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#EconomíaParaMiPrima

Un mercado laboral libre, para mi prima

Martín Jaramillo
13 de junio de 2020 - 05:00 a. m.

Es parte de la naturaleza humana tratar de predecir el futuro. No solo me refiero al precio del dólar o la probabilidad de quiebra de Avianca, también hablo del resto de pronósticos. Me perdonan pero, si la historia es algún referente, mejor decir que la mayoría de estos vaticinios (incluyendo los míos) están o estarán equivocados.

Es fácil pensar que se acabarán los conciertos, las universidades e incluso el capitalismo, pero la apuesta más segura es dudarlo. Cuando salió el televisor pensábamos que la radio se iba a terminar y hoy sigue igual de vigente que hace 20 o 40 años. Cuando llegó el Kindle con su oferta ilimitada de libros digitales, sin el peso y sin espera, pensamos que los libros se iban a acabar, pero hoy el mundo no hace más que imprimirlos.

Cayeron las Torres Gemelas y los columnistas de The New York Times pontificaban sobre el fin de los viajes en avión frecuentes por el miedo a los ataques terroristas; hoy vivimos entre aviones. Los mercados financieros volaron en 2009 y no han perdido un pelo de relevancia. Parece que Taleb tenía razón, sí hay cosas antifrágiles después de todo.

Los seres humanos (especialmente los economistas) somos muy malos para predecir el futuro, pero somos buenos para adaptarnos, solo necesitamos que la ley nos lo permita.

Cuando se decretó el aislamiento total solo hablábamos de ayudas del Gobierno, afortunadamente: no es ético poner a la gente a escoger entre morir por hambre o por bolillo. El problema es que esa estrategia de ayudas no puede durar toda la vida; pretender que la economía va a vivir indefinidamente del gasto público es como creer que tendremos energía ilimitada si conectamos una extensión eléctrica a sí misma en lugar de conectarla al tomacorriente de la pared.

Con las restricciones que tendremos los próximos meses la gente va a necesitar otros productos, otras empresas y otros empleados. De hecho, según un reciente estudio del Becker Friedman Institute de la Universidad de Chicago, el 42% de los empleos perdidos en esta crisis jamás volverán. Los economistas le llaman a esto un problema de mala asignación: es decir, el COVID-19 también es un choque de reasignación.

—Espera, espera. ¿Cómo así? —me pregunta mi prima.

—Así es, Isabel. Con estas restricciones de salud, seguramente veremos menos conciertos y más autocines, menos restaurantes en plazoletas de comidas y más domicilios de comida con experiencia.

—¿Esos son los trabajos que nunca volverán?

—Es muy posible que no vuelvan. Y lo más preocupante es que solo en abril se perdieron cinco millones de empleos.

—Entonces necesitamos que se creen otros nuevos, ¿qué podemos hacer?

Mientras el problema del coronavirus no se solucione, necesitaremos trabajar en diferentes turnos a todas las horas del día, pero si la regulación sigue igual de rígida con las horas extras, muchas empresas dejarán de ser viables. Otros negocios que ahora tienen más demanda (farmacias, domicilios, etc.) podrían contratar a muchos trabajadores para las horas pico si se les permitiera trabajar por horas, pero está prohibido. Otras empresas podrían abrir nuevas líneas de negocio o entrar a otras industrias, contratando a estas personas cesantes, solo si en Colombia no costara una millonada despedir a los empleados si el negocio resulta no ser viable.

Mejor que predecir el futuro es estar listos para adaptarnos a él. Como plantea The Economist, el gobierno no debe ser un enemigo policial poniéndole trabas al cambio con regulaciones excesivas de los mercados laborales. Al revés, debería “engrasar sus llantas” y ser un aliado en este proceso de transformación.

Los edificios que habitamos empezaron a ser resistentes a los terremotos no siendo más rígidos y más fuertes que el cambio, sino siendo más flexibles para navegarlo. Eso es lo que necesitamos para los mercados laborales.

@tinojaramillo

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