Lo que la marea baja nos dejó saber…

Mauricio Botero Caicedo
26 de abril de 2020 - 05:00 a. m.

“La mejor forma de predecir el futuro es construyéndolo”. Peter Drucker.

Decía el inversionista Warren Buffett que cuando baja la marea es que nos damos cuenta de quién tiene vestido de baño y quién no lo tiene. La penosísima experiencia del COVID-19 nos ha dejado saber a los colombianos que en muchos aspectos aparentábamos tener vestido de baño cuando en realidad lo que estábamos era nadando en cueros. Como ejemplo, simulando durante lustros dar apoyo total, los gobiernos han tenido el sector agropecuario en relativo abandono argumentando falta de recursos para terminar la red de vías terciarias y para conectar la Altillanura; pero dichos gobiernos siempre encuentran mecanismos financieros para construir aeropuertos (muchos en realidad maravillosos, con centros comerciales con pistas adyacentes) que hoy se encuentran desocupados, y para financiar dos imponentes refinerías que durante un buen tiempo van a estar prácticamente inactivas. Un reciente estudio de tres economistas (Arturo García, Nury Bejarano y Jimena Iguavita) afirma: “En este contexto, la apuesta por la cadena alimentaria es la mejor alternativa del país para salir de la crisis actual y para sentar las bases de una nueva estrategia de desarrollo… Los flujos de comercio internacional se han visto seriamente afectados y los países exportadores de alimentos están reteniendo sus producciones como una forma de garantizar su propia seguridad alimentaria en un escenario incierto… Colombia sí tiene una ventaja comparativa en cuanto a la dotación de tierra y agua, que por la variada topografía del país se refleja en una gran biodiversidad”.

La pandemia también nos permitió disfrutar de una disminución sustancial en la contaminación y entender la locura de seguir dependiendo de combustibles fósiles que de lejos son los principales contaminadores. En épocas de marea alta, las proyecciones del Gobierno apuntaban a que en el año 2050 el país lograría una reducción del 20 % en la demanda nacional de combustibles como diésel y la gasolina. Aspirar, como lo hace el Gobierno, a una meta de reducir solo el 20 % del consumo de combustibles fósiles en 30 años, cuando países como el Reino Unido van a prohibir el uso de combustibles en 15 años (y especialmente cuando se ha dicho que en el 2024 hay que importar GNV porque se acabó), no se compadece con la necesidad de tener una Colombia descontaminada. Las metas de Planeación son un esfuerzo tan insignificante, tan nimio, que bordean en lo peregrino.

Finalmente, la marea baja nos dejó entender la insensatez de un modelo fiscal basado en la exportación de productos fósiles e importación masiva de comida y otros bienes suntuarios. Y si bien es presumible que en el tercer trimestre se recuperen algo los precios del petróleo, es muy probable que la oferta mundial de crudo siga siendo superior a la demanda, lo que hará que los precios mantengan una fuerte presión a la baja. A este sombrío panorama macroeconómico colombiano hay que agregar que dos de las principales fuentes de divisas con que contaba el Gobierno, el turismo y las remesas, van a durar varios años en normalizarse. Si pretendemos que una próxima crisis no nos coja en cueros, empecemos a construir un nuevo modelo productivo —económica y fiscalmente sostenible— basado no en la explotación y rentas de los combustibles fósiles, sino en nuestra enorme capacidad de producir comida de manera eficiente y rentable.

 

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