual.

El mayor inconveniente de la inflación es que es un impuesto a los más pobres. Si un grupo de atracadores (o un banco central) imprime tanto dinero que los precios se duplican, los atracadores (o el gobierno) lo pueden gastar, pero los ahorros de las personas pierden su valor. Con el mito de que al imprimir dinero “no le roban a nadie”, terminan quitándole la mitad de la pensión a la viejita que ahorró toda su vida.

La inflación de este año para el colombiano promedio significa que si a principio de año la totalidad del sueldo le alcanzaba para comprar 100 almuerzos, al final del año ese dinero sólo alcanzaría para comprar unos 97 almuerzos. En perspectiva, si tuviéramos una inflación como la de Venezuela, el valor del sueldo que a principio de año alcanzaba para comprar 100 almuerzos no sería suficiente para comprar tan sólo un almuerzo el 3 de enero.

Eso sí, allá y en todo el mundo, con la inflación quedan los políticos millonarios; no muy diferente (en todo sentido) a los atracadores de La casa de papel.

@tinojaramillo

martin.jaramillo@email.shc.edu

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